domingo, 22 de noviembre de 2020

Este maldito virus

 

Hace tanto tiempo que no escribo que no sé ni por dónde empezar.

Se nos ha echado encima una pandemia de las peores que ha habido, a la que seguimos combatiendo desde las casas hasta los hospitales, desde las tiendas hasta los bares, en fin, en todos lados menos en el Congreso de los Diputados (toma pareado).

Esta enfermedad y todo lo que ha conllevado, creo que ha conseguido sacar el mayor reflejo de nuestra sociedad, es decir, lo peor y lo mejor de ella.

Me he dado cuenta de que, aunque no lo muestre tanto, echo de menos mi casa más de lo que pensaba. Esta pandemia nos ha robado demasiado tiempo y demasiadas vidas, tanto las que se han ido como las que se han quedado, y eso hay que apreciarlo en todo momento.

Me he dado cuenta de que me hace mucha falta a veces discutir con mamá, o charlar con la abuela, comer los domingos con mi tía, visitar a todos en el pueblo y ponernos al día, y por supuesto, las cervecitas con mi hermano que no falten.

Me he dado cuenta de que las coca colas de medio día con Ale valen más de lo que pago, que los paseos interminables con Kike son grandes lecciones, que las discusiones de política con Alberto siempre acaban en un partido en El Templo, de que el Whisky está mejor con Diego que con Coca Cola, de que con Carmen siempre te tienes que reír y aprender, de que el Carnaval y las charlas con Bea hacen mucha falta, y de que no hay sitio mejor donde pasar una tarde que en el patio de Toni.

Me he dado cuenta de que echaba de menos a algunas personas que creía desaparecidas, y también de que aquellas que no han vuelto es mejor que se queden donde están. Hay huellas, amistades y experiencias que por mucho que pasen los años no se pueden borrar, y siempre es agradable volvérselas a encontrar.

Me he dado cuenta de que no quiero ni puedo pasar un día sin esa persona tan especial, que me ha dado una nueva familia en Toledo, y nunca tendré tiempo para agradecerles todo lo que han hecho por mí.

Me he dado cuenta de que los besos y los abrazos, a los que a veces soy tan reacio, son muy necesarios en el día a día, y si no, preguntadle a Elisa, que de eso controla perfectamente.

Me he dado cuenta de que un piso para uno solo es la leche, pero tiene más sentido tener a Rupert dando voces por aquí, compartir el día, opiniones, impresiones, ver la tele, jugar a la play, y todo lo que se nos ocurra.

Me he dado cuenta de que sí se puede tener el corazón dividido, entre Madrid, Badajoz, Torremayor, Granada, Barcelona, Jaén, Sevilla, Almería, La Puebla de Montalbán, Marbella, y mil sitios más.

Me he dado cuenta de que estamos gobernados por inútiles que el único favor que hacen es darnos un tema de conversación, porque desde luego, no nos hacen ningún bien.

Me he dado cuenta de que me estoy desapegando mucho del fútbol, de mi Madrid, ¿quién lo diría? Y aunque ya sabéis que tengo localizado al culpable de poco pelo, por lo menos me sirve para hablar con mis amigos.

Me he dado cuenta de que siempre será mejor una llamada que un mensaje, porque cuando más teníamos que hacerlo, nos hemos llamado por WhatsApp, o por Skype, porque leer siempre será mejor para los libros y no para las personas.

Me he dado cuenta de que mi forma de pensar sigue cambiando según pasa el tiempo, de que somos un país con muchas virtudes y demasiados defectos, de que necesitamos cambiar profundamente en todo, pero, desgraciadamente, también me he dado cuenta de que nunca nos pondremos de acuerdo.

Me he dado cuenta de que me gusta mucho más el Derecho de lo que pensaba, de que me he vuelto un friki total, y que me encanta que me pregunten dudas para ver si con cualquier cosa les puedo ayudar.

Pero hay una cosa de la que no me ha hecho falta darme cuenta porque ya lo sabía. Y es de que cada vez te echo más de menos, papá. Creo que todos los que te conocimos nos hemos acordado de ti en esta pandemia porque te hubiera dado algo con esta situación, y más sabiendo que yo estaba fuera, que era algo que no podías controlar, que la familia estábamos cada uno en una casa, tus hermanas, tus sobrinos, todos, y no hubieses parado de llamar a todos a diario.

Esta pandemia nos ha cambiado un poco a todos, y, sobre todo, el mundo que nos rodea. Hemos pasado de aplaudir a dar caceroladas, de tener miedo a salir y a volver a tener miedo otra vez, de hablar, a gritar; de atender en clase a estar pegados al ordenador; de escribir a llamar; de besar y abrazar, a dar el codo o simplemente saludar.




Este maldito bicho ha conseguido sacar lo mejor y lo peor de nosotros. Cada uno decidirá con qué se queda.

domingo, 10 de mayo de 2020

Sempiterno


Hoy va por ti. Te lo debía.

Hace poco se han cumplido dos años desde que me ayudaste a vencer uno de mis grandes miedos. Y llevo ya dos años y unos cuantos días aprendiendo de ti.

Es difícil plasmar en palabras tanto sentimiento junto, puedo llegar a bloquearme escribiendo porque las ideas se amontonan en la puerta y al final, no cabe ninguna. Tu perdón y tu paciencia infinita me han enseñado que se puede querer más allá de muchas fronteras, y que se puede enseñar a alguien a convivir consigo mismo.

Nunca todo ha sido un cuento de hadas o como lo pintan en las películas, no podemos quejarnos de haber vivido en la constante realidad que nosotros hemos creado a base de aciertos y errores, eso sí, siempre juntos.

A veces pienso que tengo que darte las gracias, otras que tengo que hacerte un poema, otras, que pedirte perdón, y a veces me quedo pensando en qué pensar, para acabar por no hacerlo. No sé en qué tono leerás esto, ni sé en qué tono me acabará saliendo, pero sí quiero reflejar una cosa en cada letra de cada sílaba de cada palabra.

Que te quiero.

Me has enseñado a ser constante en cosas que ni si quiera había empezado a hacer, me has defendido de más de un monstruo de esos que se esconden en el armario, me has enseñado a quererme a mí mismo, a saber apreciar lo que tengo y a aclarar mis pensamientos cuando no me soporto ni yo, y todo ello a pesar de haberme equivocado tanto y tantas veces. Puede que no te hayas dado cuenta de que me has enseñado todo eso, o que no te lo parezca a veces, pero es que no ha hecho falta una clase con pizarra y pupitres, aunque la puedas ejercer. Solo ha hecho falta vivir el día a día, los planes y los no planes, las discusiones y los arreglos, las miradas y los besos, las cosas que a veces no se pueden contar; esas son las mejores lecciones que me has enseñado.

Una vez alguien me dijo que lo único que podemos hacer con el tiempo que tenemos son dos cosas, dos elecciones: la primera, es decidir qué hacer con él; y la segunda, con quién compartirlo. Hace tiempo que decidimos hacerlo juntos, y no puedo estar más orgulloso de donde hemos llegado, a pesar de que el camino no ha sido perfecto.

Mi elección eres tú, y no porque me obligue, porque quede bonito escribirlo, o porque tenga una deuda contigo. Mi elección eres tú por hacerme sentir tan afortunado cada día por tenerte a mi lado, por hacerme temblar, reír, llorar, y todos los verbos de la primera conjugación que puedas imaginar. Mi elección es ser feliz, es mi realidad, es pensar que, por supuesto que hay más mundo fuera de nosotros, por supuesto que está lleno de gente, de experiencias, de fracaso y de victorias, pero yo elijo vivir todas y cada una de ellas contigo.

Eres paz, tranquilidad, nervios, tormenta, incluso tormento, alegría, tristeza, altibajos. Eres un invierno frío a la vez que un largo verano, un contraste inédito, una verdadera montaña rusa. Así que, si me dejas, quiero comprarme otro ticket, mínimo por otros dos años más.


Te quiero.

domingo, 6 de octubre de 2019

La Conjura de los necios


Es fácil reconocer un ser cuando es inteligente, porque los necios a menudo se conjuran contra él.

Aquella noche en la mesa se sentaron, los que antaño ni tan si quiera se miraron. Todos los que un día piedras se lanzaron, se unieron bajo un mismo manto, con un solo propósito. ¿Irónico? Tal vez. Como dijo el sabio: “la vida puede ser maravillosa”.

Decidieron beber con la misma canción, decidieron bailar al mismo son, decidieron ser uno, porque poca gente los entendió. Afilaron sus lanzas y se prepararon para el combate, pero ni la mayor banda de mercenarios que pudieron formar fue capaz de perturbar la paz que quisieron aniquilar.

Partieron sus lanzas unos por otros, con la formación de una legión romana; han puesto sus manos en el fuego, y, llámalo Dios o llámalo energía, pero quién sabe si se llegarán a quemar. Pensaban que era cuestión de tiempo, una victoria que nunca pudieron lograr. Pensaban que tenían ese tiempo hasta que se les volvió a escapar.

La fuerza se les fue por la boca, y su estrategia se les fue de las manos, cada uno con la suya, sin pensar si quiera coordinados. La de unos fue la fuerza bruta, las palabras con cuchillas, flechas hacia el corazón; la de otros agazaparse, esperando su oportunidad para la vil traición.

Fueron olas del mar que chocaron con fuerza con el arrecife sin poder tan si quiera amedrentar su estructura, fueron flechas que nunca llegaron a la diana, fueron dardos envenenados que no sumaron ni 20 puntos, fueron necios bailando al mismo son su propia e interminable canción.

Y con la batalla terminada, no supieron si continuar la guerra, algunos subyugaron a otros, y esos otros se dejaron subyugar, dentro de un vasallaje de lo más ruin que te puedes encontrar.

Nadie sabe si siguen listos para otra batalla, o si esta vez la mierda puede saltar, hay quien tiene la llave, pero parece que no la quiero ni usar.

La Conjura de los necios tiene sus días contados.

La Conjura de los necios tiene fecha de caducidad.

La Conjura de los necios es algo que nunca debe preocupar.



La Conjura de los necios es su peor arma de cristal.

domingo, 10 de febrero de 2019

Mi lucero


Allí al fondo se ve una luz, una luz que brilla como ninguna, una luz que nunca deja que la noche se cierre del todo sobre mí.
Es mi estrella de Belén, que me guía de vuelta. Aunque me aleje, la necesito cerca; necesito sentir que brilla aun cuando cierro los ojos, necesito saber dónde ir los días de tormenta, y necesito refugio para las tormentas.

Una luz que alumbra un camino, el camino de vuelta sobre mis pasos, sobre mis errores y aciertos, de mis recuerdos y mis tormentos, una luz que me dice que es mi casa, que me quiere, que me ama, y que vuelva sin importar lo que pasa.
Y es que de nuevo me he caído y me he equivocado, cuando estaba intentando no hacerlo. Estaba tan preocupado de no equivocarme que ni si quiera pensé en acertar, y con las mismas, me he vuelto a caer y siempre va a peor.

Sé que cada caída duele, sé que cada caída impacienta, desespera, porque parece que nunca seré capaz de coger el rumbo correcto a base de caídas; y aunque te rindas, mi luz, solo quiero que lo hagas sabiendo que lo sigo intentando.
Como todo ser humano, estoy lleno de errores, porque siempre han querido que creamos que somos la creación perfecta, y lo somos, somos la creación perfectamente imperfecta. Y me he caído por no ser consciente de la magnitud de las cosas, esta vez no hay excusa, ni si quiera un intento de justificación o defensa, no puedo hacerlo. Me he caído con todo el equipo, y he vuelto a decepcionarte a ti, y a mí.

Cansa, canso, lo entiendo. Nadie dijo que el camino fuese fácil, pero tampoco dijo nadie que iba a ser tan abrupto, tan lleno de obstáculos, de caídas, de dudas…
Y se me ha hecho de noche otra vez y no te encuentro, mis tormentos no me dejan ver más allá de mis irresponsabilidades, mis errores me nublan el cielo que habíamos pintado con tanto esfuerzo. Mis letras no parecen suficientes este Carnaval, y me he vuelto a perder. Me ha podido el carnivalismo y no he visto más allá de mi disfraz, sin darme cuenta de que tu seguías iluminando el camino a seguir.
Y en este silencio infernal en el que no paro de pelearme conmigo mismo, solo hace eco un “lo siento” y la culpabilidad rebotando contra las paredes pintadas de oscuro. Y yo sigo en medio de todo esto, mirando, buscando entre mis miedos cómo seguir. Pero no puedo porque te necesito a ti.
Necesito seguir intentándolo, seguir siendo tu prisionero, y necesito caerme otras mil veces y que me levantes con tu bendita paciencia, necesito tu ternura incansable, tu sonrisa mañanera que nunca se da por vencida, necesito el llanto inmortal del que aprender, necesito tu fuerza y tu comprensión ante mi agotadora cantinela…

Necesito tu luz, necesito que me guíes en mi deriva porque mi barco vuelve a zozobrar, y aunque no me la merezca, la seguiré necesitando; aunque esté lleno de fallos, seguiré necesitando que me corrijas; porque si no, seguiré siendo un pobre perdido y sumido en mi eterna oscuridad.



Y aquí me quedo esperando a que tu faro se encienda, esperando que me ilumine otra vez, con una disculpa en el alma y una flor en la mano; porque si no se enciende, me vuelvo a perder.

miércoles, 30 de enero de 2019

Back again


¿Qué tal?

No tenía pensado escribir, la verdad, pero es que cuando he abierto la ventana ha soplado un viento de febrero y no lo he podido evitar.

Empieza mi año nuevo de verdad. Después de que la desdicha y la pena me apartaran de este veneno el último febrero. Pero aquí estoy, de vuelta, con otra historia, si es que se me deja. Todavía no me creo que haya pasado un año, se ha ido volando.

Y como no, este año no puedo faltar. Este febrero huele distinto, huele a algo que no había olido en muchos años: tranquilidad, risas, nostalgia, este febrero tiene un perfume tan noble como la madera. Sin ninguna duda, huele diferente porque es diferente, y eso no me lo he inventado yo, es la pura verdad.

Podría recordar mi rutina perfecta desde que llego en autobús hasta que me marcho apenado, con toda la pintura, las risas, los momentos, los amigos, los cubatas y los cigarros de por medio. Pero eso ya está muy visto, y sabéis que este año la rutina va a ser la misma, solo que voy a disfrutarla como no pude hacer el pasado.

Hubo gente que, para mi gozo y cariño, me echó de menos, y me lo repitió hasta la saciedad sabiendo que en esas fechas me levantaría mucho la moral a pesar de la pena que me mataba por dentro. Y hubo otros que, haciendo memoria, cuando les mencioné ese simple hecho, hicieron como si la conversación fuera superficial y vacía cambiando de tema. Esta vez, este año, los primeros están, los que siempre estuvieron al pie del cañón, los que parecían de papel y son de roca dura sin que el viento se los pueda llevar; y los segundos, que pasaron de ser el árbol a ser las hojas caídas, se han ido. Y no puedo estar más feliz. Hay a quien esto ha llenado de dolor; hay a quien ha llenado de alegría; hay quien se siente contrariado; hay quien se siente aliviado; y hay quien consiguió lo que tanto quería. Y yo, demasiado complejo para toda la vida, he pasado por todas esas fases.

Al principio sentí dolor, dolor de pérdida, de desasosiego, ese dolor de los “¿por qué?” O los “¿cómo hemos llegado hasta aquí?” La importancia de saber que iba a costar y a doler desde el principio, pero a la vez la convicción de que todas y cada una de las decisiones tomadas eran las acertadas. Del dolor pasé a la contrariedad, de sentimiento y de razón. Mientras más orgulloso me sentía de lo que había hecho, más pensaba en qué estaría pasando, en si los demás se sentirían como yo, si habrían pasado ese dolor del principio que aún coleaba, todas las dudas asaltaban mi cabeza. Hablando, charlando, parecía el más decidido, el más firme, pero ellos lo sabían, no lo era, era un tema demasiado recurrente.

Después, a pesar de lo que se pueda pensar, me di cuenta de que todo fue de la peor forma posible, la traumática, y la que yo nunca quise. Un desenlace que acabó desmoronando viejos pilares de mi vida y erigiendo otros; un desenlace que, con el tiempo, todos hemos acabado ignorando. Y a pesar de todo esto, de saber todos los errores que pude cometer y los aciertos que me anoté, el tiempo nos dio la razón a todos, las vidas de todos y cada uno siguieron su curso y, respetando como pudo sentirse cada uno, yo me sentí feliz, alegre, contento. Terminó una pesadilla, una historia interminable, y la toxicidad desapareció. Todos tenemos nuestra propia teoría, nuestros propios enemigos, y seguramente que yo seré el tóxico y el enemigo número uno en muchas de ellas, o al menos, sé tres en que sí; bueno dos, la tercera siempre va de la mano, o de la correa, de una de las dos primeras. Y ante eso solo me queda sonreír. Mirar hacia atrás y pensar que con lo jodido que fue, con lo mal que lo pasé, y con las dudas que tuve, y ya estaba inmensamente feliz, al fin y al cabo, el tiempo me acabó dando mi razón y esta vez, acabé acertando de nuevo.

Volvieron las risas entre cervezas y cubatas, volvieron los partidos de fútbol que acababan en una discoteca, volvieron las cenas cuasi prohibidas y tan criticadas (esta vez sin críticas, porque no puede volver aquello que nunca se fue); volvieron las interminables charlas, las inolvidables noches de portal, las conversaciones profundas, los planes locos, volvimos los que nunca nos fuimos. Esto vuelve a ser como antes, y quien no ha querido quedarse, supo donde estaba la puerta para salir, así que sabe perfectamente donde está si quiere entrar de nuevo.

Sin caretas, sin tapujos, sin complejos, y junto con la alegría y felicidad, llegaron el alivio y la tranquilidad. El alivio de saber dónde estoy, quién soy, y tener al lado a todos los que quiero tener, del primero al último, con todas y cada una de nuestras diferencias y similitudes; y la tranquilidad eterna de saber que en casa me están esperando, y en la otra vida también.

¿Y qué toca ahora? Ahora que estoy alegre, tranquilo y aliviado, lleno, pleno, exultante…Así me levanté, así abrí la ventana, y así, ha pasado todo un año. Lo he vuelto a sentir como no pude el año pasado, lo he vuelto a escuchar, me he vuelto a emocionar, y me han vuelto esos nervios inevitables del primer día.

Abre la reja ya, carcelero, que mientras tenga alegría y un soplo de vida, yo seguiré…seguiré ese embrujo sobre natural de la diosa del mar…y siguiéndolo…hoy vengo aquí de juanillo, a fuego vivo…


Dispuesto a morir.

domingo, 4 de noviembre de 2018

The greatest end


Después de tanto tiempo, después de tantas aventuras…llegó el momento que hasta hace poco, nunca creí que llegaría. Supongo que es verdad lo que dicen, eso de que hay cosas que son cuestión de ciclos. Estaba claro que no podíamos ser eternos. Un comienzo abrupto, un nudo entrañable para esta historia, y un final doloroso, doloroso hasta ser asumido.

Es hasta ese punto donde duele, porque ese es el punto en el que de una vez se bajan los brazos ante la realidad. Dejan de doler las risas, las aventuras, el miedo, la tristeza, la luz entre tanta oscuridad, la estrella que tanto brillaba en el cielo a mediados de Brumario; dejan de doler los juegos, dejan de doler los poemas y dejan de doler los recuerdos.

Recuerdos que se resistirán en la memoria hasta desaparecer, aunque no creo que todos lleguen a hacerlo. Ha sido toda una vida. Y dejémoslo en que nunca fue una decisión unilateral. Simplemente han sido resquicios de una guerra que ha abierto unas cicatrices que no llegan a cerrarse. Un conflicto en el que volvieron a resaltar las diferencias que antes servían como perspectiva, acuerdo o unión, para convertirse en murallas, murallas que no se atreven a caer.

Tierra y universo decidieron que ya no forman parte del mismo ente. Que han dejado de jugar en la misma división, y cada uno ha seguido su vida. Una vida en la que ninguno ha querido pronunciarse ante una evidente decisión.  Simplemente nos hemos querido basar en cruces insignificantes, en tonterías inflamadas que ocultaban la triste realidad de que esto no era lo mismo. Y tal vez ese fue el error, o tal vez es mejor así, porque las palabras solo pueden decorar la realidad a la que hemos avocado.

Ni una mesa, ni una copa más, ni un brindis, ni un trago después; esto se veía venir. Se veía venir por el simple hecho de que después de tanto tiempo pasamos de vivir a jugar, jugar a aquello a lo que ya habíamos estado jugando con otras personas muchísimas veces, pensando en que este equipo nunca se rompería, pero el tiempo, la gente y el tiempo, siguen dando la razón a quien de verdad la tiene, por mucho que cueste entender a algunos.

Y entre tantas partidas desperté, no sé si tú lo habías hecho antes y seguías jugando, o si lo hiciste después, y tal vez haya sido hace poco, porque no descarte que aún no hayas despertado. Un despertar extraño, de realidad, salir de la caverna y mirar el Sol, la realidad que cada una de nuestras decisiones había pintado en el firmamento. Estamos tan separados como juntos creímos estar. Y así es la vida.

Cada uno elige su camino, elige con quien cruzarse, con quien compartirlo, y, sobre todo, elige quien deja de ser un compañero para ser un obstáculo que saltar, y es eso en lo que nos hemos convertido, en obstáculos saltados, apartados, deshechos de las vivencias que nos siguen marcando como personas. Y es que a alguno todavía le parece increíble pensar que las cosas sean y vayan a ser así después de todo lo vivido, de toda la oscuridad invernal que nos asoló a cada cual en su tiempo, que resurgía por Carnaval y alcanzaba su auge en los meses estivales. Pero ha llegado el invierno de nuevo, y esto ya no resiste, no se sostiene. Tú has decidido que yo mi papel es inservible, que mi opinión y mi presencia es prescindible, has decidido dejar de sonrojar tus mejillas con mis chistes, has decidido apartarme para hacer sitio a otros que ahora ocupan no mi lugar, sino el suyo propio y preferente. Has cambiado tus prioridades y yo me he quedado atrás. Y sintiéndome así, solo te puedo dar las gracias, agradecerte el hacerme ver esto para dejar de forzar sonrisas y situaciones que nunca dejaron de ser incómodas. Visto así, una puerta se cierra, sin ventanas en la habitación, una amiga se va sin que nada se muera en el alma, y una historia se acaba sin nada que contar.




Al fin y al cabo, no nos hace falta un gran final para demostrarlo.

domingo, 21 de octubre de 2018

You can go your own way


-          - Mira hoy qué somos, y mira qué fuimos.
-          - ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
-          - Podría darte mil y una razones de por qué hemos llegado hasta aquí…
-          - Dámelas.
-          - Ya ¿qué más da?
-          - Quiero saberlas.
-          - ¿Para qué? Ya he perdido la fe en que esto vaya a cambiar. O mejor dicho, volver a cambiar.
-          - No entiendo qué quieres decir.
-          - Es una historia de la que hemos hablado tanto y tantas veces para al final llegar a este punto, que no     me gustaría volver a repetirla.
-          - Pues yo creo que no me he enterado…
-          - O no te has querido enterar.
-          - Habla claro.
-          - Te has caído.
-          - ¿De dónde?
-          - De ese pequeño pedestal en el que siempre te he tenido. De ese Olimpo en el que siempre has           reinado. Simplemente te has caído, y no te culpo, yo soy el primero que defiende que hay que ser     egoísta en muchas ocasiones, y priorizar ser feliz, que es como realmente podemos ayudar a los   demás a ser feliz. Y creo que es lo que tú estás haciendo, simplemente, a lo mejor yo no me lo     esperaba así.
-        -   Sigo sin entenderlo del todo.
-          - Pues no será por no haber hablado claro. Todos sabemos lo que ha pasado, todos sabemos cómo     todo ardió en llamas. Todos seguimos un camino que tú marcaste, para que al final todo ardiese.
-          - Yo no pretendía ver todo arder.
-          - Ya no me lo creo. Lo siento pero no me lo creo. He defendido tu ceguera hasta el fin del mundo, me he partido la cara por defender tus teorías más veces de las que tú crees y sabes. Pero ya lo sabes, no hay peor ciego que el que no quiere ver. Aunque a lo mejor lo has hecho tan bien que nos has engañado.
-          - Pero…
-          - Ya he dejado de creer. No en las hadas…en ti. O en tu cuento de hadas, depende de cómo quieras     mirarlo. No me creo que las circunstancias sean las que te han llevado hasta aquí, tampoco me creo  que te hayas quedado quieto para ver todo pasar a tu alrededor, sin actuar, acurrucado en una esquina llorando desconsolado. No me lo creo ni me lo quiero creer porque los hechos han demostrado que no me lo puedo creer.
-          - Yo siempre he hecho lo que más feliz me ha hecho.
-          - Entonces no me cuentes más historias. Ya has demostrado lo que te hace feliz. Había y hay muchas    teorías de todo esto, muchísimas, y no sé cuál creerme.
-          - ¿Muchas?
-          - Sí, bastantes. Y todas nos llevan aquí y ahora. Pero la única en la que he dejado de creer es en la     tuya.
-          - Siempre he sido sincero contigo y no voy a dejar de serlo. Sabes perfectamente cuál es mi situación     ahora mismo y sabes que no puedo hacer más.
-          - ¡Ves! Eso es. ¿Cómo que no puedes hacer más? ¿te han atado de pies y manos?
-          - No.
-          - Claro que no, es que has llegado aquí tú solito, haciendo cosas y tomando decisiones. Ahora mismo eres las consecuencias de todas esas cosas; has sido y ahora estás siendo. Y no hay más. Y como eres eso y no otra cosa, no puedo aceptar ese discurso, no puedo aceptar tu papel de víctima. Tú mismo has decidido actuar así, antes y después de todo, y como tú mismo lo has decidido, tú mismo eres el que está aquí hablando conmigo. Has podido actuar de mil maneras pero has elegido la tuya, la que a ti te hace más feliz, y aunque opine que lo podrías haber hecho bastante, por no decir extremadamente mejor de lo que lo has hecho, lo respeto, todas y cada una de tus decisiones, pasadas, presentes y futuras. Pero todo ha estado, está y estará en tu mano, y tú mismo te has retratado. Al igual que tú seguirás tomando una serie de decisiones que hacen que esta decisión sea un completo agravio, todas las consecuencias llegarán poco a poco, y he aquí la primera.


En ese momento, bebió el último sorbo de la que podía ser su última copa, se levantó y abandonó la sala; cerró la puerta para quién sabe si volverla a abrir o no.