domingo, 15 de junio de 2014

Sin pulso, sin ganas.

Querer algo como nunca se ha querido antes, simplemente por ser natural, por no tener que andarse con cuidado para realizar cualquier movimiento en el tablero. Poder dejar la vida pasar, poder despreocuparse y vivir la vida sabiendo que dos miradas se cruzarán en un punto fijo. No necesitar salir a buscar la Luna cuando no está, poder hablar sin primero pensar. Todas las sensaciones del mundo dentro del órgano vital, ese mismo del que dependen todos, por algo será que la responsabilidad de los sentimientos se le achaca a él. Puede ser que sea mucha tarea y necesite un descanso, un tiempo de soledad para poder respirar, unas vacaciones en el Caribe para poder funcionar correctamente como buen trabajador.

Menudo discursazo. Aquí las cosas van como a uno le da la gana. Si a alguien le hacen daño, no creo que vaya a andarse con tropelías y romanticismos para conquistar más princesas, a menos que seas el gran poeta de las corduras, y tengas más adjetivos que pelos en la cabeza, capaz de formar una frase llena de adyacentes para caer otra vez en el desamor, la pena, el alcohol, el tabaco, el humo, el carmín en la almohada, el perfume en las sábanas y la pena en el alma. El mundo nunca se ha movido por los llorones, y mira que está lleno de ellos, el mundo lo mueven los soñadores, los genios, las personas de acción, los que no se paran para ver la vida sino que es la vida la que debe pararse para recordar si han pasado por allí. Las lágrimas ahogan y las risas activan.
 Pero ahora el poeta es feliz, ya no sufre, ya no llora, aprovechó su oportunidad, claro, la única que se le presentó y aunque no lo parezca, de mala gana. Ahora vivimos en el País de las Maravillas con más cabeza que la Reina Roja, un personaje donde los haya.


Hay que buscar, correr, volar, cacarear, porque esa palabra de cinco letras que ni me atrevo ni me gusta pronunciarla no es un regalo, aunque puede valer más que eso. Incluso los corazones maltratados y sin estrías nos creemos esas historias tan bonitas que salen en la caja o en las cartas y los libros con la última esperanza de que si nuestra búsqueda termina, nos acaben encontrando.


Basta con tener los pies pegados y en el suelo.