Querer algo como nunca
se ha querido antes, simplemente por ser natural, por no tener que andarse con
cuidado para realizar cualquier movimiento en el tablero. Poder dejar la vida
pasar, poder despreocuparse y vivir la vida sabiendo que dos miradas se cruzarán
en un punto fijo. No necesitar salir a buscar la Luna cuando no está, poder
hablar sin primero pensar. Todas las sensaciones del mundo dentro del órgano
vital, ese mismo del que dependen todos, por algo será que la responsabilidad
de los sentimientos se le achaca a él. Puede ser que sea mucha tarea y necesite
un descanso, un tiempo de soledad para poder respirar, unas vacaciones en el
Caribe para poder funcionar correctamente como buen trabajador.
Menudo discursazo. Aquí
las cosas van como a uno le da la gana. Si a alguien le hacen daño, no creo que
vaya a andarse con tropelías y romanticismos para conquistar más princesas, a
menos que seas el gran poeta de las corduras, y tengas más adjetivos que pelos
en la cabeza, capaz de formar una frase llena de adyacentes para caer otra vez
en el desamor, la pena, el alcohol, el tabaco, el humo, el carmín en la
almohada, el perfume en las sábanas y la pena en el alma. El mundo nunca se ha
movido por los llorones, y mira que está lleno de ellos, el mundo lo mueven los
soñadores, los genios, las personas de acción, los que no se paran para ver la
vida sino que es la vida la que debe pararse para recordar si han pasado por
allí. Las lágrimas ahogan y las risas activan.
Pero ahora el poeta es feliz, ya
no sufre, ya no llora, aprovechó su oportunidad, claro, la única que se le
presentó y aunque no lo parezca, de mala gana. Ahora vivimos en el País de las
Maravillas con más cabeza que la Reina Roja, un personaje donde los haya.
Hay que buscar, correr,
volar, cacarear, porque esa palabra de cinco letras que ni me atrevo ni me
gusta pronunciarla no es un regalo, aunque puede valer más que eso. Incluso los
corazones maltratados y sin estrías nos creemos esas historias tan bonitas que
salen en la caja o en las cartas y los libros con la última esperanza de que si
nuestra búsqueda termina, nos acaben encontrando.
Basta con tener los pies pegados y en el suelo.