Son los desengaños de la propia vida los que nos hacen
reflexionar sobre ella. Es el despertar del día siguiente el momento en el que
se te agolpan los recuerdos más recientes. Es la vida de perro la que siempre
acaba en la calle. Es la actitud, son las maneras, los actos y sus
consecuencias, lo de siempre; es la forma de caer después de haber remontado el
vuelo.
La cabeza vuelve a hacer de las suyas, vuelve a recordar en
vez de pensar, vuelve a hacer llorar al corazón una madrugada más, vuelve a
darse uno de sus golpes, de los duros, de los que se cae con todo el equipo, de
los poéticos. Ha llegado el momento de dejar de creer en lo que fue o lo que
pudo ser, en lo que podría haber sido y
lo que podrá ser, todo lo que hay es lo que es, es la realidad misma, la de
dentro y la de fuera, la que te deja tirado en el suelo en cuanto te despistas.
Esta vez parece que fui yo quien pidió la Luna, o una
estrella, y me vendieron una piedra, intenté ser quien no era y acabé
traicionándome a mí mismo. Son las historia de taberna de siempre, los tangos
que acaban escuchándose solo mientras veo bailar a las demás parejas. Es el
tiovivo de la vida, es el zarpar de nuevo saliendo del puerto que parecía un
hogar y no lo fue nunca, es la hora de dejar de hacer dramas de las comedias,
de dejar de escuchar los cuentos de siempre simplemente porque se cumplan a mi
alrededor, es hora de creer de verdad en lo que tengo que creer, en mí.
No se puede sacar de la calle a quien vive de ella, no se
puede vender un corazón al mejor postor sin saber nunca quién es su dueño. Otro
capítulo que termina con un final inesperado, aunque solo sea inesperado para
mí, esta vez ya no hay lágrimas que secar, no hay recuerdos que guardar, no hay
páginas para romper, solo hubo una resaca interminable y una lección aprendida.
El orgullo vuelve a ser quien preside la mesa del desayuno, la ira incita a lo
que nunca conviene, sentada a la derecha; y la pena, a la izquierda, ni se
inmuta. A la derecha se acumulan todos los recuerdos infelices que algún día me
volverán loco de atar; a la izquierda, impasible, unos sentimientos demasiado
habituales como para ser relevantes, un comensal más en la reunión, un mejor
amigo habitual, una sombra que pasa desapercibida entre las demás.
Un marajá que se llevó a la cortesana y un escritor que
duerme solo por milésima y tres veces, otra vez que no coló la historia, otra
vez que toca cambiar de rumbo, una más, una decepción más, una lección, y en el
fondo, una alegría por su corta duración.
Levad anclas, a proa, popa, estribor y babor, todo
preparado, comienza otra gran y nueva aventura.
Fin del capítulo.