Una de las grandes desventajas de este trabajo, de esta
forma de vida, siempre fue buscar el equilibrio cuando lo has perdido. Encontrar
esa inspiración que me devuelva al buen
rumbo. Y otra vez me encuentro ante el
mismo paisaje de siempre, el que tambalea y corta mi cuerda, el que me hace caer de
la manera más estrepitosa posible. No sé si ha sido cuestión de mentirme a mí
mismo durante todo este tiempo o ha sido cuestión de creerme esas mentiras
convirtiéndolas en mi verdad absoluta, pero de nuevo esto tiembla como nunca.
¿Y qué voy a hacer? ¿Huir? ¿Enfrentarme al problema? Voy a
solucionarlo a mi manera, a la que yo solo tengo y yo solo sé.
Sentándome en la
arena de esa vieja playa, entre el mar y el cielo, mientras el rumor del aire
desprende un lamento que desgarra el alma. Disfrutar del eco que retumba en sus
cuevas, el de aquellas voces negras que sufrieron la misma desdicha que yo. Le
pediré al carcelero que abra ya estas rejas que no me dejan ver más allá. Que
mientras tenga alegría y un soplo de vida, yo seguiré siempre en la brecha.
Cantando a mi modo, sin afán de gloria, como un Juanillo ardiendo en la noche
de un 24 de junio. Todo ello tras la máscara de la vida, esa que hay que
ponerse cada vez que se vive en sociedad. Recorrer las calles de ese barrio que vive al mismo compás que
yo, ese barrio que lleva al divino templo de la pasión incontrolable, donde
curar las penas y desventuras después de tantas y tantas travesuras. Como un
trotamúsico huyendo de la tierra malvada a la que llegué por el camino que la
divina providencia me marcó. Navegando sabiendo que por más que yo cante,
siempre un principiante toda mi vida seré. Luchando contra mis propios molinos,
como un Quijote del Sur sin Dulcinea. Sabiendo que estamos dos, el Poniente y
el Levante, enamorados del mismo talle y por sus huesos locos. Ninguno quiere
que el otro le ronde sus calles. Por las esquinas y azoteas, lo requiebran sin poder evitarlo...y se
enamoran. Ese Levante cuando está desafiante, loco de amor delirante que lo
vuelve medio loco; salta el Poniente, salta para echar al Levante. Uno arrullando y
otro muerto de celos; y en el del medio, está bebiéndose los dos vientos.
Sentado en la puerta del Gavilán, observando cómo las nubes
se disfrazan a su paso y me engañan entre lamentos al verme desesperado otra
vez. Buscando entre ellas esa Quintaesencia que vuelva a recordarme qué pie va
delante del otro para volver a ser el de antes. Y yo simplemente pensando en
que el día que yo me muera, que nadie me traiga flores, que nadie encienda una
vela y por mí que nadie llore. El día que yo me vaya en alegre pasacalles, que
me lleven a mi paraíso, pocos sabrán dónde está, el que me parió. Pero el
camino sigue, lleno de locuras, de Martín Burton o de Burton Martín, que
siempre me tienen loco perdido.
Y de nuevo aquí, donde está el riesgo y el peligro, sin otra
mentalidad y decisión que echarle genio, a la vida, echarle genio; sin otro
objetivo que ser invencible; sabiendo que al fin y al cabo todo es ley de vida, volver a mirarte y decirte que…
Se acabó el cuento.