domingo, 4 de noviembre de 2018

The greatest end


Después de tanto tiempo, después de tantas aventuras…llegó el momento que hasta hace poco, nunca creí que llegaría. Supongo que es verdad lo que dicen, eso de que hay cosas que son cuestión de ciclos. Estaba claro que no podíamos ser eternos. Un comienzo abrupto, un nudo entrañable para esta historia, y un final doloroso, doloroso hasta ser asumido.

Es hasta ese punto donde duele, porque ese es el punto en el que de una vez se bajan los brazos ante la realidad. Dejan de doler las risas, las aventuras, el miedo, la tristeza, la luz entre tanta oscuridad, la estrella que tanto brillaba en el cielo a mediados de Brumario; dejan de doler los juegos, dejan de doler los poemas y dejan de doler los recuerdos.

Recuerdos que se resistirán en la memoria hasta desaparecer, aunque no creo que todos lleguen a hacerlo. Ha sido toda una vida. Y dejémoslo en que nunca fue una decisión unilateral. Simplemente han sido resquicios de una guerra que ha abierto unas cicatrices que no llegan a cerrarse. Un conflicto en el que volvieron a resaltar las diferencias que antes servían como perspectiva, acuerdo o unión, para convertirse en murallas, murallas que no se atreven a caer.

Tierra y universo decidieron que ya no forman parte del mismo ente. Que han dejado de jugar en la misma división, y cada uno ha seguido su vida. Una vida en la que ninguno ha querido pronunciarse ante una evidente decisión.  Simplemente nos hemos querido basar en cruces insignificantes, en tonterías inflamadas que ocultaban la triste realidad de que esto no era lo mismo. Y tal vez ese fue el error, o tal vez es mejor así, porque las palabras solo pueden decorar la realidad a la que hemos avocado.

Ni una mesa, ni una copa más, ni un brindis, ni un trago después; esto se veía venir. Se veía venir por el simple hecho de que después de tanto tiempo pasamos de vivir a jugar, jugar a aquello a lo que ya habíamos estado jugando con otras personas muchísimas veces, pensando en que este equipo nunca se rompería, pero el tiempo, la gente y el tiempo, siguen dando la razón a quien de verdad la tiene, por mucho que cueste entender a algunos.

Y entre tantas partidas desperté, no sé si tú lo habías hecho antes y seguías jugando, o si lo hiciste después, y tal vez haya sido hace poco, porque no descarte que aún no hayas despertado. Un despertar extraño, de realidad, salir de la caverna y mirar el Sol, la realidad que cada una de nuestras decisiones había pintado en el firmamento. Estamos tan separados como juntos creímos estar. Y así es la vida.

Cada uno elige su camino, elige con quien cruzarse, con quien compartirlo, y, sobre todo, elige quien deja de ser un compañero para ser un obstáculo que saltar, y es eso en lo que nos hemos convertido, en obstáculos saltados, apartados, deshechos de las vivencias que nos siguen marcando como personas. Y es que a alguno todavía le parece increíble pensar que las cosas sean y vayan a ser así después de todo lo vivido, de toda la oscuridad invernal que nos asoló a cada cual en su tiempo, que resurgía por Carnaval y alcanzaba su auge en los meses estivales. Pero ha llegado el invierno de nuevo, y esto ya no resiste, no se sostiene. Tú has decidido que yo mi papel es inservible, que mi opinión y mi presencia es prescindible, has decidido dejar de sonrojar tus mejillas con mis chistes, has decidido apartarme para hacer sitio a otros que ahora ocupan no mi lugar, sino el suyo propio y preferente. Has cambiado tus prioridades y yo me he quedado atrás. Y sintiéndome así, solo te puedo dar las gracias, agradecerte el hacerme ver esto para dejar de forzar sonrisas y situaciones que nunca dejaron de ser incómodas. Visto así, una puerta se cierra, sin ventanas en la habitación, una amiga se va sin que nada se muera en el alma, y una historia se acaba sin nada que contar.




Al fin y al cabo, no nos hace falta un gran final para demostrarlo.