lunes, 4 de diciembre de 2017

Ave Phoenix

“Al amanecer, consumido en llamas, entre el fausto fuego…”

Fuego, el cuarto elemento, el más destructivo, ese es el que hace falta. Hace falta borrar todo, palabras, imágenes, vivencias, incluso recuerdos inadecuados, todo reducido a cenizas. Hay que eliminar toda huella o rastro de lo que ha sido y es esta realidad a la que hemos llegado.
Todo necesita desaparecer, es ley de vida, y como el fénix, debe resurgir más fuerte. Y este es el ciclo que parece la solución. Todo crece fuerte, robusto, resistente, invencible incluso. Tiene una larga vida, superando muchas veces la media o lo que se cree que es la media. Mientras, va haciéndose más grande, aprendiendo de errores, erigiendo lo que es y lo que va a llegar a ser.

Pero siempre aparecen grietas.

Dentro y fuera de esa perfección, todo empieza a cambiar. Aparecen heridas externas, superficiales, nada de lo que no se pueda salir con el máximo esfuerzo de siempre, pero cada vez duele más, cada vez cuesta más. Hay algo que ha dejado de funcionar, es como si una parte de todo el ser, se hubiese desprendido. Y aparecen heridas externas, que nunca dejan cicatriz; profundas y dolorosas de las que siempre dejan restos y nuevos recuerdos, de esos que hay que borrar.

Y así, poco a poco las partes se van desprendiendo, separándose del ser, cada vez más pequeño y más solo. Hasta verse en su mínima expresión, luchando por sobrevivir y recordando lo que un día fue, lo que logró y lo que quiere volver a ser. Y es en ese momento cuando se da cuenta de que todo lo que se ha desprendido y caído, todo lo que le ha dolido y minado, son simples consecuencias de todo lo que había hecho durante su larga y próspera vida. A veces llega incluso a arrepentirse, y en otras se consuela con lo que hizo. Pero en ese momento de dolor y orgullo, de incapacidad y sensatez, decide arder.

Arder, y entre las llamas, reducir a cenizas su núcleo, haciendo desaparecer las peores reminiscencias de todos los errores e incluso aciertos que cometió. Terminar con un incendio todo lo que supuso su ser. Y dejarlo reposar, huir, y despedirse, aprender de él y entonces, cuando todo esté de nuevo en silencio, renacer. De entre sus propias cenizas, cual ave fénix, fuerte y robusto y sabiendo el nuevo vuelo que puede coger. Pero, ¿quién sabe?



 Siempre fue un mito.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Despierta, teatro de mis sueños

Cuando este teatro se queda vacío, salgo de mi escondite como siempre ha sido. Y rebusco y rebusco entre sus bambalinas, para coger las cositas que aquí con los nervios la gente se olvida. Y poquito a poquito cojo todo lo que veo. Y poquito a poquito ya tengo un museo.

Cuando acaba el espectáculo, todo es diferente, todo es oscuro, no se ve ni tan si quiera el patio de butacas desde el escenario, y tengo que guiarme por la intuición de tantos años aquí para llegar a ciertos sitios. Hay veces que simplemente me quedo tumbado en cualquier asiento observando el paraíso; y otras, en cambio, veo todos mis recuerdos pasar encima del escenario.

Este teatro ha sido la casa de los mayores espectáculos que jamás haya visto, y también de los peores bochornos que he podido contemplar. Pero todo cambia cuando el público se va, cuando el movimiento empieza a ser hacia dentro y no hacia fuera de bambalinas. Como soy un duende, y nadie me ve, muchas veces he podido ver y escuchar cosas que nadie creería, y que nadie querría que supieran los demás. Y así, he pasado muchos años, como guardián de este teatro, a veces en compañía y otra veces solo, pero siempre velando porque todo siguiera funcionando como hasta ahora.

Pero últimamente, han dejado de gustarme las funciones, las pantomimas, los espectáculos nuevos, y estoy empezando a agotarme. He visto que detrás de bambalinas ya no son todo risas y espíritu de colaboración sino tramas y secretos que al parecer no todos deben conocer. He escuchado tantas verdades como mentiras, y tantas mentiras convertidas en verdades que ya no sé distinguir unas de otras. Incluso he llegado a pensar, que la labor de los duendes aquí no se ha valorado lo suficiente a lo largo de estos años.

Esta vez, detrás del escenario, en la trastienda de este…digamos que no sé cómo definirlo…no espero nada después de la función final. La cual no espero ni si quiera que se produzca. Me he paseado todos los días, como de costumbre, por todos los rincones sin que nadie se percatase de mi presencia, o simplemente disimularon muy bien no hacerlo. Y ha llegado un punto en el que no le veo sentido a esto. Este ya no es mi teatro, estas cosas ya no las puedo guardar, no las puedo esconder, casi sin haberme ausentado todo ha cambiado en un instante y no entiendo los nuevos mecanismos. Ya no sé subir el telón, ni siento la misma emoción de antes cuando lo hacen otros; ya no sé quién se coloca en el foso de la prensa, y la verdad es que tampoco me interesa; ya no sé ni cómo correr las cortinas, y la verdad es que no me he preocupado en saberlo.

He dejado de comprender la esencia de este teatro, de sus espectáculos; y para mí, ha perdido su esencia y su magia, la de antes, la que me enganchaba cada vez que sonaba un acorde. Sé que algunos piensan que puedo ser un anticuado, que tengo una manera de ver las cosas que ya no funciona; otros pensarán que mi manera es totalmente acertada y normal, que es ir un paso por delante del resto; y otros simplemente piensan que yo soy el problema de que este teatro haya dejado de funcionar y cada vez tenga menos público. Así que he decidido que es el momento de marcharme.
Siempre había escuchado que ahí fuera todo está hecho de plata, que soy muy vulnerable, que no funcionaría en ese ecosistema de peligro. Pero a mí me da igual que a los duendes nos mate la plata, vivir con miedo a lo desconocido, en contra de algunos refranes, siempre ha sido la cárcel del ser humano.  Y yo no lo soy.

He escuchado tantas historias, buenas y malas, he conocido a tanta gente que acudía a veces al teatro para marcharse después de un par de funciones, incluso a gente que no ha llegado a trabajar en él y solo venía a observar el espectáculo desde fuera porque decía que este teatro tenía algo malo que aquellos que lo habitaban no podían ver. Por aquí han pasado gallos, gatos callejeros, estorninos colorados, y todo tipo de animales; locos por nuestra fiesta, millonarios, cubanos, brujos, condenados, hasta un batallón de muñecos e invencibles. Pero todo sucumbió a la Ley de vida.


Pero yo, desde dentro, creo que me he dado cuenta, en mis miles de defectos, de lo que le pasa a este teatro. Y no veo aires de cambio, ni guiones diferentes, no veo sorpresas, y justo cuando las esperaba, en la función final, volvieron a decepcionarme. Así que ha llegado la hora de abandonar, al menos hasta que lo eche de menos, este teatro de mis sueños.


Hasta pronto, viejo amigo.

domingo, 5 de noviembre de 2017

Amanecer

“Ya están saliendo los rayos de Sol. La madrugada por fin murió. Abre los ojos, levántate ya,  sal a la calle que hay que luchar. Grita con fuerza, que no te callen. Tú eres el gallo del corral.”

Algunos pueden tomárselo como una declaración de guerra, otros, pocos, posiblemente lleguen a… ¿entenderme? No he armado ningún ejército ni comando ningún batallón pero todos sabemos cómo funciona esto. Es cuestión de prioridades, y eso es algo que he escuchado mucho a lo largo de estos últimos meses.

Dije que volvería, dije que volverían, y aquí estoy, aquí estamos. Con fuerzas bastante renovadas. Lo echaba de menos, pero nunca pensé que la máquina del tiempo fuera a funcionar. Esta vez, no contaré el escenario, esta vez quiero ser más claro, más maduro, todos hemos crecido y sabemos asumir las consecuencias de nuestros actos, y por supuesto, también sabemos que siempre hay a quien no le agrada tanto como a otros.

Ha sido como el comienzo de una noche de San Juan, un año, ese plazo me di. Un año para ir colocando las brasas una a una antes de que todas ardieran con fuerza. He escuchado tantas verdades escondidas por el orgullo y el sectarismo que nunca he sido capaz de ver con tanta claridad como ahora, siempre desde mi punto de vista.

Yo he estado dentro de la caverna, viendo como la gente se iba y volvía cuando le convenía. Yo he sido el primero en hacer mala crítica por la espalda de todos los que han hecho eso, sí, el primero y posiblemente el más contundente. Pero yo no vivo de esto, no es mi día a día, y eso hay más de uno que se niega a entenderlo.

He escuchado acusaciones a un lado y al otro del parlamento. Hacia los de dentro y hacia los de fuera. He visto como a mí mismo me la jugaban por la espalda y como justificaban el comportamiento de quienes llevan años peleando por más de uno como si fuera una manada de leones. La necesidad del liderazgo, ¿qué liderazgo? La torre más alta cayó y calló, y no se puede creer lo que no es, lo mire por donde lo mire. Se acabó el cuento.

He visto tintes de régimen dictatorial, porque esta historia es muy larga y ha dado tiempo a todo. Pasando cartillas de racionamiento, o lista en un ejército cuando simplemente una cerveza entre amigos es más que suficiente.

He visto el baremo que se ha utilizado, un baremo que yo mismo he usado mil y una veces, y más. Pero nunca a la inversa, como sí que parece que puede permitirse a más de uno. He visto a leones convertirse en corderos, a Fernando el Católico mandar menos que Isabel. He visto como, cuando menos lo esperaba, a quien pude considerar aliado, ha cambiado las tornas de la historia sin ni si quiera consultarme.

He visto tantas cosas, que respeto, pero no comparto. He llevado por bandera y estandarte algo con lo que ahora no concuerdo, que es normal plantearse la vida de otra manera. No se puede vivir eternamente en la caverna. Hay mundo ahí fuera, hay muchos sitios que recorrer, muchos lugares que descubrir, y sobre todo, muchas personas que dejan huella para bien o para mal.

Y mi prioridad, ahora, soy yo. Para otros es un grupo, una causa, una persona, una voluntad, una servidumbre eterna a la que solo se ata con cadenas que le alejan de lo que está sembrando (solo espero que sea eterno porque la soledad es muy cruel para cualquiera). Salvo a dos de ese Titanic, puedo decir que ahora mismo salvo a uno. Mi prioridad sigo siendo yo, mi estado de salud, mi familia, mi gente, y hay que saber reconocer cuando se cometen errores. Nadie está sentado a la derecha del Padre.

Y a mí, alto y claro, ha llegado un punto en el que la caverna y sus cadenas no me benefician. Puede que lo de fuera tampoco, pero el ambiente, repito, porque ya sé que hay quien tergiversa mis palabras en su propio beneficio sin darme oportunidad de defenderme, el ambiente, no las personas, no me beneficia. Y lo de fuera es un peligro constante, una hipocresía dirían algunos, pero estoy dispuesto a todo menos a defraudarme a mí mismo. Que lo entienda quien quiera y se lo quede para él.
No, no he montado ningún ejército, no me hace falta. No ha vuelto Alemania, ni tampoco el Capitán Garfio. Ha vuelto Ísimo, que hace mucho que se había ido. Y quien quiera una declaración de guerra, puede usar esto como pretexto. Y quien quiera entenderme, me alegraría saberlo. Pero que todo sea una realidad a simple vista, que no caven túneles para aparecer de la nada.


Y ahora voy a ser muy claro: Yo no estoy. Yo voy por temporadas. Yo he visto cosas que no me han gustado, al igual que he dicho y hecho cosas que no han gustado, se llama errores, y son muy típicos del ser humano. Yo no voy a permitir que aquellos que no se han preocupado por mí ni en las buenas ni en las malas acudan a ver un espectáculo, porque es lo que parece. Y mucho menos a que me reprochen comportamientos pasados que nada influye en ellos y mucho menos en mí su opinión. Es el eterno sistema de prioridades que nos hemos montado, y ahora yo solo tengo una prioridad (egoísta, inmadura, egocéntrica, pero realista, la del Buscavidas):


Yo.
"Yo soy la guerra, yo soy la rabia, yo soy tus ganas de luchar. Yo soy el gallo que vive dentro de quien se quiere despertar."

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Ley de vida

Lo que soy, lo que fui, lo que pude ser. Lo que seré, lo que podré ser. Yo y todas mis circunstancias. Mis logros y mis fracasos. Y sobre todo, mis sueños e ilusiones. Ha llegado el momento de guardar algunos en un cajón, no por innecesarios, sino por insuficientes. No,  no ha nacido una sola lágrima, nada ha muerto en el alma ni han arrancado esa rosa. Es el momento de dejar que coja las riendas  el de arriba, ese del que me había olvidado hace tanto tiempo y que tantos favores me había hecho. El que me avisaba de cada obstáculo en el camino, incluso de los repetidos, para que no vuelva a caer; el que veía más allá del camino de baldosas amarillas que tanto me ha engañado; el que se daba cuenta antes que nadie de todas las pantomimas con las que jugaba; el que transformaba un cuplé desternillante en el pasodoble más triste o serio que había podido escuchar.

Te he echado de menos, y mucho, y siento haberte dejado de lado todo este tiempo. Últimamente me he dejado guiar por tu antítesis, por ese verbo de la misma conjugación, el que nunca quise pronunciar, y he dejado en el cajón el tuyo. Dejé de aprender de mis recuerdos para llenarlos de epidemia y sufrir.  A ver quién es el listo que me cambia a mí ahora un día de verano por uno de invierno. Lo sé, me lo dijiste, y no debía haberme atrevido a hacerlo, pero sabes que lo necesitaba, tenía que intentarlo al menos una vez para saber qué era, si es verdad eso que todos dicen que estaba haciendo mal. Pero yo sigo siendo yo y mis circunstancias, y se equivocaron. Y también me equivoqué yo, transformé las mentiras e verdades de tanto decírmelas a mí mismo, y te olvidé.
Pero aquí estoy otra vez, en el suelo, a punto de hacer lo que mejor se me da, levantarme de nuevo, y me he acordado de ti. De los consejos que me dabas, de lo precavido que eras, de las ideas que me dabas, esas estrategias que solo nosotros entendíamos, esas formas de justificar todos mis actos en una sola frase sin que nadie pudiera cuestionarme. Contigo me gané aquella fama hace tantos años, la que hemos lastrado hasta hace bastante poco, a veces echo de menos aquellos tiempos, en los que en mi cabeza no rondaba el esconderme, el tener cuidado, en los que mi alma era la que era, la de un simple chaval de 16 libre y sin preocupaciones. Ahora esto me satura.

He decidido que esta vez no voy a levantarme, que necesito empatizar con todo aquello que olvidé, que tengo que dejar aquí en el suelo todas las verdades que yo mismo he creado y volver a la realidad, a mi realidad. Porque esconderme, ser otro, vivir a base de impulsos, eso no funciona. He aprendido una lección muy importante. No puedo forzarme a nada, no puedo intentar aquello que va contra mi naturaleza, contra mi forma de ser, tengo que abrir los ojos y darme cuenta de que por mucha rabia que me dé, no puedo odiar a ese verbo de la primera conjugación. Me ha hecho sentirme libre, ¿sabes? Pero tal vez, y solo tal vez, demasiado libre como para ser verdad. No puedo maltratarlo, maniatarlo y guardarlo en el cajón, pero tampoco puedo dejar que conjugue a sus anchas por todas las esquinas de mi cuerpo.

Me he quedado otra vez con lo puesto, y tengo por entendido que me voy a volver loco, que esto desespera. Necios. Este ha sido siempre mi día a día y no puedo hacer nada mejor que vivirlo. Es caerse y después levantarse, pero no inmediatamente. Ahora quiero reflexionar, qué hice bien, qué hice mal, qué debería haber hecho, qué no debería haberme ni tan si quiera planteado, qué me ha hecho tanto daño. Son demasiadas preguntas como para andar con ellas a cuesta. Tengo que resolver todas esas dudas antes de volver a ponerme en marcha en este camino de locos que nos montamos tú y yo hace tanto tiempo. Y quiero que vuelvas, porque sin ti todo ha sido un error, sin ti no he sido yo, me he dejado llevar demasiado y se me ha ido de las manos, yo no puedo con esto si estoy solo.
Quiero volver a cantar a ese compás, quiero volver a pasear por esa playa, quiero volver a empezar. Dicen que rectificar es de sabios, pero tú y yo sabemos que lo nuestro nunca fue retractarnos de nuestros miles de errores y defectos, lo nuestro siempre fue aprender de ellos. Tú sabes, echarle genio.


Al fin y al cabo, es Ley de Vida.

sábado, 7 de octubre de 2017

Reflejos

Ya estoy de vuelta, con otra historia, si es que se me deja. Y un saludo a los ingratos que pasaron tan mal rato contemplándome entre rejas. Pasado el tiempo, como ven no desfallezco y traigo otro invento de mi fantasía. Otra fantasía de las que nunca se conoce el resultado o los propios medios para crearla; pero que siempre devuelve la magia a esta habitación. Ya le he dado suficientes vueltas a la azotea, cavilando noche y día, buscando otro enemigo, otro contra el que luchar, porque los de siempre aburren.

Primero fue por ese deseo incansable de sentir algo, algo a lo que nunca le he podido poner nombre, a lo que los demás denominaban con ese verbo de la primera conjugación; luego fue Peter Pan, incluso los propios Estados Unidos se cruzaron por mi camino antes de llegar a Nunca Jamás. Después volví a aburrirme hasta que apareció el poeta, duro rival, hasta que por fin alcancé el ritmo que me llevó un paso por delante de él y me aburrí otra vez. Simplemente me he dado cuenta de que todas mis constantes vitales sobre el papel han dependido de un antagonista que me completara, un contrario, un antagonista con el que no estar de acuerdo, un debate constante desde la crítica escondida entre metáforas y corduras de un loco que me ha dado vida durante todos estos años.

Primero fue la nación más grande del mundo, bendita metáfora que me bautizó con el título de mis metáforas. Una guerra incansable que terminó con la división de bonitas amistades, o falsas amistades, ¿quién sabe? Me daba vida saber que en lo bueno y en lo malo, todo lo que escribía colaboraba a mantener viva esa historia, como lo echo de menos.

Después llegó ese dichoso niño que nunca quiere crecer, la inmadurez en persona, un espejo donde a veces verme a mí mismo, un reflejo al que nunca odié, pero era mi papel. Todas aquellas aventuras, vuelos y viajes alrededor de la misma isla nos tuvieron en vilo durante muchos meses, hasta que otra vez la historia se terminó. Sin divisiones ni ataduras, menos mal.

Y por último, el poeta, el gran rival, el espejo artístico donde mirarme.  Mi última etapa, siempre incansable por alcanzar un objetivo al que llegue a base de odio, figurado, por supuesto. Y de repente él dejó de escribir, sacó la bandera blanca y se terminó. El camaleón nunca cuenta.

Han sido enemigos, enemigos figurados, el amor, USA, Peter Pan, el poeta, todos han marcado una etapa en mí. La del odio adolescente a las parejas que sigue coleando incluso con más de una veintena ya, la de los amigos, las uniones y los conflictos, la de la madurez, la dichosa madurez, y por último la más completa, la del crecimiento, la envidia o la repulsión, la de la mezcla de sensaciones.
Todos estos conflictos, todas estas aventuras, divisiones, uniones, sensaciones…Todo esto eran fases, etapas, que siempre tenían el sencillo trasfondo de hacerme cambiar, reaccionar ante lo que pasaba delante de mis ojos. El chico tímido y escondido que no era capaz de pedir un vaso de agua en el bar es ahora el que se fue a Roma solo, el que se ha buscado la vida en la capital y sigue dando pasos de gigante a base de cambios constantes. Pero todo tiene un significado y una conclusión, todas estas batallas, todos estos enemigos escondidos detrás de las metáforas, eran mentiras disfrazadas, de esas que se convierten en verdades. Por fin he resuelto el binomio de vuelta a la realidad, después de ser capaz de mantener el equilibrio y darme cuenta de que todo a mi alrededor es ley de vida.


Me he dado cuenta de que hay alguien que ha jugado mis cartas, que decidió seguir las reglas mientras todos se las saltaban. Alguien que se rebeló contra todos y se quedó solo durante mucho tiempo. Alguien que aprendió la lección, que aprendió a enseñar porque enseñando aprendió más. Todas estas historias, todos estos cuentos del rey de las metáforas tenían un bueno y un malo, un papel nunca asignado al azar. Había una Alemania, un Capitán Garfio, un antipoeta, siempre había un malo, un malo que perdía siempre. Un malo que ganaba las guerras pero perdía las batallas, que nunca terminaba sus historias con buen sabor de boca. Un nuevo enemigo al que por fin creo que tengo fuerzas para reconocerlo y hacerle frente. Mientras tenga alegría y un soplo de vida.

Y ese enemigo, ese nuevo enemigo, sí que es el peor de todos, uno que nunca ha tenido nada que ver con los anteriores, uno que se ha curtido a base de miedos, fracasos, palos, victorias, alegrías, uno que sabe perfectamente el riesgo que tiene todo esto y está dispuesto a seguir adelante con mi nueva pantomima, con esta fantasía que, de todas las que he escrito, se parece más a la realidad. Por fin te encontré, al fin me he dado cuenta, ahora sí que tengo que echarle genio. Eres tú.


Soy yo.

martes, 27 de junio de 2017

Ley de vida

Una de las grandes desventajas de este trabajo, de esta forma de vida, siempre fue buscar el equilibrio cuando lo has perdido. Encontrar esa inspiración que me devuelva  al buen rumbo.  Y otra vez me encuentro ante el mismo paisaje de siempre, el que tambalea y corta mi cuerda, el que me hace caer de la manera más estrepitosa posible. No sé si ha sido cuestión de mentirme a mí mismo durante todo este tiempo o ha sido cuestión de creerme esas mentiras convirtiéndolas en mi verdad absoluta, pero de nuevo esto tiembla como nunca.
¿Y qué voy a hacer? ¿Huir? ¿Enfrentarme al problema? Voy a solucionarlo a mi manera, a la que yo solo tengo y yo solo sé. 
Sentándome en la arena de esa vieja playa, entre el mar y el cielo, mientras el rumor del aire desprende un lamento que desgarra el alma. Disfrutar del eco que retumba en sus cuevas, el de aquellas voces negras que sufrieron la misma desdicha que yo. Le pediré al carcelero que abra ya estas rejas que no me dejan ver más allá. Que mientras tenga alegría y un soplo de vida, yo seguiré siempre en la brecha. Cantando a mi modo, sin afán de gloria, como un Juanillo ardiendo en la noche de un 24 de junio. Todo ello tras la máscara de la vida, esa que hay que ponerse cada vez que se vive en sociedad. Recorrer las calles  de ese barrio que vive al mismo compás que yo, ese barrio que lleva al divino templo de la pasión incontrolable, donde curar las penas y desventuras después de tantas y tantas travesuras. Como un trotamúsico huyendo de la tierra malvada a la que llegué por el camino que la divina providencia me marcó. Navegando sabiendo que por más que yo cante, siempre un principiante toda mi vida seré. Luchando contra mis propios molinos, como un Quijote del Sur sin Dulcinea. Sabiendo que estamos dos, el Poniente y el Levante, enamorados del mismo talle y por sus huesos locos. Ninguno quiere que el otro le ronde sus calles. Por las esquinas y azoteas, lo requiebran sin poder evitarlo...y se enamoran. Ese Levante cuando está desafiante, loco de amor delirante que lo vuelve medio loco; salta el Poniente, salta para echar al Levante. Uno arrullando y otro muerto de celos; y en el del medio, está bebiéndose los dos vientos.

Sentado en la puerta del Gavilán, observando cómo las nubes se disfrazan a su paso y me engañan entre lamentos al verme desesperado otra vez. Buscando entre ellas esa Quintaesencia que vuelva a recordarme qué pie va delante del otro para volver a ser el de antes. Y yo simplemente pensando en que el día que yo me muera, que nadie me traiga flores, que nadie encienda una vela y por mí que nadie llore. El día que yo me vaya en alegre pasacalles, que me lleven a mi paraíso, pocos sabrán dónde está, el que me parió. Pero el camino sigue, lleno de locuras, de Martín Burton o de Burton Martín, que siempre me tienen loco perdido.


Y de nuevo aquí, donde está el riesgo y el peligro, sin otra mentalidad y decisión que echarle genio, a la vida, echarle genio; sin otro objetivo que ser invencible; sabiendo que al fin y al cabo todo es ley de vida, volver a mirarte y decirte que…


Se acabó el cuento.

sábado, 27 de mayo de 2017

The Brothers' Assambly

Se abre la puerta y se contempla una sala de reuniones enorme, de cristal, a la vista de todo el mundo, en el punto más alto del edificio más alto de las Vegas del Guadiana. En las paredes, las que no hacen ventanas,  fotos, posters, botellas, jarrones de recuerdos almacenados para que no se pierdan entre las tormentas de la memoria. Un barco en una botella,  un pelo de gato para la poción multijugos, un pendiente, unas gafas, una camiseta, una botella de legendario, un real de a ocho para cada uno de sus habitantes allí reunidos.

Entran uno a uno en la sala, cara seria, las cosas han dejado de ser como antes. Algunos empiezan a recoger sus cosas, a ponerlas en su maletín y borrarlas para siempre. Nadie articula palabra, nadie alza la voz, los recuerdos empiezan a desaparecer. La compañía se hunde y ni si quiera el capitán quiere mover un dedo para evitarlo. Pero todo lo que sucede tiene su origen:

En sus primeros años, todo era más reducido, solo había 5, 5 tripulantes, 5 directivos, 5 insensatos que decidieron salirse de la fila que llevaba el resto para recorrer mundo, hacer locuras, olvidarse de lo que el resto tenía planeado para ellos. Poner distancia y echarse a la mar, a descubrir qué era eso que tanto miedo le daba al resto. Y así fue, los innumerables viajes fueron la esencia de la aventura, las vivencias se quedaron marcadas en su corazón, alma y memoria para el resto de sus vidas.
Más tarde, los devenires de la vida, pirata y traicionera, llevaron a unirse a dos más, dos que nunca supieron seguir el ritmo del resto, que no encajaban del todo pero supieron hacerse un pequeño sitio dentro de la tripulación.  Y este fue el pequeño punto de inflexión en la aventura. Las mentiras, las trampas, los juegos por las bandas, las traiciones, todo lo que no se había visto en aquellos primeros años comenzó a aflorar dentro de todos sus corazones cuando escucharon el cántico de aquellas dichosas sirenas. Sin embargo nada de eso cambió el rumbo, nada pudo pararlos, ningún puerto era demasiado grande para ellos, aunque alguno debiese para algunos días. Poco a poco la gente ya no cabía en aquel barco, pero insistían en tener sitio, hasta aquellos que los desertaron e insultaron terminaron dándole la razón a la evidencia, a la vida misma que llevaban esos locos de escasas corduras.
Pero como todo en esta vida, se termina. Hubo que parar, apartarse a un lado, buscar ciertas salidas de vida que permitiesen seguir adelante sin dejar de lado todas esas aventuras que les dieron las ganas de vivir. No puedo decir que ese fue el problema, pero esa sí que fue su maldición.
Cada año, después de las idas y venidas personales, acuden a esta sala los que aún quedan, los que siguen en pie, con ganas, enviando cartas, telegramas, lechuzas, llamadas, los que mantienen viva la esperanza de que esto puede seguir adelante, pero cada vez son menos.
Algunos se han ido por sus líos de faldas, otros lo llaman tener prioridades, y los que aquí seguimos lo llamamos amistad, memoria, cariño y más formas de nombrarlo.

El último en caer fue el menos importante de todos, el que llegó el último y creía que había desbancado a los más viejos miembros de esta sociedad que un día nos fumamos. Llegó como un soplo de vida, y terminó en una torre más que caía al vacío para convertirse en una decepción andante. Alguien que sigue teniendo delirios de grandeza no consecuentes entre sus actos y palabras, pero la ignorancia siempre fue su mejor castigo

Y de nuevo hoy, se abre esa puerta, de nuevo llega el momento, se ve la sala mucho más vacía que antes pero, ¿sabes qué?


Aquí seguimos, tú, yo y los de siempre. Porque nunca debimos dejar entrar a nadie más. 



No podemos dejar que esto se hunda.

viernes, 14 de abril de 2017

¿Equilibrio?

Volar, que yo no sé volar, pero ando sobre el aire. Bailar, contra la gravedad desde mi alambre. Son tantas veces que en el suelo me estrellé, que he aprendido a caer siempre de pie para volverme a levantar y comenzar. ¿Quién dijo miedo? Quien tenga vértigo que baje que yo seguiré. Un pie y otro pie, tensando el cordel, mirando al abismo. El riesgo está aquí, y el público ahí y siempre es lo mismo. El tiempo que va aumentando el peligro, y aquí sigo yo, solo, cómo no, haciendo equilibrio.

Nunca pensé que íbamos a ser de anuncio, de película, de novela, pero esto cada vez se va pareciendo más a una pesadilla. Me agota, me cansa esta cuerda, la misma función cada vez que abre este circo, porque es lo que todo parece. No lo quiero, no lo necesito, aunque a veces venga más público del esperado. Unas veces  es entretenido, ahí en el centro de la pista, respirando la magia del circo que un día montamos. Todos mirando al equilibrista, oyendo su respiración, sintiendo que de su canción a tu corazón hay solo una cuerda. Otras veces la cuerda tiembla más de la cuenta, o directamente la cortas, las luces se apagan y se cancela la función. ¿Y sabes qué? Estoy muy cansado.

No puedo decir que me cansa porque sea monótono, al fin y al cabo el andar sobre una cuerda mirando al vacío se hace cada día más difícil, todos los días hay un nuevo motivo por el que dejarse caer, y otro por el que seguir caminando. Podría pensar que se me sigue encendiendo la sangre como la primera vez y vivo con la sensación de que tenemos algo pendiente, esperar, esperar, seguir andando, aguantando el equilibrio hasta que se termine la incertidumbre sobre la que seguimos pisando después de tanto tiempo.

Pero me harto, me canso, y no sé qué hacer. ¿Merece la pena? Antes solía tenerlo claro, pero las últimas veces que me he subido a esta cuerda, he dejado de tenerlo tan claro. Siempre lejos, siempre cerca, siempre lejos y siempre cerca. Ya no tengo las mismas ganas que en el primer pasodoble. Ya no tengo ganas de insistir, de pelear, de luchar; no sé si quiero que vuelvas a agarrarte de la mano de este comparsista, que me prestes el corazón y te entregues a la emoción.



No sé si va a aguantar mucho más este equilibrista.



lunes, 20 de marzo de 2017

¿Desde cuándo? Últimamente

Últimamente sé que no te he escrito, que no te he pensado mucho y es que estaba en otros asuntos. Últimamente he averiguado que sigo siendo tan tímido como de costumbre, que me sonrojo a la primera y me brillan los ojos. Últimamente he estado con  mi otro yo, el contrario, y me lo he pasado muy bien. Últimamente, hasta hace escasos días, mi corazón seguía latiendo a ese compás. Últimamente he notado que pocos latían como el mío, que no me llenaba del todo y era difícil disfrutarlo como debía. Últimamente he dejado caer la última lágrima por el niño de San Vicente, que me sigue emocionando y no lo puedo olvidar. Últimamente he dejado de pensar en lo nuestro, ya sabes, lo de siempre, y he conseguido dormir un poco mejor. Últimamente he sonreído por encima de mi media, que no es baja, y solo yo sé por qué. Últimamente hay cosas que no han cambiado últimamente y no creo que vayan a cambiar. Últimamente me pierdo más de lo habitual, buscando la Fontana, y se agolpan los recuerdos. Últimamente se me ha ocurrido decirte lo bien que he estado últimamente y espero que lo entiendas. Últimamente sueño demasiadas veces con esa playa, el embrujo sobrenatural, el de la diosa inmortal, y ya deberías saber su nombre. Últimamente no ha habido guerra, no sé qué ha ocurrido ahí dentro, y me he olvidado de que nadie puede con nosotros.  Últimamente he pensado en irme, otra temporada, como a Roma, porque todo esto vuelve a hacerse monótono, y he decidido hacerlo.
Desde que me fui, todo es demasiado gris, como si hubieran desaparecido esos colores primarios que le daban vida.
Desde que me fui, nada es divertido, nada supera aquella vara de medir, como si todo hubiera sido un sueño.
Desde que me fui, hasta que volví, mi corazón ha seguido latiendo a ese compás.
Desde que me fui, no he pronunciado ningún infinitivo de la primera conjugación, bueno sí, gaditanear.
Desde que me fui, he cantado mucho más, en cualquier idioma, como si de un concierto se tratara.
Desde que me fui, me he dado cuenta de que fue la mejor decisión que he tomado en mi vida.
Desde que escuché su nombre por última vez, he soñado todas las noches con esa playa.
Desde que me fui, me he dado cuenta de lo que puedo y lo que no puedo.
Y desde que te pensé, no puedo soportarte.




¿Desde cuándo? Últimamente


jueves, 9 de febrero de 2017

Equilibrio

Ahí va otro con Caronte. Otra alma perdida, ¿envidia? Nunca.

No puedo tener envidia de aquel al que se le aparece una figura en el camino y deja de disfrutar del resto porque ya ha llegado a su objetivo. Del pirata que deja de navegar solo por encontrar un tesoro. De los que dejan de jugar por ganar una partida. De los que se levantan de la mesa sin quedarse a charlar después con el café. No puedo tener envidia.
Pero sí puedo tener envidia de su sonrisa, de esa felicidad infinita y extrema que muestran, de esas tonterías con las que se sonrojan, de esas historias que cuentan y se hacen realidad con ellos mismos. Esto es muy contradictorio.

Yo no soy de los que promete la Luna, ni si quiera la pido para mí. Tampoco soy de esos que suelta cualquier poema a la mínima oportunidad, o deja rosas en los buzones. ¿Es necesario? Todo lo que me rodea parece decir que sí, que el camino correcto es salirse del camino que he construido por mí mismo para hacer uno nuevo juntos, no una vertiente, otro aparte. Lo siento pero no puedo. Yo no puedo dejar de beber o fumar aunque me digan que es malo para mi salud si es algo que me gusta, igual que tampoco puedo dejar a mi tripulación si es la peor del mundo, un capitán se hunde con su barco.

Todo parece un cambio radical, parece que hay que dejar la ruleta por las cartas, las botellas por los corazones y los juegos por unos labios, todo lo pintan así y yo no lo quiero. Los vicios, la juventud, los amigos, parecen, de repente, prescindibles. Es un conflicto interno demasiado fuerte como para solucionarse escribiendo estas cuatro tonterías, pero a veces, es la única manera de expresarlo.
Hay quien quiere y no puede, yo quiero y no quiero, quiero ser el equilibrista pendiendo de un hilo en el centro de la pista, quiero que se cumpla la ley de vida conmigo también; pero no quiero encerrarme en mis canciones y mis libros como si fueran el único mundo que hay fuera. Un pie y otro pie, mirando al abismo, el riesgo está aquí, y los cuentos son así, son siempre lo mismo. Los años van aumentando el peligro, y aquí sigo yo haciendo equilibrio y buscando quien lo haga conmigo, mi compañero de función en este circo que tengo formado alrededor.


Creo que jamás lo entenderé, no sé lo que tengo que hacer, dicen que no se busca, que él solo te encuentra, que solo hay que esperar. 



Pues aquí sigo, haciendo equilibrio.

martes, 24 de enero de 2017

Inevitable

En la camilla, atado, sometido, rodando por ese pasillo sin fin con un destino tan desconocido como el motivo por el que estoy aquí tumbado. “Agárrenlo fuerte, no lo suelten” son las únicas voces que se oigo distorsionadas como si un testigo anónimo se estuviera dirigiendo a mí sin que pueda distinguir su la cara. Poco a poco me despierto sin conocer cuál es la situación. ¿Por qué? ¿Qué hago aquí? Esto que tengo en las manos, ¿qué es?
De repente freno bruscamente, como si echase el freno de mano y de ahí no me moviese más. Empiezo a distinguir figuras a mi alrededor y lo primero que veo con claridad es un reloj, pasan ya las 12 del jueves 23 de febrero., es decir, ya es 24. Me desatan y me levantan, no puedo mantener el equilibrio y tienen que sujetarme para que no me estampe contra el suelo. 

Es entonces cuando empiezo a escuchar con claridad las voces a mi alrededor, “con ese cariño, que le doy al niño”, esto me suena. ¿Habrá llegado el día? ¿Habrá abierto las rejas el carcelero? Es una melodía constante, no para, todo mi ser tiembla, solo tengo ganas de saltar, gritar, cantar y el que no diga ole que se le seque la yerbabuena. Me descalzan, igual que en una mezquita si quieres entrar, mi vista termina por aclararse y solo se ve una fachada. Una fachada con tres puertas, dos taquillas, un balcón con un cartel colgando y todo iluminado con mil colores. Miro al suelo y solo veo papelillos mezclados entre las botellas y serpentinas que se lían en los cordones de mis zapatillas. Alzo la vista y solo se distinguen antifaces. Ha abierto la reja el carcelero, por fin puedo salir. Un año entero aguantando dentro de este cuerpo, pasando las hojas del calendario para subirme a ese escenario que es este paraíso. Un año entero con todo almacenado en la memoria y prensado dentro de ella con dos auriculares, todo dentro de un solo cuerpo, de un corazón latiendo al 3x4  y siempre respirando esa mística que desprende el Dios Momo.

Pero ya no, ya está aquí, fuera reja, fuera complejo, fuera tonterías y carajotadas. Este amor de cada febrero ha llamado a mi puerta, me han atado, me han engañado y me han soltado, ahora soy yo el que manda. Ahora soy yo quien controla este cuerpo, ahora canta, baila, salta, mete barriga, mueve el culo y nunca sueltes el vaso tubo. Llevo esperando este momento desde el último entierro de la sardina, llevo esperando a que se acabe el cuento desde que empezaste a leerme tu rutina los dos sentados en lo que llamas despacho. Siempre con esas pequeñas dosis de lo nuestro, esas letras que se te escapan, esos pasodobles en la ducha, por la calle, ese sentimiento que nunca aflora hasta febrero porque nadie lo entiende, ese que puedes hablar solo con los cuatro o cinco que están igual de locos que tú.

Pero lo siento, he salido otra vez, puede que escuchar esas cuatro letritas me ha ido despertando poco a poco, ¿o no recuerdas ponerte a cantar “Caleta” como si estuvieras sobre esas tablas? Esa canción, esa musa, los tangos, los estribillos, - si me pongo pesao me lo dices – no has podido evitarlo, carcelero. Y me preguntas, ¿ahora qué?, ¿cómo que ahora qué? Semejante tontería. ¿Qué es lo que va a tocar? Ya puedes ir corriendo a ponerte tu disfraz, a pasear por esta bendita ciudad, a disfrutarla cuando se disfraza, a compartir esa magia de febrero que hechiza todos sus rincones, a ser tú plenamente por única vez al año, a no parar de hablar de esto, a no parar de cantar las cosas, a viajar a esos mundos que llevas viendo un mes en la pantalla de tu portátil. Me toca, me toca, por fin me toca.  No te puedes estar quieto, normal, tienes que echar el resto, con tus castas, a fuego vivo dispuesto a morir, que un hombre cobarde no conquista a una mujer bonita.
Ya está aquí el camaleón, el que al cobarde vuelve valiente como a ti, el que al rey lo convierte en bufón y la justicia la canta la gente, aprovecha ahora que la Luna se deja querer. Ya está aquí tu casa,  tu suerte, tu cara, tu cruz y tu muerte; ya está aquí esa herida que cierra otra herida; el bendito y maldito, al que odias y necesitas; tu amigo y enemigo, al que siempre le dices que “sin ti pero contigo”.

Lo inevitable ya está aquí…






Llegó el Carnaval.