martes, 1 de marzo de 2016

Déjame ser tu capitán, niño de aire

¡Ay, camaleón! De nuevo por otros lares. Un cambio tan esperado como inesperado. De esas veces que una multitud de cosas se agolpan en la puerta de la memoria  pero nunca hay sitio para todas, solo para las más selectas. ¿Lo será? El día sigue muriendo en el mar, con el Sol, la magia vuelve a salpicar mi habitación cuando cae la oscuridad y las manillas del reloj, petrificadas, tienen miedo de avanzar. Este barco vuelve a zarpar.

Una nueva aventura, otra travesía, vivencia, aventura, como la quieras llamar, pero es otra, otra de las muchas que ocuparán páginas, ¿qué digo? ¡Capítulos!  De esta historia interminable. Fue caer el antifaz, y en esas milésimas de segundo que no pude ver, estabas ante mí, ahí, quieto, inmóvil, y todos sus sinónimos. Mirándome, esperando una reacción, esperando que un peón que avance hasta tu reina, como el poniente cuando espera al levante. Pero no sé qué hacer, nunca cambian las viejas costumbres, y me he perdido. ¿Dónde? En tu imagen, tus cambios, en tus achaques y en tu edad, en tus curvas y tus rectas, tus aristas y tus vértices, me he vuelto a perder.

Fuiste el monstruo de todos mis armarios, y cuando salí de él, llegó este laberinto. Fuimos amigos, años ha, en otras condiciones y circunstancias, pero uno tenía que cambiar, uno tenía que afrontar la realidad, y fui yo, me tocó a mí, y desde entonces, sigo sin encontrarme. No a mí mismo, tú me entiendes. No te considero mi enemigo, aunque a veces te empeñas en ganártelo, pero tampoco puedo considerarte mi amigo, me has dado todo y me  has quitado más todavía.  Cayó la tinta del poeta. Esto a veces se hace insostenible. Son esas miradas, repentinas, fugaces, intensas, de las que hablan, de las que dicen más de lo que quieres decir; también son constantes, prolongadas, hasta yo la sostengo simplemente para cruzarme con la tuya y sentirte otra vez. Y todas son correspondidas.
Pero esta vez he visto mundo, esta vez es diferente, al principio me contenté con salir de ese habitáculo de cuatro vallas, pero ahora… He cruzado el mar, sí, el barco zarpó. Y me he perdido en ti como tantas veces me pasa. Ya no sé si te vi ayer, si era tu sombra o tu olor, o es que ya no recuerdo como eras porque hace demasiado que no te veo.

A lo mejor es que este juego es demasiado, o tal vez llevemos poco tiempo jugando. ¿Hay partido? “La excepción de todas mis reglas” no tienes más remedio que serlo, no puedes descolocar mi mundo cada vez que entras en mi casa, no puedes quebrar mi mirada cada vez que oigo tu nombre por la calle, no puedo parar de escuchar tus susurros cada vez que veo tu sombra, ni puedo parar de oler tu perfume cada vez que nos rozamos. Y creo que se me han olvidado cuales eran los sentidos.

Eso es camaleón, yo cambié, a mejor, para ser yo mismo, para buscar lo que me hace feliz, lo que de verdad busco en mí, en ti, y en cualquier lugar; pero tú, camaleón, no paras de cambiar, tus colores son mi pura definición, un día rubio y otro moreno, ojos azules u ojos verdes, marrones son demasiado simples, perfil alto o bajo, todo es por tu culpa, pero a la vez,  todo es gracias a ti. Tú eres mi laberinto, tú eres el sentido que no hay en mis palabras, en mis pensamientos y en mis actos, tú eres la única clave; eres tú quien me ha vuelto loco. Es a ti a quien debo seguir buscando sea donde sea, por cada esquina de este desdichado mundo que el hombre ha echado a perder, no me queda otra, marcas mi rumbo y diriges mi corazón.




Déjame ser tu capitán, niño de aire.