Una vez dije, y lo mantengo, que es la seguridad con
la que realizamos nuestros actos lo que marca el camino de sus consecuencias. No
se puede cambiar la forma de ser de una persona de un día para otro con un ramo
de flores y un par de palabras bonitas.
No puedo intentar sacar a una burda
prostituta de burdel donde se ha criado desde que su madre la abandonó en la
puerta cuando solo tenía un par de años. No puedo intentar que deje de mirar
lascivamente todo lo que le rodea, su desconfianza hacia el mundo, imposible.
No podemos cambiar los hechos, y mucho menos los
actos que forman dichos hechos, tampoco podemos cambiar las consecuencias. Las
consecuencias son algo que, se piensen o no, suceden después de realizar el
acto del que tan orgulloso nos sentiremos después, por lo que ya es demasiado
tarde para cambiarlo todo.
Tampoco se pueden cambiar los versos de las estrofas
de los poetas, esos poetas enamorados de lo imposible que hace dos rimas con
una guitarra en mano que día a día se va transformando en un laúd, al igual que
ellos en bufones del reino. Siempre en el centro de la plaza, con su laúd,
feliz y dando saltos, contando hazañas de héroes y lo peor de todo es que se
creen que son esos héroes, a pesar de tener una vida llena de desgracias
absolutas y también bastante merecidas. Buscan a su princesa, una adorable
rubia con los pechos bien desarrollados, los ojos azules o verdes, dinero en
mano y en bolsillo, y que les espere eternamente en el balcón de su palacio de
cristal, lleno de reflejos de su poder. Quieren alguien utópico que les espere
eternamente porque cuando lleguen de aprovecharse de las pobres a las que se le
caen las bragas con sus dos burdas rimas seguramente copiadas de cualquier
libro.
Una vez me hablaron de una humanidad unida, una
humanidad que valía todo por encima de cualquier bandera, nación o sentimiento.
Eso me lo quiso colar un filósofo barato que seguramente acabe por las calles
de cualquier suburbio pidiendo asilo, comida o trabajo. De la humanidad me
habló un humano, un humano como otro cualquiera, un humano que defendía el
valor una sola vida por encima de todas las demás pero que no tenía ningún reparo
para dañar una sola vida humana para beneficiar la suya. ¿He ahí la humanidad?
Podrán hablarme de humanidad todas las personas sobre la faz de la Tierra, pero
lo único que veré serán palabras, palabras y mentiras, el mayor y primer vicio
del ser humano. Y sobre y por encima de todo, veré humanos, personas
individuales con estandartes romanos con sus figuras y banderas, desde una cruz
gamada hasta una banda morada debajo del amarillo, no serán más que símbolos,
símbolos que muestran que sí, irrefutablemente, los humanos existen, los
humanos son los que estamos aquí, pero no hay humanidad en ellos, no existe un
solo humano, y de verdad quisiera creerlo, que prefiera sacrificar su vida
antes que la de cualquier ser; solo los padres y los hijos son capaces de hacer
ese acto de valor. No veré jamás un humano que piense dos veces en un acto
propio que pueda perjudicarle, será también la primera vez que alguien piense
en las consecuencias de sus actos y claro, con ironía y sin egoísmo, actuará
según sus intereses. Yo veo humanos, no humanidad, y yo no puedo contar con los
humanos.
A las únicas personas a las que podemos cambiar es a
nosotros mismos, y hasta eso conlleva un tiempo inmensurable.