miércoles, 29 de octubre de 2014

Hiena

No sabes quién eres realmente hasta que te encuentras a ti mismo, y mientras tanto vas por la vida ocupando personalidades ajenas a la tuya para intentar formarte como la persona que nunca serás.
Una hiena, un ser despreciable que se arrastra entre las piedras y los restos de los demás animales para intentar rascar algo; un crío, alguien que nunca supo lo que es un “NO”, alguien que nunca aprende de sus errores y que sigue enganchado a la doble cara de la moneda.

Si nunca has sido nadie, vas a seguir sin ser nadie. No vas a ser el gracioso, el inteligente o el sensible, tampoco vas a ser capaz de destacar todas esas cualidades en una persona porque nadie es perfecto, y tú menos. Sientes que tienes que ser el centro de atención, sientes que tienes que ser el patrón del circo que tú crees que creaste y sientes que no puedes vivir sin ello y por eso pones todo tu empeño en que la vida sea como tú quieres, y no solo la tuya sino la de los demás.

Cada persona narra su propia historia con sus propios puntos de vista sobre cada una de las vivencias que ha tenido, sin embargo, tú quieres sostener todas las plumas a la vez y se te cae la tinta por todos lados, no sostienes tu propio mundo, ¿cómo vas a ser capaz de sostener el de los demás?
Has idealizado tanto tu forma de ser que no existe ni para ti. No llegas a plebeyo, ¿cómo quieres equipararte a un Princeps? Una moneda tiene dos caras y la vida está llena de decisiones, y no se puede abarcar todas las posibilidades de la vida, “amigo”



Simplemente con que tu existencia sea innecesaria nos basta al resto.

domingo, 5 de octubre de 2014

Magia

Echo de menos lo llantos, esos llantos que y utilizaba para mis ensayos, mis cartas o mis propios retratos en pocas ocasiones. Esas noches de pena, rotas por el rojo del carmín de unos labios demasiado utópicos para ser ciertos, esos poemas y esos recuerdos que ya no hay, y parece que nunca habrá.

Todo héroe, bueno, personaje o como quieran llamarle los guiones, debe tener a su antagonista, a su enemigo, su yang, alguien que sepa romperle los esquemas en los momentos más felices, alguien que piense de una forma tan enrevesada que nadie llegue a comprenderle a lo largo de las páginas; alguien que pone contra las cuerdas al supuesto héroe. Siempre, y es algo que los cuentos nunca cambiarán, gana el bueno, el héroe, el de siempre, gana porque se sobrepone a las adversidades, a las jugadas, tretas y engaños de su enemigo, que acaba en un en un foso de fracaso, desapareciendo, comido por un cocodrilo, caído por un precipicio, o como quieran escribirlo, pero al fin y al cabo desaparece de las últimas páginas. Pero, ¿qué pasa cuando el héroe desaparece?

Nuestro libro tiene que seguir escribiéndose, quieran o no quiera, pero ha desaparecido uno de los principales personajes y me he quedado solo, el malo se ha quedado solo, pero no ha ganado. Ahora, ¿qué hago? El vacío que me invade desde hace tantos años se ha hecho más grande al pensar sencillamente en cuál es la base de mi vida ahora que no tengo nadie que rivalice con ella. Todas la historias que tienen como resultado esa palabra de cinco letras, ese sentimiento tana artificial y real a la vez, ya han sido contadas, todas menos la mía. Mi camino deja de cruzarse en el de los demás con el objetivo de hacerlos retroceder, dejo de ir en perpendicular para trazar mi propia línea, mi propia historia en paralelo.

La memoria es algo que desgraciadamente nunca me falla, y recuerdo cada maldita piedra que se ha cruzado en mi camino cada vez que he pensado en enderezarlo y seguir de frente, y es por eso que el muro es demasiado grande como para que otros lo escalen. Sin embargo, no hacen falta máquinas, monstruos, ni héroes para intentar derribarlo, simplemente he llegado a la conclusión de que solo la mayor de las magias puede hacerlo, esa magia que me rodea constantemente, que la veo pero no la siento por mucho que lo desee y al final he acabado considerándola una enemiga, ese impulso que me ha empujado contra ella una y otra vez cuando ella debería haber sido ese maldito impulso que me hubiera hecho llegar a alcanzarla, esa magia es la que debe derribar el muro.
Mi viaje no acaba, aunque sí que lo hace este capítulo; mi historia no acaba, porque hay más puertos en los que atracar. Simplemente mi viaje cambia de objetivo, que no de destino, que siempre ha sido el mismo, el de mirar por mí mismo y salir beneficiado una vez más para encontrar ese equilibrio que me trae de cabeza. He girado el timón, he visto tierra y voy hacia ella.



Simplemente quiero encontrar esa magia

sábado, 4 de octubre de 2014

Capitán a la deriva

A la deriva y con la mejor compañía, así mandan los barcos en el mar. Después de 18 años a la deriva, uno se acostumbra a la mar y a sus secretos, a los barcos encallados cuyas piezas arrastran la corriente con más de un corazón roto.  Dice ese famoso dicho de piratas que “el capitán es el “último en abandonar el barco”  y no faltaría menos con un barco como este. Los Siete Mares nunca fueron una leyenda, el triángulo de las bermudas tampoco, ni la hidra, ni el basilisco, ni si quiera las sirenas porque la vida y el viaje son muy largos hasta llegar al puerto adecuado, hasta echar el ancla por fin y pisar tierra firme. Pero no solo existen los espejismos en el desierto, no es la luz del Sol la que los crea, es el deseo, el objetivo, el ansia y la mete, no tienen mejores sinónimos, es la propia mente humana, esa que es la única que piensa, esa que pregunta cuándo acabará esto, la que está harta de los achaques y se cansa del viaje.


La mente no puede llevar el timón, el timón es del capitán, de su garfio, de su pinza o de sus manos, del verdadero artífice del viaje, del gran tripulante del barco. Es todo lo que más se anhela después de pasar tantos años cruzando las aguas desconocidas del mundo, observando como las sirenas ahogaban a los marineros, o como el Kraken los remataba debajo del agua, como las propias piedras o la mismísima marea acababa con los mejores barcos jamás construidos, con aquellos curtidos en mil batallas, con la armada invencible o con el Jolly Rodgers. Muchos llevarán viajando lo mismo que este viejo barco, otros llevarán más, unos mejores y otros  peores preparados pero siempre se acaban hundiendo en las aguas, en el averno o en fin del mundo, aquel que duele más sentirlo que pensarlo, aquel que se piensa y se teme más que se siente, y ese es el gran beneficio del pirata. Pero solo un barco hundido, uno solo, es capaz de resurgir entre las olas, de levantarse una y otra vez de sus ataques, solo aquel capaz de creer que el puerto adecuado existe es capaz de seguir navegando. Son las leyendas que cuentan los marineros aquellas que dicen que Barba Negra bebió la copa equivocada, que Garfio se dejó caer ante el cocodrilo, pero ellos no eran los capitanes de este barco. La lección quedó aprendida antes de zarpar, simplemente valía observar. Un cofre, protegido, y dentro, el mayor de los tesoros, el mejor de los recuerdos, el alma, la vida, los sentimientos, el corazón del capitán de este barco, este que se hunde y se levanta porque no siente los golpes después de tantos, este que aprende a llevárselos no con gusto, sino con astucia. Los golpes en la proa, en la popa, por babor y por estribor, ya no duelen, se almacenan en la memoria, una memoria constante que recuerda su idealizado puerto, pero que nunca llega a sentirlo, un delirio que acaba comparando cada puerto con aquel que pensaba desde el principio y por eso sale perdiendo. Por eso el cofre sigue encerrado y bajo llave, la de la sala y la suya propia, la que cuelga de mi cuello, la que no se separa de mí y la que espero dar, regalar, antes de tirarla al mar. Porque todo parece tan malo, vil, y cruel desde fuera, desde el agua y desde el puerto, pero si no te subes al barco no sabrás lo que es capitanearlo, lo que duele hundirse a pesar de mover el timón y las velas con todas tus fuerzas. 



Y esa es la carga del Capitán del Holandés errante.