miércoles, 15 de noviembre de 2017

Despierta, teatro de mis sueños

Cuando este teatro se queda vacío, salgo de mi escondite como siempre ha sido. Y rebusco y rebusco entre sus bambalinas, para coger las cositas que aquí con los nervios la gente se olvida. Y poquito a poquito cojo todo lo que veo. Y poquito a poquito ya tengo un museo.

Cuando acaba el espectáculo, todo es diferente, todo es oscuro, no se ve ni tan si quiera el patio de butacas desde el escenario, y tengo que guiarme por la intuición de tantos años aquí para llegar a ciertos sitios. Hay veces que simplemente me quedo tumbado en cualquier asiento observando el paraíso; y otras, en cambio, veo todos mis recuerdos pasar encima del escenario.

Este teatro ha sido la casa de los mayores espectáculos que jamás haya visto, y también de los peores bochornos que he podido contemplar. Pero todo cambia cuando el público se va, cuando el movimiento empieza a ser hacia dentro y no hacia fuera de bambalinas. Como soy un duende, y nadie me ve, muchas veces he podido ver y escuchar cosas que nadie creería, y que nadie querría que supieran los demás. Y así, he pasado muchos años, como guardián de este teatro, a veces en compañía y otra veces solo, pero siempre velando porque todo siguiera funcionando como hasta ahora.

Pero últimamente, han dejado de gustarme las funciones, las pantomimas, los espectáculos nuevos, y estoy empezando a agotarme. He visto que detrás de bambalinas ya no son todo risas y espíritu de colaboración sino tramas y secretos que al parecer no todos deben conocer. He escuchado tantas verdades como mentiras, y tantas mentiras convertidas en verdades que ya no sé distinguir unas de otras. Incluso he llegado a pensar, que la labor de los duendes aquí no se ha valorado lo suficiente a lo largo de estos años.

Esta vez, detrás del escenario, en la trastienda de este…digamos que no sé cómo definirlo…no espero nada después de la función final. La cual no espero ni si quiera que se produzca. Me he paseado todos los días, como de costumbre, por todos los rincones sin que nadie se percatase de mi presencia, o simplemente disimularon muy bien no hacerlo. Y ha llegado un punto en el que no le veo sentido a esto. Este ya no es mi teatro, estas cosas ya no las puedo guardar, no las puedo esconder, casi sin haberme ausentado todo ha cambiado en un instante y no entiendo los nuevos mecanismos. Ya no sé subir el telón, ni siento la misma emoción de antes cuando lo hacen otros; ya no sé quién se coloca en el foso de la prensa, y la verdad es que tampoco me interesa; ya no sé ni cómo correr las cortinas, y la verdad es que no me he preocupado en saberlo.

He dejado de comprender la esencia de este teatro, de sus espectáculos; y para mí, ha perdido su esencia y su magia, la de antes, la que me enganchaba cada vez que sonaba un acorde. Sé que algunos piensan que puedo ser un anticuado, que tengo una manera de ver las cosas que ya no funciona; otros pensarán que mi manera es totalmente acertada y normal, que es ir un paso por delante del resto; y otros simplemente piensan que yo soy el problema de que este teatro haya dejado de funcionar y cada vez tenga menos público. Así que he decidido que es el momento de marcharme.
Siempre había escuchado que ahí fuera todo está hecho de plata, que soy muy vulnerable, que no funcionaría en ese ecosistema de peligro. Pero a mí me da igual que a los duendes nos mate la plata, vivir con miedo a lo desconocido, en contra de algunos refranes, siempre ha sido la cárcel del ser humano.  Y yo no lo soy.

He escuchado tantas historias, buenas y malas, he conocido a tanta gente que acudía a veces al teatro para marcharse después de un par de funciones, incluso a gente que no ha llegado a trabajar en él y solo venía a observar el espectáculo desde fuera porque decía que este teatro tenía algo malo que aquellos que lo habitaban no podían ver. Por aquí han pasado gallos, gatos callejeros, estorninos colorados, y todo tipo de animales; locos por nuestra fiesta, millonarios, cubanos, brujos, condenados, hasta un batallón de muñecos e invencibles. Pero todo sucumbió a la Ley de vida.


Pero yo, desde dentro, creo que me he dado cuenta, en mis miles de defectos, de lo que le pasa a este teatro. Y no veo aires de cambio, ni guiones diferentes, no veo sorpresas, y justo cuando las esperaba, en la función final, volvieron a decepcionarme. Así que ha llegado la hora de abandonar, al menos hasta que lo eche de menos, este teatro de mis sueños.


Hasta pronto, viejo amigo.

domingo, 5 de noviembre de 2017

Amanecer

“Ya están saliendo los rayos de Sol. La madrugada por fin murió. Abre los ojos, levántate ya,  sal a la calle que hay que luchar. Grita con fuerza, que no te callen. Tú eres el gallo del corral.”

Algunos pueden tomárselo como una declaración de guerra, otros, pocos, posiblemente lleguen a… ¿entenderme? No he armado ningún ejército ni comando ningún batallón pero todos sabemos cómo funciona esto. Es cuestión de prioridades, y eso es algo que he escuchado mucho a lo largo de estos últimos meses.

Dije que volvería, dije que volverían, y aquí estoy, aquí estamos. Con fuerzas bastante renovadas. Lo echaba de menos, pero nunca pensé que la máquina del tiempo fuera a funcionar. Esta vez, no contaré el escenario, esta vez quiero ser más claro, más maduro, todos hemos crecido y sabemos asumir las consecuencias de nuestros actos, y por supuesto, también sabemos que siempre hay a quien no le agrada tanto como a otros.

Ha sido como el comienzo de una noche de San Juan, un año, ese plazo me di. Un año para ir colocando las brasas una a una antes de que todas ardieran con fuerza. He escuchado tantas verdades escondidas por el orgullo y el sectarismo que nunca he sido capaz de ver con tanta claridad como ahora, siempre desde mi punto de vista.

Yo he estado dentro de la caverna, viendo como la gente se iba y volvía cuando le convenía. Yo he sido el primero en hacer mala crítica por la espalda de todos los que han hecho eso, sí, el primero y posiblemente el más contundente. Pero yo no vivo de esto, no es mi día a día, y eso hay más de uno que se niega a entenderlo.

He escuchado acusaciones a un lado y al otro del parlamento. Hacia los de dentro y hacia los de fuera. He visto como a mí mismo me la jugaban por la espalda y como justificaban el comportamiento de quienes llevan años peleando por más de uno como si fuera una manada de leones. La necesidad del liderazgo, ¿qué liderazgo? La torre más alta cayó y calló, y no se puede creer lo que no es, lo mire por donde lo mire. Se acabó el cuento.

He visto tintes de régimen dictatorial, porque esta historia es muy larga y ha dado tiempo a todo. Pasando cartillas de racionamiento, o lista en un ejército cuando simplemente una cerveza entre amigos es más que suficiente.

He visto el baremo que se ha utilizado, un baremo que yo mismo he usado mil y una veces, y más. Pero nunca a la inversa, como sí que parece que puede permitirse a más de uno. He visto a leones convertirse en corderos, a Fernando el Católico mandar menos que Isabel. He visto como, cuando menos lo esperaba, a quien pude considerar aliado, ha cambiado las tornas de la historia sin ni si quiera consultarme.

He visto tantas cosas, que respeto, pero no comparto. He llevado por bandera y estandarte algo con lo que ahora no concuerdo, que es normal plantearse la vida de otra manera. No se puede vivir eternamente en la caverna. Hay mundo ahí fuera, hay muchos sitios que recorrer, muchos lugares que descubrir, y sobre todo, muchas personas que dejan huella para bien o para mal.

Y mi prioridad, ahora, soy yo. Para otros es un grupo, una causa, una persona, una voluntad, una servidumbre eterna a la que solo se ata con cadenas que le alejan de lo que está sembrando (solo espero que sea eterno porque la soledad es muy cruel para cualquiera). Salvo a dos de ese Titanic, puedo decir que ahora mismo salvo a uno. Mi prioridad sigo siendo yo, mi estado de salud, mi familia, mi gente, y hay que saber reconocer cuando se cometen errores. Nadie está sentado a la derecha del Padre.

Y a mí, alto y claro, ha llegado un punto en el que la caverna y sus cadenas no me benefician. Puede que lo de fuera tampoco, pero el ambiente, repito, porque ya sé que hay quien tergiversa mis palabras en su propio beneficio sin darme oportunidad de defenderme, el ambiente, no las personas, no me beneficia. Y lo de fuera es un peligro constante, una hipocresía dirían algunos, pero estoy dispuesto a todo menos a defraudarme a mí mismo. Que lo entienda quien quiera y se lo quede para él.
No, no he montado ningún ejército, no me hace falta. No ha vuelto Alemania, ni tampoco el Capitán Garfio. Ha vuelto Ísimo, que hace mucho que se había ido. Y quien quiera una declaración de guerra, puede usar esto como pretexto. Y quien quiera entenderme, me alegraría saberlo. Pero que todo sea una realidad a simple vista, que no caven túneles para aparecer de la nada.


Y ahora voy a ser muy claro: Yo no estoy. Yo voy por temporadas. Yo he visto cosas que no me han gustado, al igual que he dicho y hecho cosas que no han gustado, se llama errores, y son muy típicos del ser humano. Yo no voy a permitir que aquellos que no se han preocupado por mí ni en las buenas ni en las malas acudan a ver un espectáculo, porque es lo que parece. Y mucho menos a que me reprochen comportamientos pasados que nada influye en ellos y mucho menos en mí su opinión. Es el eterno sistema de prioridades que nos hemos montado, y ahora yo solo tengo una prioridad (egoísta, inmadura, egocéntrica, pero realista, la del Buscavidas):


Yo.
"Yo soy la guerra, yo soy la rabia, yo soy tus ganas de luchar. Yo soy el gallo que vive dentro de quien se quiere despertar."

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Ley de vida

Lo que soy, lo que fui, lo que pude ser. Lo que seré, lo que podré ser. Yo y todas mis circunstancias. Mis logros y mis fracasos. Y sobre todo, mis sueños e ilusiones. Ha llegado el momento de guardar algunos en un cajón, no por innecesarios, sino por insuficientes. No,  no ha nacido una sola lágrima, nada ha muerto en el alma ni han arrancado esa rosa. Es el momento de dejar que coja las riendas  el de arriba, ese del que me había olvidado hace tanto tiempo y que tantos favores me había hecho. El que me avisaba de cada obstáculo en el camino, incluso de los repetidos, para que no vuelva a caer; el que veía más allá del camino de baldosas amarillas que tanto me ha engañado; el que se daba cuenta antes que nadie de todas las pantomimas con las que jugaba; el que transformaba un cuplé desternillante en el pasodoble más triste o serio que había podido escuchar.

Te he echado de menos, y mucho, y siento haberte dejado de lado todo este tiempo. Últimamente me he dejado guiar por tu antítesis, por ese verbo de la misma conjugación, el que nunca quise pronunciar, y he dejado en el cajón el tuyo. Dejé de aprender de mis recuerdos para llenarlos de epidemia y sufrir.  A ver quién es el listo que me cambia a mí ahora un día de verano por uno de invierno. Lo sé, me lo dijiste, y no debía haberme atrevido a hacerlo, pero sabes que lo necesitaba, tenía que intentarlo al menos una vez para saber qué era, si es verdad eso que todos dicen que estaba haciendo mal. Pero yo sigo siendo yo y mis circunstancias, y se equivocaron. Y también me equivoqué yo, transformé las mentiras e verdades de tanto decírmelas a mí mismo, y te olvidé.
Pero aquí estoy otra vez, en el suelo, a punto de hacer lo que mejor se me da, levantarme de nuevo, y me he acordado de ti. De los consejos que me dabas, de lo precavido que eras, de las ideas que me dabas, esas estrategias que solo nosotros entendíamos, esas formas de justificar todos mis actos en una sola frase sin que nadie pudiera cuestionarme. Contigo me gané aquella fama hace tantos años, la que hemos lastrado hasta hace bastante poco, a veces echo de menos aquellos tiempos, en los que en mi cabeza no rondaba el esconderme, el tener cuidado, en los que mi alma era la que era, la de un simple chaval de 16 libre y sin preocupaciones. Ahora esto me satura.

He decidido que esta vez no voy a levantarme, que necesito empatizar con todo aquello que olvidé, que tengo que dejar aquí en el suelo todas las verdades que yo mismo he creado y volver a la realidad, a mi realidad. Porque esconderme, ser otro, vivir a base de impulsos, eso no funciona. He aprendido una lección muy importante. No puedo forzarme a nada, no puedo intentar aquello que va contra mi naturaleza, contra mi forma de ser, tengo que abrir los ojos y darme cuenta de que por mucha rabia que me dé, no puedo odiar a ese verbo de la primera conjugación. Me ha hecho sentirme libre, ¿sabes? Pero tal vez, y solo tal vez, demasiado libre como para ser verdad. No puedo maltratarlo, maniatarlo y guardarlo en el cajón, pero tampoco puedo dejar que conjugue a sus anchas por todas las esquinas de mi cuerpo.

Me he quedado otra vez con lo puesto, y tengo por entendido que me voy a volver loco, que esto desespera. Necios. Este ha sido siempre mi día a día y no puedo hacer nada mejor que vivirlo. Es caerse y después levantarse, pero no inmediatamente. Ahora quiero reflexionar, qué hice bien, qué hice mal, qué debería haber hecho, qué no debería haberme ni tan si quiera planteado, qué me ha hecho tanto daño. Son demasiadas preguntas como para andar con ellas a cuesta. Tengo que resolver todas esas dudas antes de volver a ponerme en marcha en este camino de locos que nos montamos tú y yo hace tanto tiempo. Y quiero que vuelvas, porque sin ti todo ha sido un error, sin ti no he sido yo, me he dejado llevar demasiado y se me ha ido de las manos, yo no puedo con esto si estoy solo.
Quiero volver a cantar a ese compás, quiero volver a pasear por esa playa, quiero volver a empezar. Dicen que rectificar es de sabios, pero tú y yo sabemos que lo nuestro nunca fue retractarnos de nuestros miles de errores y defectos, lo nuestro siempre fue aprender de ellos. Tú sabes, echarle genio.


Al fin y al cabo, es Ley de Vida.