Alguien puede acostumbrarse a perder
tantas veces, que se le olvide lo que es ganar, que lo celebre
sabiendo que seguramente puede ser la última vez que eso ocurra. Al
igual que alguien puede acostumbrarse a ganar tantas veces que una
derrota sea la peor noticia que pueden darle, un recuerdo jamás
deseado. Sin duda el ser humano puede acostumbrarse a demasiadas
cosas, a demasiadas rutinas, en lo bueno y en lo malo. Pero al igual
que el ser humano puede acostumbrarse a toda esa infinidad de cosas,
no siempre tiene o puede aguantarlas.
Pero simplemente no existen fórmulas
escritas para vivir la vida, simplemente hay que coger las riendas.
La vida, aún siendo un regalo, es el regalo perfecto, ya sea de la
ciencia, de la evolución, la tecnología, la religión, lo que sea,
pero sigue siendo el regalo perfecto. Cualquier regalo puede traer
accesorios, algún ticket para devolverlo, lo que sea, pero la vida
no trae nada de eso, sea bueno o malo, la vida trae decisiones, y con
ellas, consecuencias. Es un regalo que puede cambiar en cualquier
momento y de cualquier forma por una decisión y la cadena que
desata.
Una sola decisión puede llevarte al
cielo o al infierno, a la riqueza o a la miseria, al triunfo o a la
derrota, pero simplemente, dentro del regalo, se puede tomar esa
decisión, se le puede mirar el diente al caballo y se puede cambiar
entero.
Pero nada es perfecto del todo; puede
ser perfecto porque es lo mejor, puede idealizarse, pero nada es
perfecto en todo su esplendor. La vida, dentro de su perfección,
tiene sus defectos, como todo. Podemos tomar miles de decisiones a lo
largo de nuestra vida, a la que podemos cambiar lo que queramos con
todas esas decisiones, y aunque de una manera o de otra, las
decisiones acaben influyendo en el resto de aspectos, hay cosas
que no se eligen, y las mayores de todas son los dos verbos más
temidos, amar y querer.
No se puede medir el cariño que se
tiene sobre una persona o lo que se llega a amar al amor de una vida,
pero aún así, uno mismo conoce su intensidad, conoce sus límites
(límites puestos por nosotros mismos y que no siempre nos
benefician. Pero nunca se puede sentir igual por dos personas, salvo
la indiferencia. Correspondido o no, el cariño, el amor, o el
impacto que provoca una persona en otra no siempre es una buena noticia ni es un cuento de hadas. Y, ciertamente, nos podemos
acostumbrar a querer y no ser correspondidos, o a ser queridos y no
corresponder, o a que nos afecten las decisiones de los demás, sus
caprichos, sus gilipolleces, más de lo que le afectan a ellos
mismos. Pero igual que a eso uno puede acostumbrarse, no tiene por
qué aguantarlo.
Porque cada mes puede cambiar la
canción, porque cada semana es una cama nueva, porque la vida puede
cambiar mucho mientras estamos fuera pero cuando volvemos al origen,
la historia se repite, y se repite sin depender de uno mismo,
teniendo la voluntad de repetirla pero sin demostrarla, sin tomar la
decisión, dejando la pelota en el tejado del otro y aceptando solo
uno mismo las consecuencias, porque parece ser que la madurez ahora
se trata de liarla con compromiso y que las consecuencias las pague
el otro. La vida ya no es blanco o negro, pero siempre hay que
elegir.
Uno no puede esperar dentro de la
lámpara de genio hasta que la frote la persona de siempre y salir
a satisfacer sus deseos con el simple propósito de volver dentro de
la lámpara a pensar y pagar la tontería a la que ha dado pie. Y
luego escuchar la larga lista de acciones y decisiones cuyas
consecuencias y errores tiene que pagar solo el genio de la lámpara
por haberlas concedido y no el que la frota por haberlas deseado y
realizado. Y a esto llaman los jóvenes de hoy en día madurez.
Más que madurez, lógica y sentido, a la vida hay que echarle genio.