domingo, 31 de agosto de 2014

Iustitia, iustitiae

Nacimos para aguantar lo que el cuerpo sostiene, aguantamos lo que vino y aguantamos lo que viene. Las guerras han devastado continentes, naciones, ciudades, personas, vidas llevadas bajo un casco y detrás del arma. Pero el desamor hace una herida peor que la bala.

No dudo de la capacidad del Kaiser, y mucho menos de la del Zar; tampoco de la de Hitler o Churchill, pero la mayor de las batallas se lleva a cabo en el corazón de un hombre cuando se pierde en su vida. El corazón es el órgano central, el esencia, el que manda, el que controla todo, el que bombea, el que siente y el que da vida pero a veces puede quitarla.

Un corazón maltratado y con estrías se arriesga a pisar a la muerte en cada uno de sus bailes y por eso quiero de dejar de bailar tangos de amor con ella. Un corazón pequeño, de piedra, de hielo e incluso inexistente he oído llamar, pero sin duda son aquellos que no conocen los que tienen menos reparo en hablar. Palabras como balas y frases como cañones, simplemente se han basado en los juicios del pasado para hacérmelo pagar en el presente, pero no existe mayor castigo que el que me impongo yo a mí mismo.
Jamás se me ha ocurrido pedir la Luna en ninguno de mis viajes, tampoco creo que nadie tenga derecho a pedírmela. Pero ha llegado el momento en el que soy yo mismo el que me pido la Luna, el que quiere lograr de una vez esa meta inalcanzable que mis dedos han llegado a rozar varias veces pero con el fracaso como resultado. Alguien con quien poder contar, alguien con quien despertar, hablar, compartir experiencias y encontrar ese maldito punto intermedio que tanto me cuesta encontrar.

No quiero blanco o negro, quiero gris. Solo una persona capaz de entender a otra es capaz de hacerla feliz solo con una simple sonrisa, un simple gesto e incluso sin querer, pero por mucho que dos personas intenten entenderse, arriesgar puede significar perder, perder y volver a perder; y después de aguantar tantas derrotas, es mejor realzar el vuelo y salir del descenso.

Puede que no sea una forma de pensar o de sentir justa pero es la manera de ser feliz de una persona la que verdaderamente determinará el contagio de su sonrisa. No debe sonreír uno, sino los dos; no debe disfrutar uno, sino los dos y mucho menos puede amar uno, sino los dos.




Y si esto no se puede llamar justicia, me declaro culpable.