Una tarde como otra cualquiera. Oscureciendo, con el Sol
cerca de esconderse un día más con su miedo a que le vea la Luna. Una tarde
repetida así todos los días de su vida. Era la simpleza representada, la
sencillez hecha persona.
Siempre con sus sudaderas de colores, la verde, esa era la
que más le gustaba. Con su pelo rizado y su sonrisa pícara dibujada, sus
carcajadas se escuchaban en todos los rincones, su felicidad continua era
respirable en el ambiente.
Sus ojos, esos que merecen un capítulo en cualquiera de los
libros del corazón. Verdes… ¿o eran azules? ¿Azul verdoso o verde azulado? No
existía color ni adjetivo para lograr describirlos. Sus pupilas eran entradas a
los túneles que llevaban a su corazón, dificilísimo de encontrar. Podrían
considerarse afortunados aquellos a los que mirase de una manera amistosa a los
ojos, pues solo miraba en sus enfados, sus cabreos, aquellas situaciones en las
que cualquiera desearía estar lejos de él.
Y su personalidad, esto daba para libro. Frío y gélido, a la
vez que cercano y cariñoso, nunca existía un punto intermedio. Tenía un escudo
impenetrable que la opinión ajena nunca ha sido capaz de destrozar. Sincero y
directo, para su supuesta desgracia. ‘’No existe ningún amor mejor correspondido que
el amor propio’’ decía, mientras él estuviese contento consigo mismo, los que
de verdad le querían también lo estarían, pues ser un amigo no es otra cosa que
querer la felicidad del otro.
Demasiado complejos eran los entresijos y redes
de su mente, su forma de pensar, de ver un mundo propio que construía para sí
mismo, un mundo donde no había sitio para el pesimismo ni la monotonía, la
mayor montaña rusa jamás conocida.
Demasiado complejos eran sus sentimientos, la ruleta de su
corazón, que a pesar de su edad ya estaba viejo, maltratado y con estrías. Esa
filofobia eterna que no le dejaba amar, ese verbo al que le tenía pavor, más
que a la oscuridad eterna. Ese odio hacia el sentir de un corazón que cada ver
era más dudosa su existencia. Esa venganza eterna por todo lo que había
sufrido, esa manera de pensar, de no sentir, de ser, esa fama de malo de la
película, de eterna mente peligrosa con la que no conviene estar nunca. Esas
ganas de arriesgarse aun sabiendo de su derrota, ese espíritu de constancia que
le hacía intentar las cosas una y otra vez.
Era tan difícil...No sabía ni quería sentir, esa esencia de
la vida a la que todos llaman amor, él no creía en ella, en su existencia, y
por eso lo intentaba tantas veces, de hecho no creo que aún lo haya dejado de
intentar.
Esa tarde conocí a la persona más fácil de conocer en
apariencia y tan difícil en realidad, esa mente pensante, impulsiva e
impredecible, tan difícil como adivinar el color exacto de sus ojos.
Era...Demasiado complejo para toda la vida...