Tacatá. Comienza lo bueno, suena la música, fabrico la
melodía, no me gusta para ni de joche ni de día. Sin parar, una tras otra, en
mi salsa, como debe ser.
Las noches se me hacen muy cortas, no puedo acabar lo que
empiezo, no puedo dejar de deambular pensando en que detrás de una de esas
caras pueden estar esos ojos verdes. Es inevitable beber, es inevitable gritar,
bailar, reír, gozar, es todo tan bonito ahora, que no me lo llegaré a creer
hasta que se haya acabado.
Todo sigue dando vueltas, todo sigue como antes, es la misma
realidad que hace dos días y medio, unos siguen con las máscaras, otros con las
correas y otros con dolor de cuello por mirar hacia atrás.
Pero si nada ha cambiado, ¿seré yo? Por una vez habrá que
renunciar a tener la razón, sí, esta vez soy yo, esta vez sí que tengo la
culpa, esta vez podéis decir lo que os de la real gana. No he cambiado,
simplemente, por muy difícil que parezca, he mejorado. Se han acabado las
tonterías, mis ojos azules miran de otra forma, sigo mirando por mí antes que
por los demás, claro está porque si no me quiero yo, nadie lo va a hacer.
No me voy a estremecer por una rubia de tres al cuarto que
me mire mal por darle el placer de ser prima
mía. No me voy a echar atrás porque los habitantes de la selva vengan a
ejercer su dictadura. Espero, sinceramente, que nadie crea ser mi verdadero
amigo por un momento, espero que nadie crea que estoy tranquilo, espero que
nadie lo esté.
Pero no me molan las amenazas, me mola la acción. Confío en
mi reacción, confío en el italiano que llevo dentro, en mi alma, en lo que
llevo dentro que me lleva a ser como soy.
Confío en mi.