Un beso tiene un castigo que solo tienen los besos, y en la
condena un suspiro que va contigo buscando más besos. Besos que encienden al
más roto corazón y del silencio hacen el arte de vivir. Por eso, solo puedo
echarte las culpas a ti, tú que provocas en mí, el lado más perverso. Porque ya
no encuentro solución en esta boca mortal. Fue desde el día en que te borré del
mapa, en el que sentí como te escapabas y navegabas a la deriva. Justo el día
en que volví a caer, sin saber si podría levantarme de nuevo, el día que saqué
la botella de siempre, la que escondía en el baúl (de los recuerdos), y el ron
volvió a balancearse, pero solo era yo el que navegaba en él.
Porque desde aquella noche primera, fuiste el viento que
soplaba mis velas. Nunca sabré si nos presentó un ángel o un demonio, solo sé
que fuiste la luz primera. Ya me advirtieron, tarde, que no eras de fiar, que
nadie puede enamorarse de un camaleón, que tienes un veneno que yo que sé y que
qué sé yo. Y ahora, al desfile, otra vez cansado, después de días y noches en
mi habitación con una copa a la derecha y un cigarro a la izquierda intentando
con todas mis fuerzas solucionar ese binomio de vuelta a la realidad que tanto
me descoloca. Ese tango que bailamos una y mil veces. Yo que fui capitán, yo que fui emperador,
genio, y tantas cosas más y ahora no soy nadie, nadie ni nada. Se me han
acabado la tinta y el papel, ¿o las ganas?
Ni las metáforas me sirven, se repiten, una tras otra, el
barco a la deriva, el reino imposible, el genio de la lámpara, sin embargo tú,
camaleón, puedes cambiar de forma, de color, tu apariencia, tu olor, y otra vez
me he vuelto a perder. Ya no distingo si eres un motivo para seguir, o para
abandonar, si un camino o un precipicio, si mi oración o mi perdición.
Siempre fuiste los puntos suspensivos interminables de mi
yuxtapuesta con punto y coma. Te encontró el poeta, antes que yo, y a él le
hechizaste de tal manera que lo dejó todo por ti. Y a mí, ¿quieres volverme
loco? Más loco, quería decir. El monstruo de todos mis armarios, la excepción a
todas mis reglas, lo tienes todo. Años odiándote para acabar persiguiéndote por
todos los confines y conformarme con una eterna resaca. ¡Ay camaleón!
No me puedo rendir, pero quiero rendirme, aunque dicen que
querer es poder, y de nuevo otra frase que pierde sentido cuando estás en el
medio. No me canso de escribir, igual que de reír, no me canso de buscar, igual
que de cantar, y de nuevo me tengo que levantar.
Me pregunto si algún día me darás la mano y no te irás
jamás.