Después de tanto tiempo, después de tantas aventuras…llegó el
momento que hasta hace poco, nunca creí que llegaría. Supongo que es verdad lo
que dicen, eso de que hay cosas que son cuestión de ciclos. Estaba claro que no
podíamos ser eternos. Un comienzo abrupto, un nudo entrañable para esta
historia, y un final doloroso, doloroso hasta ser asumido.
Es hasta ese punto donde duele, porque ese es el punto en el
que de una vez se bajan los brazos ante la realidad. Dejan de doler las risas,
las aventuras, el miedo, la tristeza, la luz entre tanta oscuridad, la estrella
que tanto brillaba en el cielo a mediados de Brumario; dejan de doler los
juegos, dejan de doler los poemas y dejan de doler los recuerdos.
Recuerdos que se resistirán en la memoria hasta desaparecer,
aunque no creo que todos lleguen a hacerlo. Ha sido toda una vida. Y dejémoslo
en que nunca fue una decisión unilateral. Simplemente han sido resquicios de
una guerra que ha abierto unas cicatrices que no llegan a cerrarse. Un
conflicto en el que volvieron a resaltar las diferencias que antes servían como
perspectiva, acuerdo o unión, para convertirse en murallas, murallas que no se
atreven a caer.
Tierra y universo decidieron que ya no forman parte del mismo
ente. Que han dejado de jugar en la misma división, y cada uno ha seguido su
vida. Una vida en la que ninguno ha querido pronunciarse ante una evidente
decisión. Simplemente nos hemos querido
basar en cruces insignificantes, en tonterías inflamadas que ocultaban la
triste realidad de que esto no era lo mismo. Y tal vez ese fue el error, o tal
vez es mejor así, porque las palabras solo pueden decorar la realidad a la que
hemos avocado.
Ni una mesa, ni una copa más, ni un brindis, ni un trago después;
esto se veía venir. Se veía venir por el simple hecho de que después de tanto
tiempo pasamos de vivir a jugar, jugar a aquello a lo que ya habíamos estado
jugando con otras personas muchísimas veces, pensando en que este equipo nunca
se rompería, pero el tiempo, la gente y el tiempo, siguen dando la razón a
quien de verdad la tiene, por mucho que cueste entender a algunos.
Y entre tantas partidas desperté, no sé si tú lo habías hecho
antes y seguías jugando, o si lo hiciste después, y tal vez haya sido hace
poco, porque no descarte que aún no hayas despertado. Un despertar extraño, de
realidad, salir de la caverna y mirar el Sol, la realidad que cada una de
nuestras decisiones había pintado en el firmamento. Estamos tan separados como
juntos creímos estar. Y así es la vida.
Cada uno elige su camino, elige con quien cruzarse, con quien
compartirlo, y, sobre todo, elige quien deja de ser un compañero para ser un
obstáculo que saltar, y es eso en lo que nos hemos convertido, en obstáculos
saltados, apartados, deshechos de las vivencias que nos siguen marcando como
personas. Y es que a alguno todavía le parece increíble pensar que las cosas
sean y vayan a ser así después de todo lo vivido, de toda la oscuridad invernal
que nos asoló a cada cual en su tiempo, que resurgía por Carnaval y alcanzaba
su auge en los meses estivales. Pero ha llegado el invierno de nuevo, y esto ya
no resiste, no se sostiene. Tú has decidido que yo mi papel es inservible, que
mi opinión y mi presencia es prescindible, has decidido dejar de sonrojar tus
mejillas con mis chistes, has decidido apartarme para hacer sitio a otros que
ahora ocupan no mi lugar, sino el suyo propio y preferente. Has cambiado tus prioridades
y yo me he quedado atrás. Y sintiéndome así, solo te puedo dar las gracias,
agradecerte el hacerme ver esto para dejar de forzar sonrisas y situaciones que
nunca dejaron de ser incómodas. Visto así, una puerta se cierra, sin ventanas
en la habitación, una amiga se va sin que nada se muera en el alma, y una
historia se acaba sin nada que contar.
Al fin y al cabo, no nos hace falta un gran final para
demostrarlo.