¿Qué tal?
No tenía pensado escribir, la verdad, pero es que cuando he
abierto la ventana ha soplado un viento de febrero y no lo he podido evitar.
Empieza mi año nuevo de verdad. Después de que la desdicha y
la pena me apartaran de este veneno el último febrero. Pero aquí estoy, de
vuelta, con otra historia, si es que se me deja. Todavía no me creo que haya
pasado un año, se ha ido volando.
Y como no, este año no puedo faltar. Este febrero huele
distinto, huele a algo que no había olido en muchos años: tranquilidad, risas,
nostalgia, este febrero tiene un perfume tan noble como la madera. Sin ninguna
duda, huele diferente porque es diferente, y eso no me lo he inventado yo, es
la pura verdad.
Podría recordar mi rutina perfecta desde que llego en
autobús hasta que me marcho apenado, con toda la pintura, las risas, los
momentos, los amigos, los cubatas y los cigarros de por medio. Pero eso ya está
muy visto, y sabéis que este año la rutina va a ser la misma, solo que voy a
disfrutarla como no pude hacer el pasado.
Hubo gente que, para mi gozo y cariño, me echó de menos, y
me lo repitió hasta la saciedad sabiendo que en esas fechas me levantaría mucho
la moral a pesar de la pena que me mataba por dentro. Y hubo otros que,
haciendo memoria, cuando les mencioné ese simple hecho, hicieron como si la
conversación fuera superficial y vacía cambiando de tema. Esta vez, este año,
los primeros están, los que siempre estuvieron al pie del cañón, los que
parecían de papel y son de roca dura sin que el viento se los pueda llevar; y
los segundos, que pasaron de ser el árbol a ser las hojas caídas, se han ido. Y
no puedo estar más feliz. Hay a quien esto ha llenado de dolor; hay a quien ha
llenado de alegría; hay quien se siente contrariado; hay quien se siente
aliviado; y hay quien consiguió lo que tanto quería. Y yo, demasiado complejo
para toda la vida, he pasado por todas esas fases.
Al principio sentí dolor, dolor de pérdida, de desasosiego,
ese dolor de los “¿por qué?” O los “¿cómo hemos llegado hasta aquí?” La
importancia de saber que iba a costar y a doler desde el principio, pero a la
vez la convicción de que todas y cada una de las decisiones tomadas eran las
acertadas. Del dolor pasé a la contrariedad, de sentimiento y de razón.
Mientras más orgulloso me sentía de lo que había hecho, más pensaba en qué
estaría pasando, en si los demás se sentirían como yo, si habrían pasado ese
dolor del principio que aún coleaba, todas las dudas asaltaban mi cabeza.
Hablando, charlando, parecía el más decidido, el más firme, pero ellos lo
sabían, no lo era, era un tema demasiado recurrente.
Después, a pesar de lo que se pueda pensar, me di cuenta de
que todo fue de la peor forma posible, la traumática, y la que yo nunca quise.
Un desenlace que acabó desmoronando viejos pilares de mi vida y erigiendo
otros; un desenlace que, con el tiempo, todos hemos acabado ignorando. Y a
pesar de todo esto, de saber todos los errores que pude cometer y los aciertos
que me anoté, el tiempo nos dio la razón a todos, las vidas de todos y cada uno
siguieron su curso y, respetando como pudo sentirse cada uno, yo me sentí
feliz, alegre, contento. Terminó una pesadilla, una historia interminable, y la
toxicidad desapareció. Todos tenemos nuestra propia teoría, nuestros propios
enemigos, y seguramente que yo seré el tóxico y el enemigo número uno en muchas
de ellas, o al menos, sé tres en que sí; bueno dos, la tercera siempre va de la
mano, o de la correa, de una de las dos primeras. Y ante eso solo me queda
sonreír. Mirar hacia atrás y pensar que con lo jodido que fue, con lo mal que
lo pasé, y con las dudas que tuve, y ya estaba inmensamente feliz, al fin y al
cabo, el tiempo me acabó dando mi razón y esta vez, acabé acertando de nuevo.
Volvieron las risas entre cervezas y cubatas, volvieron los
partidos de fútbol que acababan en una discoteca, volvieron las cenas cuasi
prohibidas y tan criticadas (esta vez sin críticas, porque no puede volver
aquello que nunca se fue); volvieron las interminables charlas, las
inolvidables noches de portal, las conversaciones profundas, los planes locos,
volvimos los que nunca nos fuimos. Esto vuelve a ser como antes, y quien no ha
querido quedarse, supo donde estaba la puerta para salir, así que sabe
perfectamente donde está si quiere entrar de nuevo.
Sin caretas, sin tapujos, sin complejos, y junto con la
alegría y felicidad, llegaron el alivio y la tranquilidad. El alivio de saber
dónde estoy, quién soy, y tener al lado a todos los que quiero tener, del
primero al último, con todas y cada una de nuestras diferencias y similitudes;
y la tranquilidad eterna de saber que en casa me están esperando, y en la otra
vida también.
¿Y qué toca ahora? Ahora que estoy alegre, tranquilo y
aliviado, lleno, pleno, exultante…Así me levanté, así abrí la ventana, y así,
ha pasado todo un año. Lo he vuelto a sentir como no pude el año pasado, lo he
vuelto a escuchar, me he vuelto a emocionar, y me han vuelto esos nervios
inevitables del primer día.
Abre la reja ya, carcelero, que mientras tenga alegría y un
soplo de vida, yo seguiré…seguiré ese embrujo sobre natural de la diosa del
mar…y siguiéndolo…hoy vengo aquí de juanillo, a fuego vivo…
Dispuesto a morir.