Vuelven a resonar los tambores, vuelve a temblar el suelo,
llueve, truena. Pasas otra página del libro infinito que es la vida. Esta vez
el reloj no para y los Invencibles desfilan por mi corazón. Se acabaron los
chatarra, se acabó el cargar la batería cada
vez que se agota por sus achaques de vieja máquina, máquina curtida en las mil
batallas de siempre. Cansado pero incansable. Del sur y del norte. La vida
comienza a sonar al tipo de un tambor.
Empieza a latir otra vez pero no como antes, no como las mil veces que
aquejado debía levantarse para intentar solucionar ese binomio que le llevaba
de vuelta a la realidad una y otra vez. Esta vez es diferente, esta vez suena a
compás, suena a febrero, suena a máscara de paja y montones de heno. Empieza con un tres, y
como la cuenta, sigue con un cuatro, tic tac, tic tac, el reloj que mete
siempre la presión.
Zarpa el barco con la figura de siempre al frente. Otras mil
tormentas esperan al atormentado que vive de la mar y de nuevo toca quitarse la
Guayabera para poder trabajar. Se acabaron las vacaciones al sol, se acabaron
las quejas de siempre, la fortuna y el tiempo se han encargado de romper todas
las cadenas que me ataban a este sitio. Un hombre cobarde no conquista a una
mujer bonita.
Son tambores de guerra, de tormenta, es ese olor a mar
añejo, húmedo, que cala los huesos cuando anochece, ese frío estremecedor que
hace temblar todas las tablas del barco, de babor a estribor. Es el norte sin ley que se fusiona con el sur
de las canciones. Un viento de hace años me ha soplado en la carita, y el
camaleón ha desaparecido. Se ha acabado el cuento de verdad y el genio ha sido
liberado, ahora toca convertir las miserias en benditos Carnavales. Toca
transformar los recuerdos en mera experiencia y recurrir la sentencia del
tribunal de la memoria. Toca ser legión de nuevo a la llamada de ese compás,
disfrazarse para sanar el dolor, sacarle los colores a esta vida que no es
vida, que suenen las guitarras, que
tiren p’arriba los segunda, esto empieza a funcionar.
Salí del letargo, abrí los ojos, crucé el desierto, se
fueron los espejismos y apareció la dolorosa realidad, una realidad a modo de
obstáculo con la que ya lidié hace demasiado tiempo, este libro tiene muchos
capítulos como para terminarse ya. El cobarde se vuelve valiente, el rey se
convierte en bufón, y la justicia la canta la gente, la Luna se deja querer y
me vuelve a robar el corazón.
Otro amanecer, confundido entre llamas, otra locura de texto
y una pluma descontrolada. El fausto fuego despierta mi alma, aquí de Juanillo
hace cuatro meses quemándome a fuego vivo, me quemaste contigo, prendió todo mi
ser para volver a ser lo que fue antes, ardiendo todos los retales del escudo
de mi corazón, borrando todos los recuerdos desdichados de una vida llena de
guerra, de esa guerra interna que en todos suele durar un tiempo limitado y
parecía que no iba a terminar nunca dentro de mí. Un acuerdo de paz para unir
fuerzas, para unir todo lo que antes provocaba esta desgracia en la que vivía y
buscar el horizonte siempre deseado.
El destino deseado y alcanzado por todos los que me rodean,
cada uno a su bendita manera por llamarla de alguna manera, a la suya, a su
estilo, según su ser, su alma, sus sentimientos, su forma de vivir la vida y de
cambiar todo lo posible para poder caer en las zarpas de los animales que les
arrastran a su cueva para no salir. Pero no, no todo es así, ya era hora de
darse cuenta, hay caricias, hay risas, sonrisas, odio, reconciliación, y todo
ello cantado sobre las tablas sagradas, al ritmo de los nudillos, con alas y a
mi estilo. Un destino bien claro otra vez…
La segunda estrella a la derecha, todo recto hasta el
amanecer.