sábado, 22 de marzo de 2014

Si tú caes, yo caigo. Decisiones rápidas.

  • Sigo sin saber qué se supone que debo de hacer.
  • ¿Y me lo preguntas a mí?
  • Eres el único que hay aquí.
  • Aquí solo estás tú, yo solo soy tu reflejo. Si tú caes, yo caigo.
  • Pero...¿dónde estamos?
  • No veo más allá del marco que me sujeta, genio, deja de preguntarme cosas porque no voy a saber contestarte, siempre ha sido tu problema, preguntando y preguntando sin buscar tú mismo la respuesta.
  • Preguntar es buscar la respuesta.
  • ¿Quién te da la respuesta? Otra persona, ¿por qué? Porque la ha encontrado esa persona y te la ha dado a ti, te la hace saber porque tú la has preguntado.
  • Puede que tengas razón, y por eso precisamente estemos aquí.
  • ¿Sabes por qué estamos aquí?
  • No.
  • Ayer, volviste a levantarte con esa sonrisa tan característica tuya, la de los domingos, sin resaca, por mucha fiesta que tuvieras la noche anterior. Bajaste a la cafetería a pedir el el café manchado de todos los domingos y cogiste el periódico. Y un día más salías en la portada, como todos los domingos. La noticia era un disparate, como los de siempre, una tontería de esas por las que tú sueles preocuparte y escribir, de esas con las que te tiras días y días dándole vueltas hasta que se te pasa, la historia de siempre.
  • ¿Cual era?
  • Déjame hablar. Bueno, saliste de la cafetería sin tu sonrisa de los domingos, se te olvidó en la mesa, justo encima de ese periódico. Fuiste al trabajo, despistado, sin saber que era domingo porque te habías olvidado la sonrisa en la cafetería. Las oficinas estaban cerradas, y diste la vuelta, pensando en la noticia, en el nuevo disparate del nuevo domingo. Cogiste un par de calles equivocadas y te plantaste en frente del Coliseo, ahí, a kilómetros de tu casa, como si fuera algo habitual, pero vamos, yo estaba tranquilo en el espejo sin moverme. Te sentaste un rato admirando la asombrosa obra, como si fueras un miembro de la dinastía Flavio admirando su anfiteatro, pero tu mirada no era de admiración, y, siguiendo el tópico, tus ojos verdes que siempre han supuesto una perdición para más de una dama, se tornaron oscuros, tu mirada ya no era solemne, parecías Nerón, a punto de quemar todo. Seguiste con tu largo paseo de camino hacia casa, o hacia donde quisiera que fueras, pensando en tu condena, en tu nuevo disparate. Estabas enfadado, sentías la cola y los cuernos, y el tridente en tus manos, mientras tu sonrisa de los domingos se desvanecía en la mesa de la cafetería. Llegaste, sin esforzarte mucho en tu camino, al foro romano, a tu casa, a tu lugar de reflexión favorito. El de esas noches de madrugada en las que mirabas a las estrellas, allí en la oscuridad mientras caminabas y reconstruías con tu siempre tan imaginativa mente, las calles, las casas, las columnas de todos los órdenes arquitectónicos. Se te hizo de noche. No era una noche diferente, la Luna brillaba como lo ha hecho siempre y tú caminabas a tu ritmo, pausado, con las manos en los bolsillos por el frió y el vaho salía de tu boca como un ángel que comienza su vuelo. Estabas equivocado, y siempre lo has estado, eres un hombre, un simple hombre, bueno eras, no eras peor que ningún otro, pero siempre le hacías caso al del hombro izquierdo en vez de al del derecho. Siempre pensando en tus ideales, en tus revoluciones, en la llama del mañana, el mañana que nunca llegó.
  • ¿Vas a decirme ya lo que me pasaba?
  • ¿Vas a callarte? Seguías obcecado en tu paseo , en tu camino hacia no sé dónde pretendías ir. Seguías pensando en esa portada, esa noticia, esa perdición.
  • Dime qué era...
  • Esa portada supuso tu perdición...Era una felicitación de cumpleaños, una escrita por el mismísimo Renga, una portada en la que aparecías tú, soplando las velas de tu anterior cumpleaños, justo el día en que decidiste dejarlo todo, en el que no cogiste más una pluma ni la tinta, ni la máquina de escribir, ni si quiera un folio para apuntar nada, querías olvidarte del pasado.
  • ¿Mi cumpleaños? ¿Ayer?
  • Pensabas y pensabas en como habías desperdiciado tu vida, y decidiste aprovechar lo que te quedaba. Saliste a correr, como nunca has corrido, una carrera digna de un atleta hasta la cafetería. Recorrías las calles una a una, esquivando monumentos de la Città Eterna, en una carrera en la que escuchabas los tambores en la lejanía, los latidos de tu corazón maltratado y con estrías. Llegaste, después de recorrer una distancia demasiado larga para ti. Cogiste tu sonrisa de los domingos y...se acabó.
  • ¿Se acabó? Sigue sin resolverme ninguna duda. ¿Cómo llegamos aquí?
  • Tenías 90 años, ¿cómo pretendías sobrevivir a esa carrera? Te dio un infarto al sentarte en la mesa y te desplomaste contra la portada de tu felicitación. Y así llegamos aquí, a tu nuevo camino, hacia arriba o hacia abajo, eso es algo que solo deciden los que juzgan, yo estoy aquí porque has caído, y si tú caes, yo caigo.
  • ¿Qué? ¿90?

  • Recién cumplidos y desperdiciados.

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