Volvió a subirse el
telón, un escenario entero y un solo dueño. Esperando de nuevo la eternidad
para volver a escena, escondido en los corazones de todos aquellos que lo viven
a diario, todos los que escuchan sus melodías y bailan sus pasos. Ya se
escuchan los tambores resonando por las esquinas de la ciudad, ya se engalanan
los balcones con banderas y estandartes, ya se rodea la iglesia de escenarios,
ya se decora el gran teatro, ya está la plaza deseando que por ella desfilen
las comparsas, ya está el López abriendo sus puertas a lar murgas y ya está
Badajoz abriendo su Carnaval.
No hay mayor espera que
la que acaba en febrero, 4 días, solo 4 días, que valen más que los 361
restantes del año natural que podemos vivir. Los problemas se van al son de los
tambores, las preocupaciones huyen al escuchar las turutas y los recuerdos se agolpan
en el momento de ponerse el disfraz. Ha vuelto otra vez, mejor que cada año, ha
vuelto el Carnaval.
Otro año en el que en
apenas 4 días han valido para disfrutar una vida entera. Desde las risas de las
caleteras hasta la enfermedad que tanto nos identifica con los gaditanos. El
corazón late al ritmo del ¾, no hay mayor vicio que nuestro Carnaval.
Y empieza mi
presentación, ya suenan las palmas del patio de butacas y las luces me ciegan,
me abruma el cariño, este vicio tan grande que se desata en el segundo mes del
año. Sin tapujos ni vergüenzas, lo más ridículo y gracioso que he podido pensar
acelerado durante todo el año, las presentación que más me identifique con mi
tipo, mi tipo y mi Carnaval, las lágrimas que se me caen al escuchar todos los
pasodobles escritos desde septiembre, todos los cantados en el escenario, los
que hablan de la vida, de las críticas, de mi ciudad, de sus fiestas, sus
monumentos, sus calles y su gente. Llegan los cuplés, llegan las risas, los
estribillos pegadizos y la picaresca del que se sube al escenario, llegan las
rimas descaradas del que se deja la vida y la cabeza en crearlas, las risas del
público, la magia que rodea las bambalinas del teatro, los miles de adjetivos
que son incapaces de describir el sentimiento que supone subirme a estas tablas
con las que tanto he soñado. ¡Pito, pito!
La destreza de los
popurrís y la emoción de las despedidas, unas despedidas que son un hasta luego
eterno, unas despedidas que homenajean el significado de esta fiesta.
Ya se acaba aquí la
canción, se acaba el homenaje. Los aplausos se desatan y toca mirar al palco
esperando una decisión acertada. Estos Carnavales he aprendido que “El que
entra, no sale”, he dejado de tener miedo a esas malas de los cuentos, he
aprendido que la magia de febrero ilumina la ciudad y a todos sus habitantes,
esa magia que muchos seguimos guardando un año entero para sacarla de nuevo el siguiente febrero. Se acaba otro año, se entierran las sardinas, y toca disfrutar
de lo que nos ha dejado.
“Deja que el calor del
infierno, te acompañe por las calles y
haga cálidas tus noches de febrero en las que vives un sueño que te dura cuatro
días y no quieres despertar.”
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