miércoles, 16 de septiembre de 2015

Se acabó el cuento

Después de tanto tiempo buscando inspiración, me reencontré con mi mayor enemigo, ese que va de la mano con ella. Ese mal que siempre acaba invadiendo mis días. Otra vez, sí, otra vez, la misma piedra en el camino, la misma tontería, y los mismos errores, pensar que ibas a dar la talla.
Pero siempre se aprende algo de cada caída, y si es igual que las anteriores, supongo que he aprendido el doble.

Quise cortar la flor más tierna del rosal pensando que de amor no me podría pinchar... y mientras me pinchaba, me enseñó una cosa cosa; una rosa es una rosa. Y cuando abrí la mano y la dejé caer, rompieron a sangrar las llagas en mi piel, las llagas que no habían terminado de cicatrizar gracias a ti, a la persona más madura del mundo.

La excepción de todas mis reglas, la persona que frota la lámpara siempre que le place, pero por fin, sí, por fin, han cicatrizado demasiadas cosas entre nosotros, o mejor dicho se han helado. Creo que nadie puede presumir de haberse sentado a la derecha de ese que dicen que está ahí arriba dirigiendo con sus hilos todo lo que ocurre aquí abajo, pero aún peor es creerse que se puede llegar a estar de verdad en ese lugar tras haber sido el monstruo de cada uno de los armarios, y nunca mejor utilizada la expresión.

La puerta estaba cerrada, se abrió por la tormenta, y con la calma diste un portazo. El tren de ida partió sin vuelta. Las desilusiones rompieron mi bolsillo y se me quedaron por el camino. El muro se levantó antes de lo previsto. Nada, ese es el resultado, nada y hielo, solo hielo.
El genio terminó su trabajo y le echó su propio genio, entró en su lámpara, en su tacita después de mirar a las nubes, pensó en el hombro izquierdo de todos aquellos reyes en los que se había sentado, todos los trabajos realizados y los recuerdos, el combustible del alma, y la experiencia, la esencia de la inteligencia que después de este recorrido, brilla en ti por su ausencia.

Tú diste el portazo y mi memoria cerró todos los pestillos, echó la llave y volví a mi lámpara, a echarle genio de nuevo, a inventarme más juegos y reírme del pasado, a seguir con mis canciones mientras tu vuelves a tu hábitat camaleónico al que llamas sociedad, al que tu demuestras tus mil máscaras, tus colores, tus cuentos, a ese al que les recitas tus cuentos como un juglar para que queden prendados por tu magia como yo quedo prendado por la de febrero.


Terminaste tu estúpido trabajo y me diste la libertad, me diste la libertad para ser el viento que despierte las calles de mi ciudad, me diste la fuerza del mar para ser el más firme baluarte, me impregné de mi memoria para volver a batallar mil peleas. Se acabó ese guía que vigilaba con tanto celo, déjame en mis murallas para encerrarme con quien yo elijo, vamos al desafío para ganar la batalla, llega de nuevo la libertad. Puedo cantar hecha copla cada vivencia, cada recuerdo, y todo ello me permite alzarme con la fuerza del viento y gritar...


Se acabó el cuento.

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