La música de siempre, ritmo, letra, sin partitura que valga,
la que suena al final de la fiesta cuando se te cae el zapato de cristal en la
escalera de palacio. Una bandera, con tres colores, ¿quién da más? Cada vez
suena más alto, cada vez las historias pesan más y los capítulos son más largos.
Otra pesadilla. Menos mal que no me acuerdo.
Humo, luces, cámara y acción, lo de siempre. Esto empieza
otra vez, uno por uno en fila india, haciendo cola en dirección quién sabe dónde. Algunos
empezaron ayer, y otros llevan años esperando su nueva eternidad, pero al fin y
al cabo, es el ciclo. Hay días que se hace insoportable, y otros que incluso es
ameno asomarse a contemplar semejante espectáculo. El de abajo quiere, pero el
de arriba no puede. ¿Por qué? ¿Para qué? Otra vez el mismo camino sin rumbo, a
seguir el camino de baldosas amarillas, esquivando todos los obstáculos posibles,
bailando con la más fea y escuchando sirenas, dispuestas a hundir el barco. Ya
no.
Este sitio es mucho mejor, y las vistas no me desagradan. Ya
casi se me ha olvidado lo que es seguir ese aroma tan característico, esa
luz que brilla en esos ojos inalcanzables, ese páramo desierto que estoy hecho
por dentro. Ahora me he acostumbrado a observar, simplemente observar como son
otras desdichadas almas, las que se unen a ese camino interminable, ese camino
en el que sí, muchos triunfan, pero los demás seguimos mirando.
Pero...¿Acaso no puedo mirar desde aquí arriba? Es verdad que jamás
terminaré el camino contemplando desde el balcón, con un cigarro en una mano y
una copa de vino de supermercado en la otra, sí, el del cartón. Tengo que bajar
otra vez, lo sé, no me queda más remedio. Pero mírales, sin rostro, sin vida,
simplemente caminando, buscando el tesoro sin un mapa con la X en el lugar,
intentando llegar a la segunda estrella a la derecha y todo recto hasta el
amanecer. Eso no es vida, pero la vida está al final de ese camino, ¿Qué hago?
Jamás podré negar que es una sensación que no quiero repetir
jamás, pero en algún momento tiene que dejar de dolerme el corazón y empezar a
dolerme los pies. Todo por tu culpa, camaleón. Sí, voy a bajar, no puedo
quedarme sentado en esta resaca permanente, simplemente sonriendo ante la
desdicha de aquellos que son como yo pero que a la vez y al contrario, no se
rinden. En realidad lo echo de menos.
No sé ya ni lo que digo, ¿cómo voy a saber lo que escribo?
Esto es un sin vivir, arriba y abajo, a izquierda y derecha, pero al fin y al
cabo es mejor vivir una vez cada dos días, una noche cada 13 años o un mínimo
segundo de felicidad en toda una hora, que no hacer nada.
Es verdad, no puedo quedarme aquí sentado.
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