martes, 27 de junio de 2017

Ley de vida

Una de las grandes desventajas de este trabajo, de esta forma de vida, siempre fue buscar el equilibrio cuando lo has perdido. Encontrar esa inspiración que me devuelva  al buen rumbo.  Y otra vez me encuentro ante el mismo paisaje de siempre, el que tambalea y corta mi cuerda, el que me hace caer de la manera más estrepitosa posible. No sé si ha sido cuestión de mentirme a mí mismo durante todo este tiempo o ha sido cuestión de creerme esas mentiras convirtiéndolas en mi verdad absoluta, pero de nuevo esto tiembla como nunca.
¿Y qué voy a hacer? ¿Huir? ¿Enfrentarme al problema? Voy a solucionarlo a mi manera, a la que yo solo tengo y yo solo sé. 
Sentándome en la arena de esa vieja playa, entre el mar y el cielo, mientras el rumor del aire desprende un lamento que desgarra el alma. Disfrutar del eco que retumba en sus cuevas, el de aquellas voces negras que sufrieron la misma desdicha que yo. Le pediré al carcelero que abra ya estas rejas que no me dejan ver más allá. Que mientras tenga alegría y un soplo de vida, yo seguiré siempre en la brecha. Cantando a mi modo, sin afán de gloria, como un Juanillo ardiendo en la noche de un 24 de junio. Todo ello tras la máscara de la vida, esa que hay que ponerse cada vez que se vive en sociedad. Recorrer las calles  de ese barrio que vive al mismo compás que yo, ese barrio que lleva al divino templo de la pasión incontrolable, donde curar las penas y desventuras después de tantas y tantas travesuras. Como un trotamúsico huyendo de la tierra malvada a la que llegué por el camino que la divina providencia me marcó. Navegando sabiendo que por más que yo cante, siempre un principiante toda mi vida seré. Luchando contra mis propios molinos, como un Quijote del Sur sin Dulcinea. Sabiendo que estamos dos, el Poniente y el Levante, enamorados del mismo talle y por sus huesos locos. Ninguno quiere que el otro le ronde sus calles. Por las esquinas y azoteas, lo requiebran sin poder evitarlo...y se enamoran. Ese Levante cuando está desafiante, loco de amor delirante que lo vuelve medio loco; salta el Poniente, salta para echar al Levante. Uno arrullando y otro muerto de celos; y en el del medio, está bebiéndose los dos vientos.

Sentado en la puerta del Gavilán, observando cómo las nubes se disfrazan a su paso y me engañan entre lamentos al verme desesperado otra vez. Buscando entre ellas esa Quintaesencia que vuelva a recordarme qué pie va delante del otro para volver a ser el de antes. Y yo simplemente pensando en que el día que yo me muera, que nadie me traiga flores, que nadie encienda una vela y por mí que nadie llore. El día que yo me vaya en alegre pasacalles, que me lleven a mi paraíso, pocos sabrán dónde está, el que me parió. Pero el camino sigue, lleno de locuras, de Martín Burton o de Burton Martín, que siempre me tienen loco perdido.


Y de nuevo aquí, donde está el riesgo y el peligro, sin otra mentalidad y decisión que echarle genio, a la vida, echarle genio; sin otro objetivo que ser invencible; sabiendo que al fin y al cabo todo es ley de vida, volver a mirarte y decirte que…


Se acabó el cuento.

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