lunes, 4 de diciembre de 2017

Ave Phoenix

“Al amanecer, consumido en llamas, entre el fausto fuego…”

Fuego, el cuarto elemento, el más destructivo, ese es el que hace falta. Hace falta borrar todo, palabras, imágenes, vivencias, incluso recuerdos inadecuados, todo reducido a cenizas. Hay que eliminar toda huella o rastro de lo que ha sido y es esta realidad a la que hemos llegado.
Todo necesita desaparecer, es ley de vida, y como el fénix, debe resurgir más fuerte. Y este es el ciclo que parece la solución. Todo crece fuerte, robusto, resistente, invencible incluso. Tiene una larga vida, superando muchas veces la media o lo que se cree que es la media. Mientras, va haciéndose más grande, aprendiendo de errores, erigiendo lo que es y lo que va a llegar a ser.

Pero siempre aparecen grietas.

Dentro y fuera de esa perfección, todo empieza a cambiar. Aparecen heridas externas, superficiales, nada de lo que no se pueda salir con el máximo esfuerzo de siempre, pero cada vez duele más, cada vez cuesta más. Hay algo que ha dejado de funcionar, es como si una parte de todo el ser, se hubiese desprendido. Y aparecen heridas externas, que nunca dejan cicatriz; profundas y dolorosas de las que siempre dejan restos y nuevos recuerdos, de esos que hay que borrar.

Y así, poco a poco las partes se van desprendiendo, separándose del ser, cada vez más pequeño y más solo. Hasta verse en su mínima expresión, luchando por sobrevivir y recordando lo que un día fue, lo que logró y lo que quiere volver a ser. Y es en ese momento cuando se da cuenta de que todo lo que se ha desprendido y caído, todo lo que le ha dolido y minado, son simples consecuencias de todo lo que había hecho durante su larga y próspera vida. A veces llega incluso a arrepentirse, y en otras se consuela con lo que hizo. Pero en ese momento de dolor y orgullo, de incapacidad y sensatez, decide arder.

Arder, y entre las llamas, reducir a cenizas su núcleo, haciendo desaparecer las peores reminiscencias de todos los errores e incluso aciertos que cometió. Terminar con un incendio todo lo que supuso su ser. Y dejarlo reposar, huir, y despedirse, aprender de él y entonces, cuando todo esté de nuevo en silencio, renacer. De entre sus propias cenizas, cual ave fénix, fuerte y robusto y sabiendo el nuevo vuelo que puede coger. Pero, ¿quién sabe?



 Siempre fue un mito.

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