viernes, 16 de mayo de 2014

Otra vez el maldito binomio de vuelta a la realidad

¿Lo correcto o lo incorrecto?  Una incógnita que rodea todo pensamiento y acto de una persona segundos, días, semanas, incluso años antes de realizarlo. “La duda ofende”, no: “La duda duele”. Duele como un puñal, duele porque es inseguridad, porque la negatividad se apodera de una sola parte de tu pensamiento y eso, duele.
Una mala situación, una mala racha, siempre acarreamos los errores que vienen muy seguidos a estos grandes tópicos de la historia. No me lo creo.

Napoleón en Waterloo, Hitler en Stalingrado o en Normandía, los republicanos en Madrid, los estudiantes en Tiananmen; y una infinidad de batallas perdidas. No sé qué es lo que se les pasaría por la cabeza a ninguno de los contendientes pero seguro que no era la duda.  Dudas, recuerdos, preguntas, respuestas, pocas veces son para algo bueno. La seguridad del que triunfa es la misma que el derrotado, por supuesto, pero por mucha seguridad, siempre hay alguien que sale perdiendo, y no suele gustarme encontrarme en ese lugar. Claro, es fácil, puedo estar seguro de todos mis actos, de sus consecuencias, de mis maneras, y salir una vez más derrotado de la batalla.
La otra opción sigue siendo siempre la neutralidad, claro, la fácil, la neutralidad no me va a dar una derrota ni los daños que pueda causar esta, pero mucho menos va a darme una victoria. Mientras los derrotados se ven humillados, los victoriosos se ven glorificados; ¿y los neutrales qué?, ¿qué pasa con los neutrales? Absolutamente nada.

Nunca voy a salir de la encrucijada de siempre. Todos los generales me han enseñado que puedes perder mil batallas y ganar la guerra, que seguirá siendo el mayor de los placeres. Es muy fácil decirlo cuando estas curtido en mil batallas y ochocientas guerras, cuando has ganado, sí, pero no cuando has perdido.
Todas las batallas que he librado se han saldado con una derrota aplastante después de mucho tiempo pensando en la victoria, confiando en ella, con la seguridad que da verla tan cerca, ver sus ojos aunque no les gusten a todos, sus labios, sentir sus besos, y toda esas sarta de tonterías del poeta.  Vivo tan aislado de esa parte de la esfera, de ese otro mundo que parece tan paralelo y bonito, ese en el que he intentado entrar una y otra vez sin éxito, esa puerta que su San Pedro, el puto Cupido, no me ha dejado atravesar, ese mismo, ese mismo jodido mundo que pintan tan bien los poetas, escritores y guionistas de películas baratas que echan en las cadenas  públicas los domingos por la tarde.


Las batallas han pasado de ser fuera, las de siempre, con un corazón más duro que la piedra que mantuvo a excalibur hasta que llegó Arturo, una excalibur que sigue clavada y haciendo daño. Todo ha cambiado de repente, ahora nada es fuera, la paz y la tranquilidad reinan,  los pájaros cantas y las nubes dan paso a los rayos del Sol, todo tan idílico que parece que vivimos en el Olimpo. Las batallas de dentro no me hacen daño. Pero, si se pueden librar mil batallas y ganar la guerra, ¿cuándo va a llegar la guerra?, ¿cuándo? Quiero ganar, ganar y ganar, pero nunca sé si llega el momento. Y mucho menos sé si es ahora. No es un “sin vivivr”, no es una angustia y tampoco parece una necesidad, pero es una maldita incógnita que no me enseñaron a despejar en álgebra. Es la maldita solución al binomio de vuelta a la realidad, la solución perfecta, claro, la que llevo esperando desde que cogí pluma y papel por primera vez, por supuesto, todo suena tan bonito cuando golpeo las teclas que puedo incluso creérmelo pero no sé si lo será fuera de esta pantalla.


¿Habrá llegado la guerra?

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