domingo, 18 de mayo de 2014

¿Change or changes?

Una vez dije, y lo mantengo, que es la seguridad con la que realizamos nuestros actos lo que marca el camino de sus consecuencias. No se puede cambiar la forma de ser de una persona de un día para otro con un ramo de flores y un par de palabras bonitas. 

No puedo intentar sacar a una burda prostituta de burdel donde se ha criado desde que su madre la abandonó en la puerta cuando solo tenía un par de años. No puedo intentar que deje de mirar lascivamente todo lo que le rodea, su desconfianza hacia el mundo, imposible.

No podemos cambiar los hechos, y mucho menos los actos que forman dichos hechos, tampoco podemos cambiar las consecuencias. Las consecuencias son algo que, se piensen o no, suceden después de realizar el acto del que tan orgulloso nos sentiremos después, por lo que ya es demasiado tarde para cambiarlo todo.
Tampoco se pueden cambiar los versos de las estrofas de los poetas, esos poetas enamorados de lo imposible que hace dos rimas con una guitarra en mano que día a día se va transformando en un laúd, al igual que ellos en bufones del reino. Siempre en el centro de la plaza, con su laúd, feliz y dando saltos, contando hazañas de héroes y lo peor de todo es que se creen que son esos héroes, a pesar de tener una vida llena de desgracias absolutas y también bastante merecidas. Buscan a su princesa, una adorable rubia con los pechos bien desarrollados, los ojos azules o verdes, dinero en mano y en bolsillo, y que les espere eternamente en el balcón de su palacio de cristal, lleno de reflejos de su poder. Quieren alguien utópico que les espere eternamente porque cuando lleguen de aprovecharse de las pobres a las que se le caen las bragas con sus dos burdas rimas seguramente copiadas de cualquier libro.

Una vez me hablaron de una humanidad unida, una humanidad que valía todo por encima de cualquier bandera, nación o sentimiento. Eso me lo quiso colar un filósofo barato que seguramente acabe por las calles de cualquier suburbio pidiendo asilo, comida o trabajo. De la humanidad me habló un humano, un humano como otro cualquiera, un humano que defendía el valor una sola vida  por encima de todas las demás pero que no tenía ningún reparo para dañar una sola vida humana para beneficiar la suya. ¿He ahí la humanidad? Podrán hablarme de humanidad todas las personas sobre la faz de la Tierra, pero lo único que veré serán palabras, palabras y mentiras, el mayor y primer vicio del ser humano. Y sobre y por encima de todo, veré humanos, personas individuales con estandartes romanos con sus figuras y banderas, desde una cruz gamada hasta una banda morada debajo del amarillo, no serán más que símbolos, símbolos que muestran que sí, irrefutablemente, los humanos existen, los humanos son los que estamos aquí, pero no hay humanidad en ellos, no existe un solo humano, y de verdad quisiera creerlo, que prefiera sacrificar su vida antes que la de cualquier ser; solo los padres y los hijos son capaces de hacer ese acto de valor. No veré jamás un humano que piense dos veces en un acto propio que pueda perjudicarle, será también la primera vez que alguien piense en las consecuencias de sus actos y claro, con ironía y sin egoísmo, actuará según sus intereses. Yo veo humanos, no humanidad, y yo no puedo contar con los humanos.




A las únicas personas a las que podemos cambiar es a nosotros mismos, y hasta eso conlleva un tiempo inmensurable.

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