domingo, 1 de noviembre de 2015

Este cuento ya se acabó

Dicen que a veces la bebida, en ciertas cantidades, puede hacer milagros, como el vino de la Biblia. A veces nos hace valientes y otras veces demasiado cobardes, puede resucitar una relación muerta, o comenzar una nueva, pero al fin y al cabo es un mero disfraz, un intento de febrero.
Puede darte la valentía para ir a una batalla, pero no para ganarla, porque sigues en desventaja, esa misma desventaja que te ha dado, esa desventaja que describe el estado en el que te encuentras y la pena que das en ese momento, esa excusa para dar la cara cuando sin una gota en sangre no has tenido lo que hay que tener. Esos motivos alegados ante el Tribunal de la Memoria desaparecen de un copazo para volver con la resaca. Así no.
Se acabó el cuento. El genio ha vuelto a la lámpara, y por más veces que la frotes no va a volver a salir, esto está muy muerto ya. No son ni han sido maneras, no era válido de por vida este contrato.

La puerta está cerrada y la suerte nos ha abandonado, no hay más que añadir, ni por activa, ni por pasiva, todo quedó demasiado claro hace mucho tiempo y yo no voy a marearme cada vez que el camaleón cambie de color. Yo sigo con mis libros, mis cuentas y mis teorías; intentado solucionar el problema, un problema que está en mí y que solo puedo solucionar yo, ninguna ayuda puede servir.
La casualidad y el destino van en caminos paralelos, pero somos nosotros los que acabamos decidiendo ir por el camino que cruza en perpendicular, el camino de las decisiones que nos lleva al final de unas cosas y al principio de otras, y yo he escogido el camino del final.
Ya no queda tinta, ni papel, ni ideas, ni argumentos, está demasiado enterrado como para buscar una pala. Yo me escondí entre mis libros para no volver atrás, y no supe jamás cual fue el final de esta historia, pero sí sé que ese final llegó de una vez por todas.

No es desconocido que mi relación con la bebida es mejor que con muchas personas, pero aún así no me ha dado la valentía como para volver atrás, y tampoco me ha dado la cobardía como para dirigir una sola palabra a quien no se ha molestado en preocuparse por mí ni en mis peores momentos. Pero parece que sigue siendo infalible ese elixir que vuelve loco al hombre para hacer las mayores tonterías jamás pensadas y condicionadas siempre por él.
¿Qué valor tiene? Ninguno. ¿He de apreciar el esfuerzo?, ¿tengo que pedir perdón? Cuatro copas no cicatrizan heridas y tampoco hacen olvidar tanto.

Siempre se aprende algo todos los días, pero sin duda, las mejores profesoras son la Memoria y la Experiencia, sin doña delante pero con mayúsculas, sin duda son las que enseñan las verdaderas lecciones de esta vida traicionera. Y no hay más.
Pero a pesar de todo, lo valoro, sí, lo valoro, pero no lo suficiente.
De nada sirve el mínimo esfuerzo si esto terminó hace mucho, y menos el mío. Hasta que no se haga como es debido...





Se acabó el cuento.

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