El barco atracó, llegó a puerto, no a un puerto cualquiera,
era su puerto. La Luna estaba mirando y acariciándole el pelo, pero él le dijo
que luego, que había llegado a aquel puerto, había vuelto al hogar de su mal de
amores, a su peor quebradero de cabeza. Había sido un largo viaje, un viaje
lleno de tantas aventuras que era imposible elegir un solo segundo de todo lo
vivido, un viaje que empezó cuando menos lo esperaba, en un momento en el que
no estaba preparado, un viaje que parecía que iba a ser eterno pero jamás fue
posible esa realidad, un viaje que entre tragos y parpadeos, terminó antes de
lo esperado. Un viaje que llegó cuando tenía que llegar, en un momento tan
inoportuno como adecuado y tan perfectamente imperfecto.
Un final escondido en un llanto y dibujado en dos suspiros,
el hijo pródigo volvió a lo que en su día llamó casa. Pero ya no era lo mismo,
ya no era una de esas visitas rápidas en las que apenas hay tiempo para un
abrazo, dos besos y una borrachera, era una ausencia sonada, y la crónica de un
cambio anunciado. Paseando por las calles, observando los andares, la gente
vieja, la nueva, la conocida y la desconocida, se perdió en un palmo de tierra.
Mirando de lado a lado, solo quedaban escombros de lo que un
día fue su casa. Las torres más altas habían caído postradas ante las hormigas
que siempre pidieron lástima, los libros estaban ensangrentados de violencia en
sus palabras y rencor en sus pensamientos; y aquel maldito binomio de vuelta a
la realidad le había golpeado con todas sus fuerzas de nuevo.
Las luces estaban bajo el suelo, la bohemia que ambientaba
sus noches había desaparecido por completo, y solo la tristeza asomaba en sus
ojos, su alma se encogía al ritmo
desenfrenado al que las agujas del reloj habían avanzado hasta pararse por
completo en aquel pozo que un día llamó casa.
Sentado en un banco, en
la punta más alta, del punto más alto, con la Luna tonteando, observaba su
condena. Pensando que andar a la deriva con un corazón vacío y con una guitarra
a reventar era su verdadera condena, observó el paisaje, desolado, como un
febrero sin Carnavales...
Y asumió cuál era su nuevo papel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario