jueves, 6 de octubre de 2016

La Rivoluzione

Soñar despierto, abandonarse a si mismo y separar por un mísero momento el cuerpo del alma y dejarla volar libre. Las mañanas frías de lluvia abundan en Thermidor, y la Revolución está a punto de terminar. Ya dejan de oírse los disparos y el agua vuelve a llevarse a las cloacas la sangre derramada en vano y las palabras sin sentido. Adornan las farolas los cadáveres que ha dejado a su paso la mayor de las batallas que haya sido librada en este sitio, y no, aún no puedo salir.

Atado a una silla y condenado a escribir la crónica de una historia ya terminada hace bastante tiempo, no zarpa este barco, jamás sin su capitán, y esto empieza a hundirse. Llaman a la puerta y siempre obtienen la misma respuesta, el vino no me deja responder, no me deja levantarme con una sonrisa de antaño y ponerme la máscara que me compré el otro día. Sí, la nueva, menos mal que estaba de rebajas. La máscara más útil que pude encontrar para este momento, ahora que la Revolución va a caer, toca prepararse para lo que viene. El mayor totalitarismo jamás contado, las órdenes más estrictas jamás diseñadas y   las máquinas de sentimientos echando vapor por las orejas, y mientras yo, aquí, prisionero de mis propias palabras esperando a que esta tormenta acabe.

 Algunos no podemos salir a la calle, hay mucho loco al volante, y mientras otros se pasean a sus anchas después de haber cumplido su condena, pero digamos que la empatía nunca fue su punto fuerte. Una condena de agrado, una condena a suspiros, una condena de libertad, una gran paradoja sin símil posible. Una condena aceptada tácitamente al no entregarse a quien no se debe, pero las torres más altas han caído bajo el yugo de aquello que repudiaron en su momento, aquello que despreciaron y criticaron ahora es su dueño y señor, y esa esclavitud se lleva dentro, no la cura una sentencia.

Otras no tan altas no llegaron a caer, sino que crecieron, después de sufrir el mayor de los males y vengarse de la sociedad siendo el bicho patológico que siempre despreciaron, se convirtieron en su peor enemigo del día a la noche. En unas horas las quejas cambiaron a autohalagos , el caminar cabizbajo se transformó en unos andares altivos jamás vistos en la Comarca. Y es que la vida es así, una sucesión de actos hipócritas que llevan a unas consecuencias que nunca estamos dispuestos a aceptar en nuestro nuevo ser, que chocan con nuestra nueva máscara pero en el fondo, incluso un servidor, sabemos que nos las merecemos. Y es aquí donde empiezan los cambios, un nuevo acto, otro capítulo en nuestras vidas que choca, por supuesto, y que no todos vamos a tragar con el mismo agrado, pero creo que eso ya lo sabíais. La mona sigue igual, la seda no la ha hecho princesa; y el bufón ha terminado en la mazmorra que tanto esquivó.

Es aquí, al final de la Revolución, de esta Revolución, cuando entra en juego mi nueva máscara, la máscara que a pesar de no acatar órdenes, las escucha, la de los ojos sobresaltados, la de las fáciles impresiones y la risa falsa, la máscara del silencio eterno; un silencio paciente, un silencio con visión de futuro, al fin y al cabo, cuando todo esto estalle, volverá la Revolución…




Y creedme…estoy deseando que eso pase.

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