En la camilla, atado, sometido, rodando por ese pasillo sin
fin con un destino tan desconocido como el motivo por el que estoy aquí tumbado. “Agárrenlo fuerte, no lo suelten” son las únicas voces que se oigo distorsionadas como si un testigo anónimo se estuviera dirigiendo a mí sin que
pueda distinguir su la cara. Poco a poco me despierto sin conocer cuál es la situación. ¿Por qué? ¿Qué hago aquí? Esto que tengo en las manos, ¿qué es?
De repente freno bruscamente, como si echase el freno de
mano y de ahí no me moviese más. Empiezo a distinguir figuras a mi alrededor y
lo primero que veo con claridad es un reloj, pasan ya las 12 del jueves 23 de
febrero., es decir, ya es 24. Me desatan y me levantan, no puedo mantener el
equilibrio y tienen que sujetarme para que no me estampe contra el suelo.
Es entonces cuando empiezo a escuchar con claridad las voces
a mi alrededor, “con ese cariño, que le doy al niño”, esto me suena. ¿Habrá
llegado el día? ¿Habrá abierto las rejas el carcelero? Es una melodía
constante, no para, todo mi ser tiembla, solo tengo ganas de saltar, gritar,
cantar y el que no diga ole que se le seque la yerbabuena. Me descalzan, igual
que en una mezquita si quieres entrar, mi vista termina por aclararse y solo se
ve una fachada. Una fachada con tres puertas, dos taquillas, un balcón con un cartel colgando
y todo iluminado con mil colores. Miro al suelo y solo veo papelillos mezclados
entre las botellas y serpentinas que se lían en los cordones de mis zapatillas.
Alzo la vista y solo se distinguen antifaces. Ha abierto la reja el carcelero,
por fin puedo salir. Un año entero aguantando dentro de este cuerpo, pasando
las hojas del calendario para subirme a ese escenario que es este paraíso. Un
año entero con todo almacenado en la memoria y prensado dentro de ella con dos
auriculares, todo dentro de un solo cuerpo, de un corazón latiendo al 3x4 y siempre respirando esa mística que
desprende el Dios Momo.
Pero ya no, ya está aquí, fuera reja, fuera complejo, fuera
tonterías y carajotadas. Este amor de cada febrero ha llamado a mi puerta, me
han atado, me han engañado y me han soltado, ahora soy yo el que manda. Ahora
soy yo quien controla este cuerpo, ahora canta, baila, salta, mete barriga,
mueve el culo y nunca sueltes el vaso tubo. Llevo esperando este momento desde
el último entierro de la sardina, llevo esperando a que se acabe el cuento
desde que empezaste a leerme tu rutina los dos sentados en lo que llamas
despacho. Siempre con esas pequeñas dosis de lo nuestro, esas letras que se te
escapan, esos pasodobles en la ducha, por la calle, ese sentimiento que nunca
aflora hasta febrero porque nadie lo entiende, ese que puedes hablar solo con
los cuatro o cinco que están igual de locos que tú.
Pero lo siento, he salido otra vez, puede que escuchar esas
cuatro letritas me ha ido despertando poco a poco, ¿o no recuerdas ponerte a
cantar “Caleta” como si estuvieras sobre esas tablas? Esa canción, esa musa,
los tangos, los estribillos, - si me pongo pesao me lo dices – no has podido
evitarlo, carcelero. Y me preguntas, ¿ahora qué?, ¿cómo que ahora qué?
Semejante tontería. ¿Qué es lo que va a tocar? Ya puedes ir corriendo a ponerte
tu disfraz, a pasear por esta bendita ciudad, a disfrutarla cuando se disfraza,
a compartir esa magia de febrero que hechiza todos sus rincones, a ser tú
plenamente por única vez al año, a no parar de hablar de esto, a no parar de
cantar las cosas, a viajar a esos mundos que llevas viendo un mes en la
pantalla de tu portátil. Me toca, me toca, por fin me toca. No te puedes estar quieto, normal, tienes que
echar el resto, con tus castas, a fuego vivo dispuesto a morir, que un hombre cobarde no conquista a una mujer
bonita.
Ya está aquí el camaleón, el que al cobarde vuelve valiente
como a ti, el que al rey lo convierte en bufón y la justicia la canta la gente,
aprovecha ahora que la Luna se deja querer. Ya está aquí tu casa, tu suerte, tu cara, tu cruz y tu muerte; ya
está aquí esa herida que cierra otra herida; el bendito y maldito, al que odias
y necesitas; tu amigo y enemigo, al que siempre le dices que “sin ti pero
contigo”.
Lo inevitable ya está aquí…
Llegó el Carnaval.
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