Echo de menos lo llantos, esos llantos que y
utilizaba para mis ensayos, mis cartas o mis propios retratos en pocas
ocasiones. Esas noches de pena, rotas por el rojo del carmín de unos labios demasiado
utópicos para ser ciertos, esos poemas y esos recuerdos que ya no hay, y parece
que nunca habrá.
Todo héroe, bueno, personaje o como quieran llamarle
los guiones, debe tener a su antagonista, a su enemigo, su yang, alguien que
sepa romperle los esquemas en los momentos más felices, alguien que piense de
una forma tan enrevesada que nadie llegue a comprenderle a lo largo de las
páginas; alguien que pone contra las cuerdas al supuesto héroe. Siempre, y es
algo que los cuentos nunca cambiarán, gana el bueno, el héroe, el de siempre,
gana porque se sobrepone a las adversidades, a las jugadas, tretas y engaños de
su enemigo, que acaba en un en un foso de fracaso, desapareciendo, comido por
un cocodrilo, caído por un precipicio, o como quieran escribirlo, pero al fin y
al cabo desaparece de las últimas páginas. Pero, ¿qué pasa cuando el héroe
desaparece?
Nuestro libro tiene que seguir escribiéndose,
quieran o no quiera, pero ha desaparecido uno de los principales personajes y
me he quedado solo, el malo se ha quedado solo, pero no ha ganado. Ahora, ¿qué
hago? El vacío que me invade desde hace tantos años se ha hecho más grande al
pensar sencillamente en cuál es la base de mi vida ahora que no tengo nadie que
rivalice con ella. Todas la historias que tienen como resultado esa palabra de
cinco letras, ese sentimiento tana artificial y real a la vez, ya han sido
contadas, todas menos la mía. Mi camino deja de cruzarse en el de los demás con
el objetivo de hacerlos retroceder, dejo de ir en perpendicular para trazar mi
propia línea, mi propia historia en paralelo.
La memoria es algo que desgraciadamente nunca me
falla, y recuerdo cada maldita piedra que se ha cruzado en mi camino cada vez
que he pensado en enderezarlo y seguir de frente, y es por eso que el muro es
demasiado grande como para que otros lo escalen. Sin embargo, no hacen falta
máquinas, monstruos, ni héroes para intentar derribarlo, simplemente he llegado
a la conclusión de que solo la mayor de las magias puede hacerlo, esa magia que
me rodea constantemente, que la veo pero no la siento por mucho que lo desee y
al final he acabado considerándola una enemiga, ese impulso que me ha empujado
contra ella una y otra vez cuando ella debería haber sido ese maldito impulso
que me hubiera hecho llegar a alcanzarla, esa magia es la que debe derribar el
muro.
Mi viaje no acaba, aunque sí que lo hace este
capítulo; mi historia no acaba, porque hay más puertos en los que atracar.
Simplemente mi viaje cambia de objetivo, que no de destino, que siempre ha sido
el mismo, el de mirar por mí mismo y salir beneficiado una vez más para
encontrar ese equilibrio que me trae de cabeza. He girado el timón, he visto
tierra y voy hacia ella.
Simplemente
quiero encontrar esa magia
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