Otra vez las cartas están boca arriba
sobre la mesa, otra vez los recuerdos se agolpan en la puerta, ¿para
qué? Pues otra vez para nada. Nunca es suficiente, y de nada sirve
pensar en una estrategia, o sin ni si quiera pensarla, simplemente no
sirve de nada mirar más allá de este tiovivo del que me he empeñado
en no bajarme. No me puedo sentir más imbécil de lo que me siento
ahora mismo.
Pueden ser minutos, o pueden ser horas,
pero la Bella y la Bestia bailaron aquella noche, otra vez en su
pista de baile favorita, otra vez la misma canción, pero el final de
mi cuento es demasiado diferente como para hacer esa metáfora.
La rosa ya estaba demasiado marchita,
incluso habiendo arrancado algunos pétalos fruto de la
desesperación. El camino estaba trazado, y paso a paso todo quedaba
más lejos de aquel lugar, más lejos de la perdición. Pero supongo
que Cenicienta no pudo evitar querer ir al baile, ni Bella bailar con
Bestia, ni Blancanieves morder la manzana...Y yo no pude evitar darme
la vuelta cuando la perdición volvió a mirarme a los ojos. Tanto ella
como yo éramos conscientes de lo que significaba eso, solo que yo
decidí intentar engañarme otra vez, y, simplemente me sirvió y me
bastó con un baile, con el traje azul y el vestido dorado.
El enorme esfuerzo por encontrar una
salida y trazar un camino que me llevara los más lejos posible,
dolió, mucho, pero merecía la pena sabiendo qué era lo bueno para
mí. Pero una simple llamada, una tontería ha bastado para joderlo
todo de nuevo, para dar mil pasos atrás y tener que volver a empezar
de cero. ¿Pero de verdad quiero empezar? No quiero empezar solo,
pero tengo que hacerlo.
Al fin y al cabo es un último baile y la historia de siempre.
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