Se abre la puerta y se contempla una sala de reuniones
enorme, de cristal, a la vista de todo el mundo, en el punto más alto del
edificio más alto de las Vegas del Guadiana. En las paredes, las que no hacen
ventanas, fotos, posters, botellas,
jarrones de recuerdos almacenados para que no se pierdan entre las tormentas de
la memoria. Un barco en una botella, un
pelo de gato para la poción multijugos, un pendiente, unas gafas, una camiseta,
una botella de legendario, un real de a ocho para cada uno de sus habitantes
allí reunidos.
Entran uno a uno en la sala, cara seria, las cosas han
dejado de ser como antes. Algunos empiezan a recoger sus cosas, a ponerlas en
su maletín y borrarlas para siempre. Nadie articula palabra, nadie alza la voz,
los recuerdos empiezan a desaparecer. La compañía se hunde y ni si quiera el
capitán quiere mover un dedo para evitarlo. Pero todo lo que sucede tiene su
origen:
En sus primeros años, todo era más reducido, solo había 5, 5
tripulantes, 5 directivos, 5 insensatos que decidieron salirse de la fila que
llevaba el resto para recorrer mundo, hacer locuras, olvidarse de lo que el
resto tenía planeado para ellos. Poner distancia y echarse a la mar, a
descubrir qué era eso que tanto miedo le daba al resto. Y así fue, los
innumerables viajes fueron la esencia de la aventura, las vivencias se quedaron
marcadas en su corazón, alma y memoria para el resto de sus vidas.
Más tarde, los devenires de la vida, pirata y traicionera,
llevaron a unirse a dos más, dos que nunca supieron seguir el ritmo del resto, que
no encajaban del todo pero supieron hacerse un pequeño sitio dentro de la
tripulación. Y este fue el pequeño punto
de inflexión en la aventura. Las mentiras, las trampas, los juegos por las
bandas, las traiciones, todo lo que no se había visto en aquellos primeros años
comenzó a aflorar dentro de todos sus corazones cuando escucharon el cántico de
aquellas dichosas sirenas. Sin embargo nada de eso cambió el rumbo, nada pudo
pararlos, ningún puerto era demasiado grande para ellos, aunque alguno debiese
para algunos días. Poco a poco la gente ya no cabía en aquel barco, pero
insistían en tener sitio, hasta aquellos que los desertaron e insultaron
terminaron dándole la razón a la evidencia, a la vida misma que llevaban esos
locos de escasas corduras.
Pero como todo en esta vida, se termina. Hubo que parar, apartarse a un lado, buscar ciertas salidas de vida que permitiesen seguir
adelante sin dejar de lado todas esas aventuras que les dieron las ganas de
vivir. No puedo decir que ese fue el problema, pero esa sí que fue su
maldición.
Cada año, después de las idas y venidas personales, acuden a
esta sala los que aún quedan, los que siguen en pie, con ganas, enviando
cartas, telegramas, lechuzas, llamadas, los que mantienen viva la esperanza de
que esto puede seguir adelante, pero cada vez son menos.
Algunos se han ido por sus líos de faldas, otros lo llaman
tener prioridades, y los que aquí seguimos lo llamamos amistad, memoria, cariño
y más formas de nombrarlo.
El último en caer fue el menos importante de todos, el que
llegó el último y creía que había desbancado a los más viejos miembros de esta
sociedad que un día nos fumamos. Llegó como un soplo de vida, y terminó en una
torre más que caía al vacío para convertirse en una decepción andante. Alguien
que sigue teniendo delirios de grandeza no consecuentes entre sus actos y
palabras, pero la ignorancia siempre fue su mejor castigo
Y de nuevo hoy, se abre esa puerta, de nuevo llega el
momento, se ve la sala mucho más vacía que antes pero, ¿sabes qué?
Aquí seguimos, tú, yo y los de siempre. Porque nunca debimos
dejar entrar a nadie más.
No podemos dejar que esto se hunda.
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