Una fiesta, un baile, y otro zapato de cristal. Suena a
cuento.
Otra noche de esas que todos quieren olvidar, otra historia
de esas que suenan más a otros autores. Una noche bonita en apariencia, con su
cielo oscuro, despejado, sin nubes, solo las estrellas y la Luna llena, llena y
brillante como la que más.
Esa forma de mirarse ambos, esa insistencia con la que se
buscaban por mucha gente que pasase frente a ellos. Se imaginaban como un
suspiro, ilusionados por llegar al paraíso, un paraíso que se reflejaba en sus
propios ojos, verdes y azules, una combinación variopinta de belleza abrazada
por la felicidad.
Bailaban en el suelo, pero su ritmo lo marcaban las estrellas,
cada paso, cada mirada, cada nota y estrofa de la canción, cada sentimiento a
flor de piel que desprendían. Bailar juntos, el destino que ambos tenían, el
que ambos querían. Eros y Psique, el matrimonio Arnolfini, Apolo y Dafne, o
cualquier otra historia de amor plasmada en el arte, era su turno, era su noche,
eran sus propios suspiros los que les abrumaban, era su cuerpo angelical y su
cara encantadora, era su constancia y su valentía, eran las innumerables
virtudes que reflejaban sus miradas, que hablaban por sí mismas, que no
necesitaban expresarse, era Cupido encaramado a un árbol que había descargado
una lluvia de flechas sobre esa terraza.
Eran sus interminables deseos de unirse, de besarse, de quererse,
era amor, sí, eso que a algunos tanto miedo nos da, pues eso era. Esa palabra
digna de pronunciar; era su boleto particular para entrar en el paraíso, era su
canción, eran ellos y nadie más.
Pero llegaron las doce, la hora punta, la hora mala, y no
todo tiene que acabar como algo celestial, es cansado que todos los cuentos
hagan las historias fáciles y nos sepamos el final justo cuando empezamos a
leer las primeras líneas. Se acabaron los complejos de príncipes azules y esos
ensayos de poeta desalmado, esas corduras de algún que otro loco, esas
historias donde refugiarse.
Ella se fue, y él se quedó. Y así termina la historia. Ni
beso, ni boda, ni perdices, ni palomas, ningún ave. Habrá que tomarse un respiro, creo que se nos
van a colapsar las venas de tanto sentir. El corazón tiene que respirar y
aguantar, porque todos nacimos para luchar, y eso es lo que él hará; no
terminar todo en una maravillosa historia de amor, no, luchar por esa historia
de amor.
Dejarse de cuentos y vivir la vida real.
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