El día que un rey perdió su trono, ese día, empezó como un
día cualquiera. La Tierra seguía (y sigue) dando vueltas alrededor del Sol,
como siempre. Y fueron los rayos de este los que volvieron a atravesar los cristales de la ventana…Y así
se levantó Seltenio V, hijo de Seltenio
IV “el grande” y nieto de Suzor, el rey sin apodo. Otra mañana más sentado en
el trono del Palacio de los Rostros ordenando y gestionando con mano de hierro
un reino que cada vez se sostenía menos por la lógica y más por el descontento.
No fueron sino las leyes del Primer
Ministro las que llevaron a la ruina a un pueblo humilde. Sheltor, un hombre
con apariencia joven para sus 67 años de edad, rubio, melena lisa y larga y
ojos verdes, con una cicatriz en la parte inferior del ojo derecho de la que
alardeaba por la Batalla de Morgull pero se rumoreaba por el reino que se la hizo
el esposo de una de sus amantes cuando era joven en una pelea en una taberna.
Un hombre ambicioso, frío y calculador, acusado en el pasado de traición, su fortuna le había librado de la
guillotina, la hoguera, y todos esos trastos modernos utilizados para las
ejecuciones. Un Primer Ministro impuesto por el testamento de su padre, un cargo
ganado con sangre pero regalado por el
rey. Fueron sus subidas de impuestos, de
precios, sus obstáculos para el comercio y sus miles de ataques de avaricia los
que llevaron al pueblo a una vida miserable y precaria, y con esto, al
descontento general.
El rey era de paja, un muñeco dominado por el propio
Sheltor, un heredero sepultado por la sombra de su padre. Un rey sin
descendencia, un castigo de los dioses, el fin de una dinastía. Era un niño, un
niño que gobernaba con corazón y cabeza pero sin ciencias ni arte, un muchacho
tímido al que le habían puesto una corona y sentado en un trono al lado del
mayor de los monstruos que el reino de Lyor había conocido.
El Palacio de los Rostros era majestuoso, construido por los
soldados derrotados en las antiguas batallas ayudados por los obreros
voluntarios y bien pagados del reino. Hecho de mármol y granito y con ciertos detalles de oro en
las gárgolas de los balcones, los mejores amigos del rey en sus paseos
nocturnos. Una puerta de madera de roble presidiendo la principal entrada y
unos jardines alrededor que daban color a tal estampa. El Palacio estaba
situado en una colina a varias millas de la capital del reino, Staranthell. La
sala del trono era la mayor sala del Palacio, la sala central, una sala enorme con
grandes vidrieras y ventanales tapados por cortinas rojas, una alfombra azul
que conducía desde su lejana entrada hasta el Trono de los Rostros; un trono de
madera de caoba adornado con cojines y pintura dorada, y esculpidos en la parte
superior, los rostros de los grandes reyes de antaño, del primero al último. Un
trono muy cómodo aunque difícil de ocupar, muchos reyes se habían sentado en él
y muchas de sus cabezas habían rodado delante de este.
No era un día cualquiera y el rey Seltenio se había
levantado un tanto nervioso por los futuros acontecimientos, siendo estos
peores de lo que él pensaba. La última medida de Sheltor era cuasi-lapidaria
para el trono, los gobernadores tendrían derecho a un palacio en mitad de las
villas para acercar su gestión del pueblo, eso implicaría aldeanos sin casas,
gente enfurecida y protestas desmesuradas.
Saltaban las alarmas cada noche por los rumores de asalto al
Palacio de los Rostros, pero llegaba, como cada año, la noche más larga. Una
vez al año, la Luna y el sol coincidían durante una noche entera, un eclipse
interminable y tradicional en el que el país de Lyor celebraba la fiesta de las
fogatas, una noche en la que se encendían fogatas por todas las esquinas de las
ciudades para mantenerla iluminada y alejar los miedos de los habitantes al
despertar del Sol. El día empezaba tranquilo pese a preceder a una noche totalmente
diferente. El rey, sentado en su trono, esperaba la llegada de los más
destacados nobles de confianza para la corona. El primero en llegar fue
Sheltor, el Primer Ministro que había llevado al rey y a su reino a esa
situación. Poco a poco fueron llegando y sentándose en sus respectivos sitios,
a la derecha del rey, Sheltor, a la izquierda Sir Shalbott, Conde de Arcorth,
al lado de este y en círculo hasta el rey, Sir Wilster, Duque de Castter, Sir
Balrog, gobernador de Staranthell y el hermano del rey, Sir Castellor, quien no
ocupaba ningún cargo a pesar de haber rivalizado con Sheltor por el de Primer
Ministro.
La reunión podía comenzar.
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