domingo, 26 de enero de 2014

Principio del fin. Acto 2.

El Rey Seltenio presidía la sala, en su rostro se reflejaba la falta de sueño causada por la preocupación ante los tiempos que corrían en Lyor en ese momento y las constantes amenazas de la población hacia su trono.
Su majestad, puede proceder si lo desea -  rompió la tensión Sir Shalbott.
-          - Creo que todos sabéis por qué estáis aquí…- comenzó el monarca- El pueblo no está contento y este castillo y las autoridades residentes estamos bajo amenaza de desaparición, el ambiente de la revolución se respira por las calles de la capital y cada esquina de la más pequeña aldea.  Tenemos muy poco margen de tiempo para actuar…-
-          - Su majestad- Interrumpió Sheltor- permítame que dude de sus palabras, no creo que el pueblo se levante en contra de la corona, saben quien manda, deberán ser fieles o será peor.-
-         -  Sheltor, precisamente tú eres el que menos tranquilo debería estar, seguramente hayan puesto precio a tu cabeza, el reino está como está por tu culpa y eso lo sabemos todos.-  respondió Sir Balrog en un tono no muy amigable al Primer Ministro.
-        -  Precisamente tú, como gobernador, sales beneficiado con mis medidas, creo que a tu cabeza también le pondrán un buen precio.
-         -  No creo que vayamos a solucionar la situación acusándonos unos a otros y poniendo precio a nuestras cabezas.- Añadió el más cuerdo de la sala, Sir Wilster.
-        -   Su majestad, permítame sacar al ejército a las calles, el pueblo obedecerá y el reino avanzará con paso firme.- Sugirió Sheltor.
-        -  ¡Mano dura!- Coincidió Sir Castellor.
-        -  ¡No pienso usar la violencia contra mi propio pueblo!, ¿qué somos, tiranos? Lo primero que hemos de hacer es recortar los impuestos desde hoy mismo, y esta noche de las fogatas doblar la guardia del castillo.- Sentenció Sir. Balrog.
-         Majestad, perdone pero no estoy dispuesto a escuchar tan indecorosas medidas que acabaran con el reino.- Se levantaba Sheltor de su silla.
-         - Te refieres a las tuyas, ¿verdad?- Sonrió irónicamente Sir. Shalbott.
-       -   No quiero participar en este cruce de acusaciones, así que esta reunión ha terminado, no estoy dispuesto a que los notables del reino tiréis por la borda el trabajo de una dinastía. Las medidas de Sir Balrog serán las ejecutadas esta noche. Pueden marcharse.- Finalizó el Rey y se retiró a sus aposentos.
Saliendo de la sala, Sheltor se acercó a Sir Castellor:
-        -  Sabes que no estamos a salvo, prepara a tu ejército y partid hacia el bosque de los oscuros, reuníos allí conmigo al alba, no podemos dejar que la ineptitud de Seltenio nos deje sin reino.
-         - Hecho, allí nos veremos.

El Rey daba vueltas en sus aposentos esperando la llegada de algún emisario del pueblo para decirle que el ambiente hostil aminoraba, que el pueblo estaba más tranquilo y la paz y tranquilidad volverían al reino. El día avanzaba y la luz de sus ojos marrones se apagaba, el Sol dejaba de reflejarse y el cielo se oscurecía casi tanto como su alma ante la situación.
Cuando se disponía a echar un trago de la copa de vino que llevaba horas en su mesa, algo atravesó el cristal de su ventana con tal fuerza que los miles de pedazos en los que se partió decoraban la gran alfombra de la habitación. Seltenio se sobresaltó y corrió hacia la ventana, solo pudo vislumbrar la luz de una antorcha avanzando a una velocidad asombrosa por las calles de Staranthell. Con la mano en el pecho del susto, se giró lentamente para observar qué objeto podía haber hecho ese destrozo y, ante su asombro, justo encima de la alfombra se encontraba la cabeza de Sir Wilster, separada de su cuerpo.
-          ¡Guardias!.
-          Sí, su majestad.
-          Doblen la guardia de palacio y mantengan a todo niño, mujer y hombre alejado de él,  vigilen las fogatas y llévese esta cabeza de mi alfombra, ¡ya!
-          Como usted ordene.- El guardia de palacio cogió la cabeza de Sir Wilster por los pelos y se dispuso a salir de la habitación- Su majestad,  ¿este no es…-
-          ¡Obedezca sin preguntar, soldado!
El guardia salió por la puerta y dejó al Rey solo, cabizbajo, pensativo. Se sentó en su mesa, cogió pluma, tinta y papel y escribió:

“La sombra de mi padre es muy alargada, no puedo llevar las riendas de este reino, no puedo dar la talla como rey, él lo sabía y yo lo sé, no debería haber sido el heredero al trono.  No se puede contradecir a los muertos y padre impuso a su Primer Ministro. Mientras el cielo se tiñe de oscuro me siento en esta mesa implorando al último de los fantasmas de mi  familia que me ayude en este día, el día que acabará el gobierno de la dinastía Thentor. El pueblo va a despertar de su interminable sueño, el dinero se ha acabado, los placeres han desaparecido y la vida en Lyor es triste, las ciudades se apagan y sus habitantes con ellas. Se respira furia, enfado, se respira revolución, ya no se izan las banderas de mis antepasados, ahora se queman, ya no se gritan salvas al rey, ahora se pide su cabeza, no salen estandartes a las calles, salen guillotinas y antorchas. Y  así reinó Seltenio V  “el último”.”


El Rey, temeroso de un nuevo ataque pero harto de sus miedos se armó de valor y salió al balcón. Sentía como sus gárgolas de oro ya no sonreían, eran monstruos de verdad, al igual que él, se había convertido en un monstruo guiado por uno aun peor. Sobre su gárgola favorita, Steinor, se posaba una paloma blanca. El Rey tenía un nombre para cada gárgola porque cada gárgola tenía  su vida, su historia  y ellas eran su mejor compañía. Se acercó despacio y cogió la paloma, le ató la nota a la pata y la dejó volar. Llevaba su mensaje.
Volaba el destino del reino.

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