El Rey Seltenio presidía la sala, en su rostro se reflejaba
la falta de sueño causada por la preocupación ante los tiempos que corrían en
Lyor en ese momento y las constantes amenazas de la población hacia su trono.
Su majestad, puede proceder si lo desea
- rompió la tensión Sir Shalbott.
- - Creo que todos sabéis por qué estáis aquí…-
comenzó el monarca- El pueblo no está contento y este castillo y las
autoridades residentes estamos bajo amenaza de desaparición, el ambiente de la
revolución se respira por las calles de la capital y cada esquina de la más
pequeña aldea. Tenemos muy poco margen
de tiempo para actuar…-
- - Su majestad- Interrumpió Sheltor- permítame que
dude de sus palabras, no creo que el pueblo se levante en contra de la corona,
saben quien manda, deberán ser fieles o será peor.-
- - Sheltor, precisamente tú eres el que menos
tranquilo debería estar, seguramente hayan puesto precio a tu cabeza, el reino
está como está por tu culpa y eso lo sabemos todos.- respondió Sir Balrog en un tono no muy
amigable al Primer Ministro.
- - Precisamente tú, como gobernador, sales
beneficiado con mis medidas, creo que a tu cabeza también le pondrán un buen
precio.
- - No creo que vayamos a solucionar la situación
acusándonos unos a otros y poniendo precio a nuestras cabezas.- Añadió el más
cuerdo de la sala, Sir Wilster.
- - Su majestad, permítame sacar al ejército a las
calles, el pueblo obedecerá y el reino avanzará con paso firme.- Sugirió
Sheltor.
- - ¡Mano dura!- Coincidió Sir Castellor.
- - ¡No pienso usar la violencia contra mi propio
pueblo!, ¿qué somos, tiranos? Lo primero que hemos de hacer es recortar los
impuestos desde hoy mismo, y esta noche de las fogatas doblar la guardia del
castillo.- Sentenció Sir. Balrog.
- Majestad, perdone pero no estoy dispuesto a
escuchar tan indecorosas medidas que acabaran con el reino.- Se levantaba
Sheltor de su silla.
- - Te refieres a las tuyas, ¿verdad?- Sonrió
irónicamente Sir. Shalbott.
- - No quiero participar en este cruce de
acusaciones, así que esta reunión ha terminado, no estoy dispuesto a que los
notables del reino tiréis por la borda el trabajo de una dinastía. Las medidas
de Sir Balrog serán las ejecutadas esta noche. Pueden marcharse.- Finalizó el
Rey y se retiró a sus aposentos.
Saliendo de la sala, Sheltor se acercó a Sir Castellor:
- - Sabes que no estamos a salvo, prepara a tu
ejército y partid hacia el bosque de los oscuros, reuníos allí conmigo al alba,
no podemos dejar que la ineptitud de Seltenio nos deje sin reino.
- - Hecho, allí nos veremos.
El Rey daba vueltas en sus aposentos esperando la llegada de
algún emisario del pueblo para decirle que el ambiente hostil aminoraba, que el
pueblo estaba más tranquilo y la paz y tranquilidad volverían al reino. El día
avanzaba y la luz de sus ojos marrones se apagaba, el Sol dejaba de reflejarse
y el cielo se oscurecía casi tanto como su alma ante la situación.
Cuando se disponía a echar un trago de la copa de vino que
llevaba horas en su mesa, algo atravesó el cristal de su ventana con tal fuerza
que los miles de pedazos en los que se partió decoraban la gran alfombra de la
habitación. Seltenio se sobresaltó y corrió hacia la ventana, solo pudo
vislumbrar la luz de una antorcha avanzando a una velocidad asombrosa por las
calles de Staranthell. Con la mano en el pecho del susto, se giró lentamente
para observar qué objeto podía haber hecho ese destrozo y, ante su asombro,
justo encima de la alfombra se encontraba la cabeza de Sir Wilster, separada de
su cuerpo.
-
¡Guardias!.
-
Sí, su majestad.
-
Doblen la guardia de palacio y mantengan a todo
niño, mujer y hombre alejado de él,
vigilen las fogatas y llévese esta cabeza de mi alfombra, ¡ya!
-
Como usted ordene.- El guardia de palacio cogió
la cabeza de Sir Wilster por los pelos y se dispuso a salir de la habitación-
Su majestad, ¿este no es…-
-
¡Obedezca sin preguntar, soldado!
El guardia salió por la puerta y dejó al Rey solo,
cabizbajo, pensativo. Se sentó en su mesa, cogió pluma, tinta y papel y
escribió:
“La sombra de mi padre
es muy alargada, no puedo llevar las riendas de este reino, no puedo dar la
talla como rey, él lo sabía y yo lo sé, no debería haber sido el heredero al
trono. No se puede contradecir a los
muertos y padre impuso a su Primer Ministro. Mientras el cielo se tiñe de
oscuro me siento en esta mesa implorando al último de los fantasmas de mi familia que me ayude en este día, el día que
acabará el gobierno de la dinastía Thentor. El pueblo va a despertar de su
interminable sueño, el dinero se ha acabado, los placeres han desaparecido y la
vida en Lyor es triste, las ciudades se apagan y sus habitantes con ellas. Se
respira furia, enfado, se respira revolución, ya no se izan las banderas de mis
antepasados, ahora se queman, ya no se gritan salvas al rey, ahora se pide su
cabeza, no salen estandartes a las calles, salen guillotinas y antorchas.
Y así reinó Seltenio V “el último”.”
El Rey, temeroso de un nuevo ataque pero harto de sus miedos
se armó de valor y salió al balcón. Sentía como sus gárgolas de oro ya no
sonreían, eran monstruos de verdad, al igual que él, se había convertido en un
monstruo guiado por uno aun peor. Sobre su gárgola favorita, Steinor, se posaba
una paloma blanca. El Rey tenía un nombre para cada gárgola porque cada gárgola
tenía su vida, su historia y ellas eran su mejor compañía. Se acercó
despacio y cogió la paloma, le ató la nota a la pata y la dejó volar. Llevaba
su mensaje.
Volaba el destino del reino.
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