sábado, 1 de febrero de 2014

Principio del fin. Penúltimo acto.

El Sol ya se había ido, otro cobarde más en el reino, como todos aquellos nobles y gobernadores que habían huido a sabiendas de lo que les esperaba esa misma noche. Las cabezas de cada uno de ellos adornarían el Palacio de los Rostros junto a las gárgolas de oro del Rey Seltenio.  El Rey, cabizbajo, sentado en el Trono de los Rostros, custodiado por diez guardias reales. Su hermano, el gobernador, le acompañaba en las que podrían ser sus últimas horas.

-        -  Seltenio, ¿por qué no hemos huido como todos?, ¿por qué has querido quedarte aquí?
-         - Tanto nuestro padre como todos los reyes  de Lyor han luchado por este reino, lo han gobernado y han sido fieles a este trono, yo no puedo ser menos.
-          -Pero esto ya no es un reino, se ha convertido en una selva, te dije que Sheltor…
-          -¡Sheltor es el culpable de todo! Pero eso ya lo sabemos, hermano. ¿Qué hago si padre lo mantuvo por testamento?
-          -Tú no eres padre, padre está muerto, tú eres el Rey, tú gobiernas.
-          -Ya, pero…
-          -Pero nada, mira donde has llevado al reino solo por tus tonterías. A un Rey no lo marca su pasado, lo marca su presente, y ese presente lo construye él mismo.
-          -¿Y ahora qué hago?
-          -Afronta la situación.
-          -¿Cómo?
-          -Tú te has metido en esto, bueno…has dejado que te metan.
-          -¿Dónde está Sheltor?
-          -En sus aposentos, supongo.
-          -Mandadlo venir.
-          -Guardias, traigan a Sheltor.

Sheltor se encontraba en los establos, con su caballo blanco preparado para partir, observaba los aposentos del Palacio desde abajo y vio como los guardias entraban en sus aposentos. Subió al caballo y huyó, huyó lejos, cabalgó hacia el río, donde se perdieron sus huellas. Los guardias que habían ido a buscarle volvieron a la sala del Trono, donde el Rey esperaba junto con su hermano.

-          -Su majestad, Sheltor ha huido.
-          -El más inteligente de este castillo…
-          -Cállate, estúpido.

Discutían y discutían los dos hermanos como antaño cuando eran niños, pero esta vez no era un juguete, era el final del reino. Entre palabrería absurda, los guardias se alarmaron.
-         - Mi señor, hay sombras fuera que acechan el castillo.

Mientras tanto, fuera, una de esas sombras ordenó.
-          -Encended una a una todas las fogatas, una a una, y cuando se encienda la última, comienza el juego de verdad.
-          -Dicho y hecho, Lobo.

Shivil encendió su antorcha y prendió fuego a la primera de las fogatas preparadas en las esquinas de Staranthell. Una a una se fueron encendiendo, fogata a fogata. Y llegó la última, la última esperanza del reino.
-          -¡Por Lyor!


Se acababa el tiempo.



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