Abandonado, caído,
despojado de sus lujos, respirando por un favor de las hadas, así es como
terminó aquel rey, aquel que dominó su reino durante años en paz y tranquilidad.
Todo iba como debía, o mejor dicho, como él quería. El flautista volvía de
Hamelín solo para deleitarle, los juglares le adoraban en todos su poemas, las
hadas revoloteaban a su alrededor cuando salía de Palacio, era todo una utopía
jamás contada.
Todo puede cambiar en
cuestión de segundos, todo excepto la hipocresía de un hombre, eso dura toda la
vida, y cada hombre muerto es una prueba de ello, cada segundo de su vida ha
estado dominado por la mayor de las hipocresías que pisaron la Tierra. Cada
hombre puede llegar a superar al siguiente, es cuestión de generaciones, pero
solo los más listos sobreviven. Tuvo cerca a todos los que ahora ha
transformado en sus enemigos, tuvo todo lo que podía desear, unos siervos
fieles, unos amigos que le daban consejo y unas tierras por donde podía
pavonearse delante de todo el mundo, hasta que tocó el botón que no era.
La avaricia rompe el
saco, y puede romper el equilibrio en la vida de una persona, puede subirle a
lo más alto de la más alta torre y estar custodiado por un dragón y también
puede encerrarle en la más gélida mazmorra de palacio hasta que llegue el día
de su ejecución. Todo aquello a lo que le dedicó tanto odio, todo aquello en lo
que jamás creyó, fue todo aquello en lo que acabó convirtiéndose.
El rojo de las cortinas
se tiñó de gris, las velas apagaban según avanzaba por la alfombra, que antes
era roja y ahora no se distinguía en el propio suelo, las flores se marchitaban
y la oscuridad invadió todos los rincones del palacio, incluso el alma del rey.
Loco, el rey loco, demasiado halago, solo, mejor el rey solo, solo, él y sus
circunstancias, todo aquello que consideró necesario y mantuvo a su lado
después de echar de su vida todo aquello que le hizo feliz y todo aquello a lo
que dedicó tantos años.
Un simple detalle, una
simple tecla incendió su reino, los guardias le dieron la espalda, sus consejeros
se fueron uno a uno. Solo uno, uno de ellos aguantó hasta el final, esperando
la mañana en la que el rey saliese de su letargo para volver a gobernar, para
pasear a caballo, cazar y reinar allá donde no llegaba su vista, pero el tiempo
pasó y la barba creció, y el consejero más fiel miró por última vez hacia
atrás, en la misma puerta de palacio para ver el paisaje más desolador que
jamás hubo en el reino, un trono vacío, con un viejo descuidado en su salud y
su higiene, allí donde gobernaban las palmas y las risas había un trono vació,
porque ese rey ya no era nadie.
Su reino le devolvió lo que él les dio, nada.
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