domingo, 20 de octubre de 2013

Tú a Londres y yo a California

Dice esa gran amiga llamada ciencia que los polos opuestos se atraen, y otros dicen que siempre hay una excepción que marca la regla, y eso fueron ellos, no querían ser del montón, es mejor vivir siendo la excepción.

Ella tan madura, tan reservada, tan de darle vueltas a todo, tan…ella.

Él tan infantil, tan descarado, tan extrovertido y tan impulsivo, tan…él.

Y como en toda historia, el argumento da vueltas y vueltas hasta que sus caminos llegan a unirse. La alta y el chaval de los ojos bonitos. Ambos se llamaron la atención el uno al otro, tanto que llegaron a ser amigos, grandes amigos, e incluso un poco más que eso. Imparables, sí, esa es la palabra. Obstáculos y discusiones, como en todas las amistades, pero superadas uno a uno, cada vez más unidos hasta el punto de que los sentimientos no pudieron aguantar más. Ella le miraba a su manera, era diferente, sabía su historia y conocía sus defectos pero ella se mantuvo. Él siempre con su maña memoria, con sus descuidos y tropiezos, pero sí, la quiso a pesar de que todos se lo prohibían.

Vueltas y vueltas dio el tiovivo de su relación, porque cuando entraron la primera moneda, no sabían que no iba a parar de dar vueltas. No les daba tiempo a ser amigos, los sentimientos dormían un día y se mantenían despiertos 3. Era todo muy surrealista hasta el punto de que se quisieron sin conocerse. Ella tan de pensar a su manera y él tan de pensar en sí mismo.

Tal fue el punto de esta atracción que llegaron  a hacerse daño, mucho daño, más del que pretendían, y siempre salían mal parados ambos. Andaban contracorriente, siempre. Pero su voluntad era admirable; ella luchaba contra la opinión de los demás, contra sus faltas de respeto y su mal genio, y no se rendía nunca. Él luchaba contra su propio pasado, contra su personal filofobia y, como siempre, contra la opinión del resto. Nunca fue una pareja común, sí, me atrevo a llamarlo pareja porque ambos sabían que lo eran, que nunca fueron unos novios oficiales ni oficiosos como dios manda pero sí que sintieron y quisieron serlo, pero siempre faltaba el gran paso. Ese que hace a una chica lanzarse porque al chico le da vergüenza, o ese que da el chico para arrodillarse y darle el anillo…Faltó el paso más importante, faltó aclarar los sentimientos. Ella nunca olvidaba, y él llegó tarde. Él perdonó y olvidó, ella solo perdonó, y ese es un lastre muy duro de llevar.

Sintieron a destiempo, él se planteó dejar de roncar, trabajar de Sol  Sol, subirse al Himalaya o batirse con su espada para no perder su amor, llegó a plantearse ser lo que ella imaginaba, pero eso suponía cambios, cambios que él no estaba dispuesto a hacer, porque la esencia de una persona no puede cambiar de la noche a la mañana, y él no era el único que debía hacerlo. Fue todo muy difícil. Cada día en el calendario era como deshojar una margarita, un día sí, otro no…Y eso para ella podría ser un descanso de tanto sentir, pero él, con su corazón ya viejo y con estrías, si es que tenía, suponían ataques de cordura en su loca vida, y eso no era así.


Y, como todas las historias bonitas, porque esta lo fue, acabó, quisieron acabar. Sin lágrimas ni memeces, se las guardaron para uno mismo, derramaron sus sentimientos a través de sus ojos como si nunca hubiesen existido y su memoria desapareció, cada uno por un lado, y jamás por el mismo sitio…


Él a Madrid... y ella a Salamanca.

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