Todo era tan subjetivo, todo dependía de uno mismo, era
bueno, y malo a la vez.
Parecía un cuento de hadas; una aldea, con sus casas
pequeñas, un pueblo pobre con pocos ricos, o mejor dicho, gente con suerte. Una
colina, y su castillo enorme encima, con su rey, reina, princesa y un dragón
que sobrevolaba la colina y no les dejaba salir de allí.
Pero de nada servía tener suerte, dinero, propiedades, ni si
quiera servía de algo ser el rey.
En la puerta del castillo estaba grabada la principal ley de
aquel reino: ‘’ El pueblo hace al rey, no el rey al pueblo’’. Nunca logré
entender esa ley hasta que aquel viejo peregrino que pasó por la taberna me la
explicó.
Era una noche muy lluviosa y Eoden había salido a recoger
fruta para esta noche, se acercaba el
invierno y siempre nos quedábamos sin comida, así que este año había que
hacerlo bien.
Pero si Eoden se iba a recoger fruta, yo tenía que quedarme
en la taberna con el insoportable Mortul. Pero eso lo llevaba bien,
compartíamos habitación desde que su padre le abandonó; él dijo que iba a la
guerra pero se rumorea que está en el bosque con otra mujer y otros hijos, pero
no soy tan malo como para restregárselo a Mortul.
La taberna era y es un buen sitio, se cuentan historias maravillosas,
algunas ciertas y otras que no se las creería ni Elther el borracho. Pasaba
gente de otros reinos, simples viajeros que venían de paso y buscaban una posada
donde pasar la fría noche. También entra gente local, la gente de la aldea es
muy extraña, cada día se comportan de una manera, pero lo curioso es que nunca
coincidían; si uno llora, otro ríe, si uno se enfada, otro se enamora; es muy
extraño pero nunca, me he parado a preguntarme por qué.
Pero esa noche, Eoden llegaba demasiado tarde y yo empezaba
a preocuparme, pero justo cuando iba a abrir la puerta de la taberna, una
sombra la empujó antes que yo y entró de golpe. Estaba asustado y mojado,
llovía mucho, y no era capaz de articular palabra. Se sentó en una mesa, le
serví sopa caliente y entonces empezó a hablar.
‘’ Vengo corriendo desde el castillo, me equivoqué de camino
y aparecí allí. Tuve miedo del dragón y me escondí, él no me vio pero yo a él
sí, y tenía a una muchacha rubia vestida con arapos entre sus zarpas’’.
Inmediatamente me vestí, cogí la espada de papá y me dirigía
hacia la puerta, esa muchacha era Eoden. Pero antes de salir por la puerta me
dijo: ´´ Cuidado con la escritura de la puerta’’.
Tras aguantar la lluvia, los rayos, las centellas, los
truenos, y un camino lleno de obstáculos, llegué al castillo. Fue muy extraño,
cuando llegué, el dragón estaba ya muerto y el rey sonreía encima de su cadáver
alzando su espada ensangrentada en la mano.
Me acerqué a él pero antes de llegar, me dijo: ‘’ Estoy
harto de esta maldición, de estar aquí encerrado, tuve que matarle; ahora que
él no está, solo queda un paso’’.
‘’¿Y la muchacha?’’- Pregunté preocupado.
‘’ Aquí nunca ha habido ninguna muchacha’’. Me acerqué a él
y, ahí estaba, era el hombre de la posada, el que me dijo que viniese.
En ese momento, miró hacia arriba y dijo: ‘’ El pueblo hace
al rey, no el rey al pueblo; el pueblo me hizo a mi y por eso yo soy el pueblo’’
Lanzó su espada hacia mí pero justo antes de que me alcanzase, un rayo de luz
me cegó. Al despertarme estaba aquí, sentado en este trono, con este ropaje y
esta corona en la cabeza.
Ahora es mi turno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario