viernes, 13 de julio de 2012

Il mio turno


Todo era tan subjetivo, todo dependía de uno mismo, era bueno, y malo a la vez.
Parecía un cuento de hadas; una aldea, con sus casas pequeñas, un pueblo pobre con pocos ricos, o mejor dicho, gente con suerte. Una colina, y su castillo enorme encima, con su rey, reina, princesa y un dragón que sobrevolaba la colina y no les dejaba salir de allí.

Pero de nada servía tener suerte, dinero, propiedades, ni si quiera servía de algo ser el rey.
En la puerta del castillo estaba grabada la principal ley de aquel reino: ‘’ El pueblo hace al rey, no el rey al pueblo’’. Nunca logré entender esa ley hasta que aquel viejo peregrino que pasó por la taberna me la explicó.

Era una noche muy lluviosa y Eoden había salido a recoger fruta  para esta noche, se acercaba el invierno y siempre nos quedábamos sin comida, así que este año había que hacerlo bien.
Pero si Eoden se iba a recoger fruta, yo tenía que quedarme en la taberna con el insoportable Mortul. Pero eso lo llevaba bien, compartíamos habitación desde que su padre le abandonó; él dijo que iba a la guerra pero se rumorea que está en el bosque con otra mujer y otros hijos, pero no soy tan malo como para restregárselo a Mortul.

La taberna era y es un buen sitio, se cuentan historias maravillosas, algunas ciertas y otras que no se las creería ni Elther el borracho. Pasaba gente de otros reinos, simples viajeros que venían de paso y buscaban una posada donde pasar la fría noche. También entra gente local, la gente de la aldea es muy extraña, cada día se comportan de una manera, pero lo curioso es que nunca coincidían; si uno llora, otro ríe, si uno se enfada, otro se enamora; es muy extraño pero nunca, me he parado a preguntarme por qué.
Pero esa noche, Eoden llegaba demasiado tarde y yo empezaba a preocuparme, pero justo cuando iba a abrir la puerta de la taberna, una sombra la empujó antes que yo y entró de golpe. Estaba asustado y mojado, llovía mucho, y no era capaz de articular palabra. Se sentó en una mesa, le serví sopa caliente y entonces empezó a hablar.

‘’ Vengo corriendo desde el castillo, me equivoqué de camino y aparecí allí. Tuve miedo del dragón y me escondí, él no me vio pero yo a él sí, y tenía a una muchacha rubia vestida con arapos entre sus zarpas’’.
Inmediatamente me vestí, cogí la espada de papá y me dirigía hacia la puerta, esa muchacha era Eoden. Pero antes de salir por la puerta me dijo: ´´ Cuidado con la escritura de la puerta’’.
Tras aguantar la lluvia, los rayos, las centellas, los truenos, y un camino lleno de obstáculos, llegué al castillo. Fue muy extraño, cuando llegué, el dragón estaba ya muerto y el rey sonreía encima de su cadáver alzando su espada ensangrentada en la mano.

Me acerqué a él pero antes de llegar, me dijo: ‘’ Estoy harto de esta maldición, de estar aquí encerrado, tuve que matarle; ahora que él no está, solo queda un paso’’.
‘’¿Y la muchacha?’’- Pregunté preocupado.

‘’ Aquí nunca ha habido ninguna muchacha’’. Me acerqué a él y, ahí estaba, era el hombre de la posada, el que me dijo que viniese.
En ese momento, miró hacia arriba y dijo: ‘’ El pueblo hace al rey, no el rey al pueblo; el pueblo me hizo a mi y por eso yo soy el pueblo’’ Lanzó su espada hacia mí pero justo antes de que me alcanzase, un rayo de luz me cegó. Al despertarme estaba aquí, sentado en este trono, con este ropaje y esta corona en la cabeza.

Ahora es mi turno.


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