El día que deje de ver sentido a mi vida, moriré.
El día que deje de
sujetar la pluma que marca las trazas de las letras que forman parte del
enrevesado guion de mi vida. Letra por letra, cada segundo que pasa en mi vida,
cada escena impredecible de estas innumerables peripecias que forman mi día a
día.
Una noche en cada ciudad; París, Las Vegas, Roma,
Montecarlo; y un sueño en cada una de ellas, una mujer, una discoteca, una mesa
llena de copas, la resaca en el avión, una inolvidable noche que almacenar en
el baúl de los recuerdos.
¿Tengo que pensar en dónde estaré dentro de 20 años, de 30? ¿Para
qué? Si no los tengo, ¿por qué iba a pensar en ellos? Me gusta dormirme sin
saber ni lo que pasará mañana, ni donde
despertaré, ni si quiera si lo haré.
Aprovechar cada día de mi vida como si fuera el último, tengo
16 años, y no quiero madurar, es una completa ironía, siempre pensando que
encajaba con el capitán Garfio, con el malo de la película, el rufián, que
trastoca los planes de todos; y resulta que soy Peter Pan, que no quiero
crecer, que no me voy a mover de aquí.
Bailar una noche entera para olvidar lo que ha pasado de día.
Soy muy especial demasiado como para que mi vida deje de tener sentido en mucho
tiempo, todos somos únicos, dicen que en cualquier sitio del mundo tenemos un
doble, el mío es e Setúbal, me parece a mí.
Pero después de cada viaje siempre me gusta quedarme en la
cama mirando las fotos de esa noche, para situarme, para saber lo que he hecho
y lo que me voy a perder durante un ciclo de mi vida. Me cuesta enseñar mis
sentimientos, me cuesta querer a alguien, querer algo, nunca doy un paso atrás, mi vida es el
ciclo sin fin, ayer estuve en Roma, y debo visitar todo el mundo, completar el
ciclo para volver.
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