- Mario, Mario… ¡Despierta joder!
- ¿Qué quieres?
- Vamos a llegar ya a casa y el coche no se ha despegado de nosotros, ni si quiera ha a parado, ¿qué pasa, que no mea?
- A mí no me hace gracia en absoluto, Dimitri.
- Tengo miedo a quien puede llegar a salir del coche.
- Mira, allí se ve el primer cartel, ya estamos llegando.
- ¡Mira! Se está parando.
- …
- …
El miedo invadía tanto el cuerpo como los rostros de los dos, era una reacción esperada, la puerta de aquel coche negro tan siniestro se acababa de abrir y una figura demasiado conocida bajaba de él.
- Es…es…
- ¡Acelere un poco!
- ¿Cómo?- dijo sorprendido el conductor.
- Que estamos con el tiempo justo.
Ambos se sentaron en sus sitios pálidos y asustados, cosa que naturalmente extrañó a gran parte de los alumnos que estaban allí, que se habían despertado al escuchar el exigente grito de Mario al conductor. Pero ninguno se atrevió a articular palabra, ninguno excepto Dani…
- ¿Qué les pasa? Están pálidos.
- Nos habrá sentado mal levantarnos.
- Pero y, ¿por qué le grita al conductor señor Hernanes?
- Porque llegamos con el tiempo justo.
- Tenemos que llegar a las 7 y son las 6 y media y estamos entrando, para mí que llegamos de sobra.
- Será mi reloj, estará adelantado.
Pocos segundos después el autobús paró en la puerta de atrás del instituto Fernández Arias, y todos los alumnos, en aparente orden, comenzaron a bajar del autobús.
Después de coger sus maletas y mochilas, Alicia se dirigió a Mario:
- Señor Hernanes, me han dicho mis padres que quieren hablar con usted.
- Vale, ya les daré cita para hablar en un recreo…
- No, ellos insisten en que sea ahora.
Mario miró a Dimitri y este le devolvió la mirada con un deseo de escapar de allí, no quería más sorpresas esa noche.
- Lo siento diles que me tengo que ir que estamos derrotados del viaje.
- Vale, adiós.
- Nos vemos el lunes, Alicia.
Montaron en el coche de Mario y avanzaron unos metros hasta un paso de peatones, por el cual pasaban, por una extraña casualidad, Sandra y Aitor con los dos niños, rápidamente los ojos de los cuatro adultos se abrieron como platos, pero solo Aitor se acercó a la ventanilla bajada del asiento de Mario.
- No crees que nos hemos olvidado de ti.
- Lo sé, soy inolvidable.
Acto seguido arrancó de nuevo el coche y se fueron a su casa ante la mirada de furia de Aitor y Sandra.
Muy buena historia. Me tienes intrigada.
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