Se termino el rollo, se acabaron las tonterías, pero hay un
problema, no sé ponerme serio.
Doy pasos adelante, atrás, derecha, izquierda, pero no sé ni
dónde ni por donde voy.
Quiero agudizar mi oído, empiezo a escuchar la música y creo
que es la canción, precisamente esa canción que suele empezar por esta época
del año, esa que indica un punto y seguido, un nuevo párrafo, verso, capítulo,
o como te plazca llamarlo.
Las cosas cambian, ya no estoy atento a la televisión cada
fin de semana, ya no me preocupo por llegar a casa pronto, me gusta la
sensación de la madrugada.
Levantar las manos sin que sea un atraco, gritar sin tener
miedo, todo tranquilo aunque impaciente. La barra del bar llena de copas,
tubos, vasos, cada uno con algo de color dentro, ese líquido que tanto me cura
las penas, el que hace que no me duela tanto la garganta, el que me seca las
lágrimas. Siempre me hace decir la verdad, pero al fin y al cabo es repetir lo
que ya digo normalmente.
Ya no me raspa la garganta, los ojos me pican, pero es
alergia, se está acercando, nos está acechando, siempre a la vuelta de la
esquina sin planear nada malo, ese duendecillo verde debajo de las piedras
siempre atento a lo que pasa durante todo el año para solucionarlo justo cuando
le toca a él y quedar como el rey, el mejor de todo, lo hace tan bien, que me
lo creo.
Creo que tiene algo diferente, lo pude ver en sus ojos aquel
día que la tuve cerca, aquel día que el cielo me dejó rozar sus labios,
entrarla en mi cama y asar una noche inolvidable, para despertarme solo al día
siguiente con un beso de pintalabios señalado cerca de la zona prohibida.
Y desde ese día empezó el casting, una tras otra, diciendo
que eran ella, que eran iguales solo que un poco cambiadas, que me querían, que
bla bla bla.
Pero como nunca le he visto sentido, nunca he intentado nada
nuevo.
Y eso que ya me acerco al asesino de JFK.
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