No te rindes, se nota en tu manera de escribir, tu pulso no tiembla.
¿Acaso estás enamorado? No lo creo.
Tus palabras son tajantes, quieres ser deseado, quieres a una persona que te llene, alguien a la que no tengas que pedir nada, que no tenga orgullo y se arrastre cual serpiente rogándote un ardiente beso.
No puedo basarme nada más que en la carta que has dejado en el muro para criticarte.
Tu pelo es liso, marrón, aunque no entiendo porque te empeñas en levantártelo ya que hay días que tu peinado provoca miradas de asombro por las calles de la humilde Verona. Eres un poco bajo, pero tienes demasiado potencial y figura como para acomplejarte por ello.
Sabes escribir, una palabra tras otra, con coherencia como debe ser, pero tu problema es que solo sabes echarte flores.
He leído y releído tu carta un par de veces, he tenido que ir a tirar las cenizas del cenicero unas cuantas veces, he bajado escondido entre la niebla de madrugada a comprar unas cuanta botellas de Vermouth para tragarme lo que de verdad pienso de ti.
No sé por qué sigues insistiendo y esa seguirá siendo la incógnita que sobrevuele mi mente cada vez que te vea.
Creo, a no ser que seas estúpido, que desde esa mañana en la que lucías tu nueva camiseta del Chievo Verona, te has dado cuenta de que falta una carta de las que dejaste hace tiempo en el hueco del muro, la que yo me llevé.
No pretendo hacerte daño, tampoco seré tu falsa Julieta.
No te vendría mal asimilar tu mismo las mentiras que escribes, tus falsas palabras de amor, creo que yo mismo encontraré a Julieta.
Desiste
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