sábado, 7 de enero de 2012

Recuerdos

El cielo se tiñe de rojo, la luna de azul, nunca me ha gustado esa combinación de colores. Es una noche demasiado extraña.
Si empezamos por el principio, todo parecerá normal; el cenicero en la mesilla, con el cigarro apagado sobre él, la botella de Vodka al lado de la cama, la alfombra, casi invisible, tapada por la ropa, la cama desecha y encima de ella, yo, tumbado con el torso al aire, semidesnudo, con un simple pantalón de chándal y uno calzoncillos rojo de Armani. No quiero echar otro trago, no quiero dar otra calada, ya me dijo el médico que tenía que medirme tomando esas pastillas.
Pero ha llegado un punto que no puedo tragar más, ni pastillas, ni humo, ni si quiera alcohol, y mira que suelo rechazarlo poco.
Al lado del cenicero, el marco de la foto, de esa estúpida foto, sí, esa típica que se hacen las parejitas besándose en la que tenemos una sonrisa de gilipollas que no podemos con ella, sí. No sé como pude llegar a creerme cada una de tus mentiras, una tras otras. Supongo que sería para no hacerme daño, o simplemente te quería demasiado, quería, sí, pasado, porque ya no te quiero, o al menos no tanto como antes.
Esos ojos verdes, no quería que parpadeases ni un solo segundo, porque se acabaría mi magia.
Desde esos días, mantengo que la estupidez humana no tiene límites, y tú lo comprobaste conmigo.
Pero parece ser, que como he dicho antes, el gilipollas sigo siendo yo.
Sigue habiendo un pedazo vacío dentro de mí, sigo echando de menos tus cafés por las mañanas, aunque lo único que hacías era pulsar el botón de ON en la máquina de George Clooney, sigo echando de menos como hacíamos el amor, como sujetabas tu cigarrillo después de eso, sí, ese cigarro que todavía está en el cenicero, ese que no quiero tocar, sí, ese que volvería a significar rozar tus labios, ese.
Estaba clara tu personalidad salvaje, tu locura en la cama y fuera de ella, pero no me imaginé. Estaba claro que no importaba nada de lo que los demás pensasen de ti, que querías jugar con el destino y tirar tú misma los dados.
Y todavía me sigue gustando esa manera tuya de escribir, como en esa carta que me has dejado esta mañana sobre la mesilla, debajo de mi ventana, que ponía…




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